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Cuba en la octava década del siglo XVII: visita del obispo Díaz Vara Calderón.

Por Pablo J. Hernández González.

En sentida carta a la corte, el entonces prelado insular Juan de Santo Mathias, quejábase de las dificultades que enfrentaba para cumplir sus obligaciones de visitar la isla a inicios de 1664, “(...) por los riesgos de ser prisionero del Enemigo Inglés, que como si fuera dueño de esta Isla, i de las haziendas de sus habitadores, se entra por lo interior de ella i los roba, i se los lleva (...)” (1)

La alarma obispal era explicable por el creciente estado de inseguridad y violencia que plagaba las localidades y regiones menos defendidas de la colonia, efecto de la hostilidad filibustera proveniente de los vecinos archipiélagos. Consideraba nuestro personaje que, si no se le proporcionaba escolta militar conveniente, no podría hacer bueno su proyecto, al que calificaba como servicio de prioridad para los reales intereses, pues lo menos hacía una treintena de años que los pobladores no recibían visita eclesiástica “(...) en la parte que menos avía passado (...)”.

Probablemente, y como se infiere de su despacho, no alcanzó a recibir toda la protección necesaria, aunque no dejó de insistir en hacerlo aun en condiciones expuestas “(...) á cumplir con esta obligación sintiendo tantos impulsos interiores que abrasénseme este coraçon (...)”, a la vez que ponderaba el auxilio que le proporcionó al efecto el capitán general Rodrigo Flores de Aldana, quien, definitivamente, le facilitó alguna cobertura, sin duda de cortedad, pues el obispo Santo Mathias no pasó de recorrer el hinterland capitalino, tal como se refiere. Su visita se limitó, en la oportunidad, a varios ingenios azucareros de fácil acceso, y siempre en un ámbito en que pudiese ser socorrido llegada la circunstancia.

Ciertamente el afán por cumplimentar la observación directa del estado del obispado cubano tenía argumento, pues la última de su tipo, concienzudamente realizada, había correspondido al desempeño de Fray Alonso Enríquez de Almendariz en la ya remota fecha de 1620, es decir, y como se apunta por nuestro referido, treinta y cuatro años atrás. La imposibilidad de cumplimentarla en la década de los sesenta, hizo aproximar al medio siglo el lapso de ausencia de observación obispal en la diócesis de Cuba y sus dependencias. (2)

Un decenio después de aquel infructuoso empeño visitador, y durante el cual el sucesor de Fray Santo Mathias, Alonso Bernardino de los Ríos, por lo que sabemos, no intentó rebasar los límites espaciales de su gestión, más allá del perímetro capitalino, (2B) con la designación del obispo doctor Gabriel Díaz Vara Calderón, quien ocuparía la silla episcopal entre 1675 y 1676, la tantas veces pospuesta "visita de la tierra" devendría buena, al materializarse el proyecto con presteza, habilidad, y aguda observación de la marcha de la colonia, peculiaridades y dificultades, casi inmediatamente de llegar el sacerdote avilés a su destino.

Calificado como uno de los más interesantes y notables eclesiásticos del siglo XVII en Cuba, descolló por su ilustración, actividad, celoso cumplimiento de su deber primordial, con curiosidad universalista que le llevó desde el financiar, participando con personal interés, las obras de las defensas terrestres habaneras, hasta legar: “(...) a la antropología americana muy valiosas observaciones culturales de los distintos grupos amerindios de la Florida, a quienes observó durante su visita a la península, incluida dentro de la diócesis cubana”. (3)

Obra en su ministerio el haberse desempeñado como canónigo de la Santa Iglesia de Ávila, capellán honorario de Su Majestad, juez apostólico ordinario de la Corte y Casa Real, así como en la Nunciatura de España. Nuestro obispo, además, había administrado el Real Hospital de Madrid, y no sólo había cultivado su interés en los pueblos autóctonos del Nuevo Mundo, sino que llegó a redactar un estudio acerca de la evolución de la ciudad de Roma. (4)

