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Más allá de una capitulación: el gobierno de Santiago de Cuba y la pérdida de La Habana, agosto-septiembre de 1762.

Por Pablo J. Hernández González.

“...inutilizar la toma de esa plaza al enemigo, que les será difícil, o imposible penetrar en lo interior de la Isla, defendida de tanto leal vasallo..." (Madariaga a Prado, agosto de 1762).

La captura de la capital cubana por fuerzas combinadas británicas fue acogida con alborozo en la esfera de influencia americana de la monarquía anglicana, tanto como con alarmas fundadas en las posesiones de sus rivales en el ámbito circuncaribe. Sin embargo, las explicables inquietudes difundidas en Veracruz, Cartagena o San Juan, eran compartidas casi simultáneamente en Jamaica, por las autoridades de esta posesión colindante con Cuba. A poco de consolidarse la administración de Albemarle en La Habana, el gobernador jamaicano apelaba al almirante vencedor, explicando su convencimiento que, aunque la victoria parecía decisiva, las amenazas españolas no habían cesado allende los estrechos que separaban ambas islas. Indicando a Santiago de Cuba, más que a las posesiones francesas o hispanas de La Española o Puerto Rico, solicitaba que el grueso de la fuerza naval británica no abandonara su estación habanera sin tomar las prevenciones adecuadas para asegurar la integridad de Jamaica, antes de desplegar sus principales buques de línea en otros escenarios.

El temor a una combinación desde el oriente cubano o el occidente de La Española empleando milicias y regulares, la subversión de las dotaciones o el armamento de los cimarrones isleños desde la vecina Santiago de Cuba, no parecía disiparse con la victoria de agosto a orillas del estrecho floridano. Kingston proclamó la ley marcial en la isla en tanto se despachara desde La Habana un escuadrón naval garante de la integridad del territorio, como aconteció en octubre de 1762. Las felicitaciones cursadas por los mercaderes y autoridades jamaicanas por la captura de la importante plaza cubana, eran seguidas de no menos apasionadas apelaciones recordando que España aún permanecía intacta a la vista de Jamaica. (1). Justo es este el tópico que nos ocupará, la permanencia de una "frontera de enemigos" en el interior insumiso de la principal posesión antillana de España.

Como se ha expuesto antes, por los acuerdos solo una tercera parte de la Isla de Cuba podía considerarse sometida a los vencedores, en tanto el resto del territorio -sujeto a la discusión epistolar sobre su adhesión a las capitulaciones vigentes-, permaneció leal a la Corona española y su representante asentado en Santiago de Cuba, amparado en las postreras disposiciones del capitán general y gobernador habanero. La "Cuba española", mediado agosto de 1762, sumaba unos 75, 884 kilómetros cuadrados, probablemente el 41 % de los habitantes empadronados, residentes en nueve jurisdicciones capitulares y seis tenencias de gobierno correspondientes a los gobiernos de Santiago de Cuba o La Habana, si bien los espacios de la Tierra Adentro fueron transferidos al primero por Prado en despacho de 21 de agosto de 1762. Dilatado territorio que, jurando lealtad a la gobernación santiaguera, en tanto en ésta ponían en ejecución aprestos defensivos y se concebían planes para la movilización de los recursos del país, quedó a discreción de las autoridades municipales, prestas a defender sus seculares intereses y lealtades, desafiar apelaciones de subordinación a los nuevos dominadores de la capital, y prestar su concurso humano y económico al esfuerzo de fijarle límites a las pretensiones británicas según fueran perfilándose. En este empeño, las localidades actuaron con relativa autonomía dentro del acatamiento a Santiago de Cuba, pues combinaron con relativa eficacia los imperativos particulares con los proyectos generales del gobernador Lorenzo de Madariaga.

Por su condición de capital española de la Isla, su amplio frente oceánico, el valor estratégico de sus bahías y fortificaciones, la proximidad de los aliados franceses como de la británica Jamaica - donde tal consideración revestía apreciaciones de inquietud constante y generaba apelaciones a favor de actuar contra la ciudad oriental-, Santiago de Cuba resultaba ser la principal "frontera de enemigos", es decir, el frente más inmediato de una posible acción de Gran Bretaña desde el medio de su preferencia y supremacía: el océano, opción nada hipotética después del 15 de agosto de 1762, de ajustarse meticulosamente Albemarle a las instrucciones primarias de Londres.