Su énfasis por reorganizar el clero, reformar las instituciones eclesiásticas y moralizar la práctica, distingue el período postrero de su obispado, especialmente tras cubrir el recorrido diocesano. Aún su deceso no deja de hacerle una figura controversial, pues según Arrate, al fallecer en La Habana, (1676) "(...) aunque consta se sepultó en la iglesia mayor se ignora el sitio de su entierro, no logrando sus cenizas ningún honroso distintivo, padeciendo el mismo descuido que los de sus antecesores". (5) Por otro lado, se ha relacionado su desaparición física con el intento de convocar el largamente dilatado Sínodo, al cual existía evidente oposición entre el estamento religioso de la isla, no descartándose un posible atentado a su persona. (6)

El recién llegado prelado, remitía noticia a la reina gobernadora de las circunstancias de su viaje para tomar posesión del obispado, explicando que su navío hubo de abandonar la flota a la altura del Cabo Tiburón (Isla Española) entrando sin mayor percance en Santiago de Cuba (en 6 de septiembre de 1673) afirmando en la ocasión, que prácticamente a su llegada, procedió a preparar los detalles de su visita, lo que, aparentemente resulta algo precipitado, tanto por lo azaroso del viaje, como por el natural trámite de posesionarse de su dignidad y formalizarlo en la sede catedralicia. (7)

De acuerdo con la correspondencia conservada del obispo, la visita que nos ocupa inicióse en el otoño de 1673, prolongándose hasta febrero del siguiente año, teniendo como referencia primaria la catedral santiaguera, recorriendo alrededor de 250 leguas (8) desde la sede del gobierno oriental hasta alcanzar la capital de la isla, en dilatado tránsito terrestre. Los comentarios generales sobre la visita pueden encontrarse resumidos en lo fundamental en varios despachos remitidos a la corona donde enfatiza la necesidad, desde mucho, de realizar una observación del estado y condición de la isla, pues consideraba que periplo sin dudas, debía contribuir al mejoramiento de las costumbres imperiosamente necesitadas de reformas, en buena porción de los lugares visitados.

Calculaba, en un principio, que la población registrada en su tránsito podía ascender "(...) veynte y siete mill, trescientos y onze almas Baptizadas en quatro Ciudades, quatro villas y tres aldeas (...)" sin contar un crecido número poblando los innumerables hatos y corrales. La isla, dice, "(...) la tengo en tan buen estado (...)" a raíz de recorrerla, que se puede proceder a visitar La Florida, carente de atención espiritual "(...) Por más de sesenta años que no va ella obispo (...)", para intentar la "(...) conversión de los infieles de la provincia de Apalachocoli (...)". (9)

Establecido, como ya era uso común, en la capital gubernativa, hubo de pulsar la condición moral de la ciudad y el estado en que existía gran porción del clero, calificándole de moralmente reprobable, tanto por la extendida disipación de las costumbres, como por los frecuentes apareamientos escandalosos, y la práctica, desmesurada, de las capellanías, las cuales -refiere- encaró enérgicamente a lo largo de sus inspecciones, intentando atenuar tales excesos "(...) Señor esta tierra está por ganar (...)" escribe a la Corte en el verano de 1675, tildando a la clerecía de proclive a licencias, amancebamientos y ostentación, viéndose forzado a promulgar edicto "(...) tocante a la decencia del bestido de los eclesiásticos, que andaban muy profanos e indecentes (...)", descuidando la doctrina de los esclavos, inmersos éstos en la idolatría e ignorancia. Al efecto compuso otro edicto, ordenando a los poseedores que hicieren cuenta de éstos que al momento, en su consideración "(...) pasan de 6000 (...)".

La ciudad, templos y conventos -en otro orden de cosas-, están llenos de conjuras, promiscuidades y fraudes "(...) con publicidad y notorio escándalo (...)". Sujeto observador siguió de cerca la erección de la muralla urbana, encomiando la gestión del gobernador Francisco Rodríguez de Ledesma, quien dedicábase concienzudamente a la labor defensiva, lo que no restaba acritud a su disgusto porque el real representante estorbaba su involucramiento en la fábrica de la muralla, resultando en que a la fecha, aún está "(...) poco adelantada, por prevenciones a que el sector eclesiástico interviniese en la construcción de un baluarte a sus expensas". Lamentaba el descuido que, por absorción en lo castrense, la autoridad política dejaba los asuntos morales, contrapuesta al ánimo empeñado en la salvaguardia del augusto patrimonio. (9B)

La fuente para la visita.

Hasta donde hoy sabemos, los datos colectados por el obispo Díaz Vara Calderón, no fueron enviados como informe particular a la Corte siguiendo la costumbre usual y no aparecen entre su correspondencia conservada en la papelería cubana de la Audiencia de Santo Domingo que hemos revisado. Como muchas veces aconteció, antes y luego de este episodio, la información se reservó para ser empleada en el momento conveniente, y en este caso, justo un lustro después de concluirse el itinerario que la proporcionó.

El Deán y Cabildo de la Santa Iglesia Catedral de Santiago de Cuba, dieron a la estampa, en 1679, y ya desaparecida la figura que nos ocupa, una memoria algo prolija, donde argumentábase acerca de las ventajas del cambio de la sede de la Catedral de Santiago de Cuba a La Habana, (10) y en ella se incluía una relación de los diversos lugares de la isla, que confrontada con las referencias documentales que poseemos, no pueden corresponder más que los datos recopilados por Vara Calderón, pues no hay constancia de “visita de la tierra” alguna entre 1679 y la arribada del obispo García de Palacios ese mismo año, puesto que al deceso del canónigo de Ávila, quedó vacante la silla episcopal, por un trienio. (11)

El impreso, sometido a la consideración de la corona, en fecha citada, una década más tarde, no había sido encauzado adecuadamente, a juzgar por las notaciones manuscritas conservadas, aunque para entonces los obispos habían optado, definitivamente, por radicar sus personas a orillas del estrecho de la Florida, práctica comenzada desde temprano en el siglo XVI que produjo serios conflictos entre las autoridades coloniales.

Descripción del país.

Con toda probabilidad el novísimo prelado ignoraba, en el otoño de 1673, la envergadura de la empresa que significaba atravesar la isla de Cuba, por vía terrestre, y con los medios disponibles entonces, aun cuando lo intentase en la estación de la seca, mas propicia para tal desplazamiento. De haber contado con más elementos del país, quizás su premura se hubiese atenuado, al menos en un principio.

Los que con benevolencia se ha dado en denominar caminos, debían su origen, desde la centuria precedente al trasiego ganadero, y su estado, como puede suponerse en estos casos, no era el más apropiado para cualquier viandante, aun cuando ya entonces podían encontrarse ciertas "casas de pasajeros", en las haciendas más prósperas. Con todo, cualquier viaje hacíase "(...) difícil y lento por la mala condición de los caminos, caminos de tierra que se transformaban en barro durante la estación lluviosa". Las distancias atendiendo a la configuración del territorio isleño eran, para la época, ciertamente enormes, y agravadas las más de las veces, por las carencias de recursos concejiles destinados a mantener despejadas las vías entre poblaciones, siendo cotidiana la obstrucción por "(...) los fangales intransitables de la estación lluviosa al polvo y la vegetación secundaria que los obstruía gran parte de la seca". (12)

Ciertamente existía uno "principal", pretenciosamente calificado de camino real, "(...) posiblemente no era sino una serie de caminos que conectaban los grandes centros de población y formaban una línea continua de comunicación hasta La Habana, aunque dando innumerables rodeos (...) El hecho que este camino real no fuese sino una serie de caminos regionales lo explica la distribución geográfica de los grandes centros de producción y población (...)". (13) Definitivamente los avalares del tránsito caminero que se atuvo a la configuración de la citada arteria, en lo fundamental de este a oeste, nunca fueron impedimentos para que el animoso prelado hiciera su copia de apunte acerca del país que recorría el primicias.

Al bosquejar la isla, Vara Calderón, inicia su relación comentando las dimensiones del territorio, acerca de cuya coordenadas expresa: "(...) tiene trescientos y treinta y seis leguas de longitud que corren Leste u Este, y de latitud Norte Sur, catorce y veinte leguas por donde mas". A su juicio los ríos son significantes en el diseño de las comunicaciones de la isla, pero definitivamente, acota "(...) son tantos, que no pueden ser presidiados, ni defendidos, y tan caudalosos, fáciles y patentes, que son dueños de [ellos] todas las naciones enemigas (...) ". Observa el grado de inseguridad que por esta razón hubo de percibir en el interior de la tierra, estando expuestas "(...) todas las haziendas de labor, y ganados, lugares y caminos de la isla, sin que se les oculte cosa alguna". Afirmación, recuérdese, que coincide con las aprehensiones de su predecesor, Fray Santo Mathias, entonces, y que al presente no parecían disipadas.