Otra frontera, igualmente expuesta, parecía correr al oriente de los partidos capitulares habaneros desde las rías de Sagua a la bahía de Jagua, de norte a sur, pasando por Santa Clara (o Pueblo Nuevo), en las comarcas centrales de la tenencia gubernativa trinitaria. Esta región, vulnerable por su flanco marino si Albemarle y Pocock hubieran decidido una aproximación directa, pero defendible con ventaja por tierra en todo caso, limitaba con las extensas propiedades ganaderas que servían, por decisión del cabildo habanero, las necesidades de la capital isleña, en términos de abastos cárnicos. El control de tales recursos económicos revestiría a esas localidades de un significado apreciable después de las capitulaciones de agosto y la ocupación británica de la bahía de Matanzas. La conversión de Jagua y Santa Clara en el destino de refugiados y caudales, así como en la línea extrema de concentración de los recursos del país comandados por Santiago de Cuba, las convertirían en uno de los problemas estratégicos más acuciantes para los británicos durante gran parte de su dominación en Cuba.

Despachos procedentes de capitales europeas, a la par que el gozo londinense, revelaban la consternación que en España y Francia había causado la pérdida de la Isla de Cuba, que se daba por cierta con la capitulación de su principal urbe, y que tanto los funcionarios y militares españoles evacuados de allí, como gentes del común y autoridades municipales, cada vez con más insistencia, se hacían eco de un creciente criticismo del "... poco cuidado que se ha tenido en proveerla suficientemente de tropas y preparar a los habitantes de Cuba que hubieran podido de consuno con la guarnición, hecho fracasar la empresa del enemigo..." Más adelante, las mismas informaciones procedentes del puerto gaditano, hacía recaer sobre los pobladores isleños una porción substancial de la responsabilidad, al considerarlos de poco cooperadores en la defensa. Se basaban en el descontento mostrado hacia los abusos mercantiles de la Real Compañía habanera, que la Corte pareció ignorar, y hacia un aumento en los derechos de exportación azucareros, a lo que se añadía una supuesta contribución, análoga a la más fuerte peninsular, que "... los había agriado todavía mas...", haciendo que su participación fuese desganada y poco cooperativa con la guarnición. Tal dura opinión parecía ser consecuencia más de la frustración de los vencidos que de una actitud palpable en semejante contingencia. Tal alusión a la pérdida de la Isla como correspondiente a la falta de ánimo y preparación de sus habitantes, no parecía corresponderse con otras informaciones confidenciales francesas, donde se insistía en que cualquier prolongación de las hostilidades por los españoles en América o Europa podía influir en la voluntad negociadora británica, o a las solicitudes de protección de las autoridades británicas de Jamaica, por no considerar salvados los peligros regionales tras los avances de agosto. La opinión de los evacuados también podía ser contrastada en todo sentido por los mensajes emitidos por Prado, en vísperas de su embarque y los despachos reservados de los funcionarios reales encargados de los enfermos y heridos de la guarnición convalecientes en La Habana ocupada. Como se verá más adelante, la actitud vacilante de algunos mandos de las unidades regulares, fue contrapuesta por otros de las fuerzas irregulares levantadas en el país, como testimonio de las posibilidades de un curso distinto de los acontecimientos, como en su día expresaron los miembros de la comisión indagadora de la pérdida de La Habana. (2).

No mejor opinión que sus frustrados compañeros de armas repatriados por el vencedor, merecían las capacidades castrenses de la "gente de la tierra" para el estratega del Almirantazgo, almirante C. Knowles, al estudiar el significado de la captura de la principal plaza política y militar cubana, y para quien ocupar La Habana implicaba, por su propia preeminencia la sujeción añadida de toda Cuba. Tal posesión representaba una segura supremacía estratégica en el ámbito circuncaribe, la ruta del Golfo de México en manos inglesas, la liberación de numerosos buques de línea para otras misiones, la inactividad o neutralización de Cartagena de Indias, la intimidación de los franceses de La Española y la indiscutible ascendencia comercial en las Indias Occidentales. El almirante concedía a la captura habanera todas las posibilidades, y de consumarse, el mínimo riesgo, desdeñando toda existencia de un reto procedente del interior de la isla. Así, displicentemente, aconsejaba a otros marinos que una vez en dominio de las fortalezas y destacado un escuadrón naval de cuatro o cinco navíos de combate en la rada, tal presencia británica jamás sería desafiada por fuerza alguna que permaneciera en la Isla, por su total carencia de amunicionamiento o artillería para la empresa de devolver el asedio, o la imposibilidad de levar suficiente cantidad de hombres, aún si cada habitante fuese un soldado -cuyas cualidades prefería soslayar -, y en el hipotético caso de conseguir cumplir tales exigencias para un ataque desde el flanco terrestre habanero, semejante amenaza siempre podía ser conjurada con el despliegue de una poderosa fuerza naval. Al carecer el territorio insular de carreteras apropiadas en su interior, quedarían a merced de la potencia marítima británica, siendo como era presumible que semejante fuerza restauradora pudiera partir de España sin ser pronto detectada por Gran Bretaña y sus designios oportunamente frustrados. Como se aprecia, Knowles siquiera concedía la posibilidad de una resistencia medianamente local, como la experimentada por su colega Vernon veinte años antes en el mismo escenario y con parecidas apreciaciones. (3).