En materia de asentamientos, refiere noticia que existen "(...) onze lugares (...)" de cierta consideración, siendo el más remoto "(...) la Assumpcion de Baracoa, siete leguas de la punta de Maysi, que es el principio de la isla, por la vanda del este (...)". Considera de interés registrar la existencia de un puerto en la localidad, sobre la costa del norte, contando, además, "(...) con Iglesia Parroquial, y ochenta vezinos".

Hasta Santiago de Cuba, partiendo de allí "(...) ay cincuenta leguas desiertas, y despobladas (...)" de territorio, por demás esta ciudad posee "(...) Puerto en la Costa del Sur, los vezinos no passan de trecientos, y aunque tiene el Presidio Trecientas plazas de dotación, las mas veces no llegan a ciento las que están llenas la fortificación que tiene á lá boca del Puerto está arruinada y de ninguna utilidad". Circunstancia que la exponía peligrosamente a otra incursión enemiga, más devastadora -en el actual estado de cosas-, que la protagonizada por el inglés once años antes.

Dos leguas al oriente de Santiago, y prácticamente adosada a ésta, visitó "(...) la Villa de los Caneyes (...) [que] tiene Iglesia Parroquial, y cincuenta vezinos", anota en su relación.

Justamente de la banda contraria de la ciudad, a Sotavento y sobre el camino real de la isla, cruzando un país acusadamente montañoso con ciertas sabanas lodosas, a "(...) Quatro leguas de dicha Villa, están las Minas del Cobre, que su vezindad se compone de los esclavos que se introdujeron para su labor, y llegaran en todos a docientos y cincuenta, y tiene Iglesia Parroquial".

Abandonando el villorrio minero, el obispo Vara Calderón encaminó sus pasos en demanda de San Salvador del Bayamo, en trayecto de veinte y seis leguas a lo largo de un terreno calificado de escabroso entonces, abundante en cuestas y pendientes, ciertas elevaciones y no escasos vados y barrizales, descontando los numerosos cursos fluviales. Esta población, villa señalada por la abundancia de sus recursos y el monto de sus habitadores desde mucho, poseía "(...) Iglesia Parroquial y quatrozientos vezinos, y dista por donde menos de la Costa del Sur, ocho leguas". Esto último no le cohibía de ejercer activo tráfico, no siempre muy atenuado por el cumplimiento de las ordenanzas, lo que -al parecer- no producía especial inquietud en la conciencia de los poblanos.

Cincuenta leguas más, enrumbando por el citado camino "principal" hacia el poniente, por paisajes de cómodo tránsito, llanas planicies no libres de ocasionales tremedales y en algunos momentos, tímidas elevaciones boscosas, carentes casi absolutamente de presencia humana a lo largo de la marcha, encontrábase la villa del Puerto del Príncipe "(...) con Iglesia Parroquial, trecientos y cincuenta vezinos, distante de la Costa del Sur siete leguas". Su condición mediterránea no le había asegurado de la desagradable atmósfera de incertidumbre imperante entre sus moradores, tras su asalto y virtual destrucción un lustro atrás.

Otro medio centenar de leguas de trabajoso desplazamiento por interminables sabanas boscosas, los invariables anegadizos y cursos de agua matizados a tramos por bosques cerrados, fueron salvados felizmente por la comitiva obispal, sin atisbar, tampoco ahora, población alguna en el camino hasta las primeras edificaciones de la villa de Sancti Spiritus, donde encontró, apunta "(...) Iglesia Parroquial, docientos y cincuenta vecinos (...)". Que la costa estuviese a siete leguas del centro poblado, no le facilitó escapar, en su momento, al latrocinio y hostilidad de los enemigos, quienes no encontraron dificultad en atravesar el país y domeñarlo, llegado el caso.

Tomando la villa espirituana como referencia a partir de la que ampliar su percepción de la comarca y donde se detuvo con cierto reposo. Vara Calderón emprendió otros desplazamientos colaterales. Uno, en dirección suroeste, cruzando regiones de pronunciada orografía en buena parte surcadas por un camino local. Siempre a la vera de la serranía, la inusual comitiva salvo las 20 leguas que, según cálculos de los prácticos, debían separar Sancti Spiritus y la villa de Trinidad, en la banda meridional. Distinguese ésta por poseer "(...) un pequeño puerto, Iglesia Parroquial, y trecientos vezinos". Aquí cubrió las funciones de su ministerio y luego se remitió al sitio de partida.

Conectada con Sancti Spiritus, en dirección contraria, por 18 leguas de un terreno ciertamente áspero, campiña regada por multitud de corrientes, algunas considerables, y levantándose sobre la banda del norte "(...) está la de San Juan de los Remedios del Cayo, [poseyendo] Iglesia Parroquial, cien vezinos, con un pequeño puerto". Localidad ésta, también sufrida en materia de depredaciones marítimas, y que compartía con el resto de las villas la misma incertidumbre general de toda la colonia.

Abandonada San Juan de los Remedios, el obispo y sus acompañantes habrían de afrontar dilatado territorio, prácticamente deshabitado en casi su totalidad, habitualmente conceptuado por entonces de "tierra montuosa", agreste, abundosa en bosques y no pocas y difíciles cuestas, ciertamente también de espaciosas sabanas, abundantes aguas y ciertas porciones anegadizas. Entre la última localidad visitada, siguiendo dirección oeste, hasta topar con su destino inmediato, la villa de Guanabacoa, se computaron 80 leguas, el trayecto más extendido de su periplo, probablemente no carente de circunstancias que ignoramos al no ser registradas.

Ya en la población de arribada, procedió el obispo a llenar el expediente de su visita, describiéndola "(...) con una Iglesia Parroquial y cincuenta vezinos". Al poniente, una legua mediante, "(...) que es el ancho de su Baia...", también sobre el litoral septentrional de la isla, hállase el puerto y ciudad de La Habana, donde pululan y se levantan "(...) dos mil vezinos, setecientos infantes de presidio, con mas de veinte mil personas de todos estados, dos parroquias, quatro conventos de religiosos, y uno de religiosas". La culminación de su itinerario, implicaba, también, el fijar sede definitiva a su dignidad, aquí, en esta ciudad y en lo adelante.

De la diócesis cierra su relación, refiriéndose a las comunes comunicaciones marítimas entre La Habana y la Florida, apenas a cinco o seis días de navegación directa, y comenta: "(...) aqui hay un castillo, y el lugar sin mas vezindad que los trecientos infantes que tiene de guarnición las provincias reducidas de naturales son tres, con mas de quarenta mil fieles". Datos que provienen, a su vez, de una cabal inspección de la porción continental de su obispado, materializada casi inmediatamente después de radicarse en la capital insular.

Finalmente, nos lega una observación que suscribe lo acotado acerca de la casi insalvable incomunicación isleña de la época, pues rememorando aquellos caminos que transitó en los largos meses empleados entre Santiago y La Habana y el tremendo hiato que las separa, "(...) dificulta la correspondencia, que asi por ella, como por lo intratable de los caminos, copia de ríos, que en tiempo de aguas impiden absolutamente vadearle, pues en tan grande distancia, sólo se llega a tres lugares (...)".

Puede asombrar que persona tan docta, tras largo y provechoso viaje no intentase divulgar o informar con prolijidad de sus obras y experiencia, especialmente en el caso, y apenas dejara notas fragmentarias de una relación que -a todas luces- debió ser más enjundiosa, y de más vuelos, como hicieron otros de sus predecesores. Tal vez, el obispo Vara Calderón fuese de la madera de aquel contemporáneo suyo que escribió: "(...) si no me desanimo por caído, no tengo que hacerlo por levantado, y no son mis trabajos para contarlos muchas veces". (14)

La Habana-Caracas, 1993. arriba

Citas y notas.

(1) volver “El Obispo de la Isla de Cuba a S. M., La Habana, enero 4, 1664". Archivo General de Indias. Santo Domingo 150. El doctor Juan de Santo Mathias Sáenz de Mañosca y Murillo, prelado mexicano, tomó posesión del obispado cubano en 1663, año que llegó a La Habana. Su período coincide con uno de los puntos álgidos de las incursiones filibusteras en la isla. Costeó la reconstrucción de la catedral de Santiago de Cuba, entonces arruinada. En 1667 pasó a1 obispado de Guatemala (Santa Iglesia Catedral. Lista de los obispos y arzobispos de Santiago de Cuba. Museo Eclesiástico de Santiago de Cuba. 1963, p.8).

(2) volver “Relación de lo Espiritual y Temporal del Obispado de Cuba, Vida y Costumbres de todos sus Eclesiásticos, Escritos de Orden del Rey D. Felipe III por Fray Alonso Enríquez de Almendariz, Obispo de Cuba. La Habana, 1620", en: Pichardo, H. “Noticia de Cuba". Revista Santiago N° 20, diciembre, 1975, pp. 745. Aun con los inconvenientes referidos, el obispo Santo Mathias materializó su desempeño pastoral en la ciudad y su extrarradio, con algunas más aventuradas, inclusive. De los templos de la ciudad, restauró y mejoró la Parroquial Mayor y Nuestra Señora del Carmen. En los alrededores auxilió en la creación de la Iglesia de San Francisco de Paula, anexa al hospital de mujeres (1665); edificó la parroquia de San Pedro Apóstol, en Quivicán (1667); así como el oratorio auxiliar de Nuestra Señora de los Dolores de Bacuranao (1668); y el correspondiente al ingenio San Miguel del Padrón (1668). (Leiseca, Juan Martín. Apuntes para la Historia Eclesiástica de Cuba. La Habana, 1958, pp. 371, 380, 381, 387, 400, 404).

(2B) volver En carta remitida a Madrid, a inicios de 1663, el prelado Alonso Bernardo de los Ríos, apuntaba que los clérigos de Sancti Spiritus son dados al desacato y las licencias. La población, afirma, consta "(...) de 200 vecinos". ¿Resultado de una visita o informe de subalternos? Lo ignoramos ("El obispo de la isla de Cuba a S. M., La Habana, marzo 1°, 1673. "AGI. Santo Domingo, 154).

(3) volver Marrero, Leví. Cuba: Economía y Sociedad. Playor, S. A. Madrid, 1976, capítulo 12, p. 61. En Cuba no se mostró ajeno al destino de los aborígenes remanentes, a decir de Pichardo Moya: "(...) En 1673, el obispo Gabriel Díaz Calderón organiza misiones para ilustrar a estos indios de Guanabacoa, que vivían en absoluta ignorancia". (Pichardo Moya , Felipe. Los Indios de Cuba en sus Tiempos Históricos. Academia de la Historia de Cuba. La Habana, 1945, pp. 31-32).

(4) volver Arrate, José Martín Félix. Llave del Nuevo Mundo. Antemural de las Indias Occidentales. La Habana Descripta. Noticias de su fundación. Aumento y Estados. Comisión Cubana de la UNESCO. La Habana, 1964, capítulo XXXI, p. 163.

(5) volver ídem.

(6) volver Otros clérigos callarán, escribe a dos años de estar residiendo en la Antilla, dejando
correr las cosas como están "(...) por no exponerse a un envío y veneno". Tanto mal que cunde, precisa más remedio que su sola entereza "(...) que no el que diga me hago justicia de mi mano, aunque en el interín corra riesgo mi vida...". ("El obispo de Cuba a S. M., La Habana, junio 8, 1675. AGI. Santo Domingo 154). Véase similar opinión en Torres-Cuevas, E. y E. Reyes. Esclavitud y Sociedad. Ciencias Sociales, La Habana, 1986, pp. 50-51.

(7) volver “El Obispo de Cuba a la Reina Gobernadora, La Habana, agosto 15, 1674”. AGI.
Santo Domingo 150. Probablemente la visita comenzó en octubre 6, 1673, como parece traslucirse de otra comunicación, redactada en agosto 16, 1674.

(8) volver ídem. Cuando, en 1676, el obispo informaba al rey de la convocatoria para el Sínodo
de la isla de Cuba, brindaba otra cifra, al parecer definitiva, de la población isleña: 40.463 almas. (Véase Marrero, L. op. cit., capítulo 12, p. 86).

(9) volver La Iglesia Catedral de la ciudad de Santiago de Cuba se presenta pormenor los motivos (sic) que tiene para que S. M. mande trasladarla a la ciudad de La Havana. (AGI. Santo Domingo 117, año de 1679). Correspondía, en términos de jurisdicción eclesiástica, a la provincia de Santa Helena, cuya sede radicó en La Habana desde 1574, reportándose los primeros padres misioneros en la década terminal del XVI. Desde 1616 quedó establecida formalmente la provincia franciscana de la Florida, que englobaba la isla. (Doctor Enrique Sosa, comunicación personal, La Habana, noviembre 1992; Marrero, L., op. cit., p. 101). Curioso es que en nuestro informe las regiones del extremo occidental de la isla permanecen ignoradas, no sabemos si sus datos se remitieron por separado o lo inaccesible de la región la mantuvo marginal al itinerario episcopal. Ciertamente la Vuelta Abajo resultaba el finisterri insular del siglo, aunque existe evidencia que la autoridad gubernativa poseía expediente de las condiciones de tal país. Informando a sus superiores, el gobernador Francisco Rodríguez de Ledesma, daba la noticia que a Sotavento de la capital habitaban 1.500 personas, la mayoría de ellas "(...) gente blanca y con familia y que en toda la extensión hasta Cabo Corrientes, se encontraban especialmente (...)", por toda la costa del sur, que es de muy dilatado circuito (...)", comarca esta donde aparecían la mayoría de las estancias, hatos y pesquerías. ("El gobernador de La Habana a S. M.,La Habana, mayo 6, 1679". AGI. Santo Domingo, 106).

(9B) volver “El obispo de La Habana a S. M., La Habana, junio 8, 1675". AGI. Santo Domingo 154.

(10) volver Santa Iglesia Catedral, op. cit., pp. 8-9; Arrate, op. cit., pp. 163-164; Marrero, Leví, op. cit., p.61.

(11) volver Le Riverend, Julio. “Desarrollo económico y social”, en: Guerra, Ramiro y J. M. Pérez Cabrera y otros (Ed.) Historia de la Nación Cubana. Editorial Historia de la Nación Cubana, S. A., La Habana, 1952, tomo II, p. 165.

(12) volver Marrero, L. op. cit., tomo 3, p. 232.

(13) volver Le Riverend, J. op. cit., pp. 165-166.

(14) volver Espinel, Vicente. "Vida de Marcos de Obregón", Libro I, Descanso V, en Valbuena y Prat, Ángel. La Novela Picaresca Española. Aguilar, Madrid, 1962, p. 931.

Fuentes.

ARRATE, Félix José Martín de. Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales. La Habana Descripta Noticias de su Fundación, Aumento y Estados. Comisión Cubana de la UNESCO. La Habana, 1964.
Archivo General de Indias. Audiencia de Santo Domingo. (Cuba). Legajos 106, 117, 150, 154.
GARCÍA DEL PINO, César y MELIS CAPPA, Alicia. Documentos para la Historia Colonial de Cuba. Ciencias Sociales, La Habana, 1988.
GUERRA, Ramiro; PÉREZ CABRERA, José M. y otros. (Ed.) Historia de la Nación Cubana. Editorial Historia de la Nación Cubana, S.A., La Habana, 1952.
LEISECA, Juan Martín. Apuntes para la Historia Eclesiástica de Cuba. Talleres tipográficos de Caracas y Ca. La Habana, 1938.
LE RIVEREND, Julio. La Habana (Biografía de una Provincia). Academia de la Historia de Cuba. La Habana, 1960.
MARRERO, Lcví. Cuba: Economía y Sociedad. Editorial Playor, S. A., Madrid, 1976.
MORELL DE SANTA CRUZ, Pedro Agustín. Historia de la Isla y Catedral de Cuba. Imprenta Cuba Intelectual, La Habana, 1928.
PICHARDO, Hortensia. "Noticia de Cuba". Revista Santiago (Santiago de Cuba). N° 20, diciembre 1975.
Santa Iglesia Catedral. Lista de Obispos y Arzobispos de la Catedral de Santiago de Cuba. Museo Eclesiástico. Santiago de Cuba, 1963.
TORRES CUEVAS, Eduardo. "El Obispado de Cuba: génesis, primeros prelados y estructura". Revista Santiago (Santiago de Cuba) Nºs 26 y 27, junio-septiembre 1977.
TORRES CUEVAS, E. y REYES, Eusebio. Esclavitud y Sociedad. Ciencias Sociales, La Habana, 1986.
VALBUENA PRAT, Ángel. La Novela Picaresca Española. Aguilar, Madrid, 1962. arriba

 

 
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