Con buques británicos en las estaciones de las islas de Barlovento (Antigua), Jamaica y La Habana, el dominio total de las rutas americanas y el comercio bajo su voluntad la Gran Bretaña quedaría en una posición indiscutida en el hemisferio, en tanto la guerra europea y colonial durara, en un empeño que, sin dudas, sería apoyado por los colonos continentales. Consideraba que el único espacio marítimo sensible a disposición (temporalmente) de España sería el Paso de los Vientos, natural acceso a Cartagena de Indias, que por demás, siempre estaba guardado por el escuadrón naval de Jamaica, especialmente de saberse intenciones o movimientos enemigos por el área. Optimista en su dominio de esas aguas, el Almirantazgo consideraba que Francia no haría acto de presencia tras la caída de La Habana, optando por proteger Cabo Francés, lo que dejaba al poder naval británico en posesión de la partida. Un año después del memorial de Knowles al Almirantazgo, el plan estratégico estaba consumado casi en su totalidad, pero justo a orillas del Windward Passage se iniciaría el desafío a la presencia de los británicos en Cuba, y desde Santiago -precisamente-, se intentaría su desalojo por los medios que Knowles consideraba más improbables. El gobernador Lytteton, de Jamaica, en su momento formuló una apreciación menos optimista, aunque desde el punto de vista logístico escasamente practicable, acerca de lo que la permanencia -aún pasiva -, de la autoridad de España a orillas del Paso de los Vientos, significaba para la seguridad del territorio a su mando, e inclusive, para la recién capturada isla vecina. (4).

1. La frontera exterior: Santiago de Cuba.

Cuando Prado dictó sus disposiciones finales antes de abandonar la que una vez fue la capitanía general a su mando, asentó con lucidez no muy frecuente en los documentos de los tiempos finales del asedio, una serie de normas que legitimaban la autoridad española más allá de lo que en su apreciación, constituía el territorio cedido a los soldados de Jorge III. Delimitando perfectamente un espacio extendido al este de una línea que unía los castillos de Matanzas y Jagua, se mantendrían los mismos términos de acatamiento y dominio del monarca peninsular, ratificando los derechos, fidelidades y vasallaje del vecindario, con la expresa autorización de recurrir a la defensa de sus personas y bienes por todos los medios a su alcance, y -aludiendo a símbolos de probada efectividad en toda circunstancia-, "... les inspire el propio deseo de no admitir el yugo extranjero...", en su calidad de reservas de un legitimismo aún vigente. Tal cesión de mando, como hemos dicho, revertía la autoridad suprema de la "Cuba española" en el gobernador de Santiago de Cuba, elevado a rango de capitán general y administrador supremo de toda la extensa porción de la Isla que no había capitulado, con la expresa delegación sobre todas las jerarquías civiles y castrenses de esos espacios, disfrutando de plenos poderes que Prado estimó depositar en el veterano Lorenzo de Madariaga. La apelación a la totalidad de los habitantes y representantes del poder real, ahora centrado en la antigua cabecera isleña, apuntaba a la lealtad y la obediencia, los derechos de la Corona y la fidelidad de sus pobladores en una hora trágica, con la expresa atención al empleo de todas las facultades posibles para oponerse a pretensiones de los británicos, aún desconociéndose en la Isla las instrucciones de la Corona inglesa, “... sin duda serán dirigidas a seguir la conquista...". Aunque muy diferente al tono empleado días antes al excusar el empleo de otros medios para prolongar una resistencia sugerida a la junta de generales en suelo habanero, el gobernador saliente no descartaba la indefensión en que podía considerarse el resto de la Isla que exhortaba a permanecer leal, especialmente tras la inclusión en la capitulación de la caballería regular y lanceros, los refuerzos de infantería miliciana, los depósitos extramuros de la extinta comandancia general y los recursos que pudieran haber sido transferidos oportunamente. Por honroso que fuese el legado conferido a Santiago de Cuba, no por ello mejoraba su exposición ante el empuje británico en toda la región antillana, y en especial la posibilidad de sostener su autoridad en el resto del territorio isleño. (5).

Triunfadores y capitulados compartían la apreciación, en uno u otro grado, Santiago de Cuba sería el objetivo subsiguiente a la consolidación británica en la capital, por su significado estratégico tanto por representar la segunda cabecera política y administrativa, remanente de una autoridad que se consideraba cesante, y no menos un posible acceso para los refuerzos franceses o españoles que intentaran disputar los laureles adquiridos por los ejércitos británicos en la campaña caribeña de 1762. Si bien Knowles estimaba que la supremacía naval británica confinaría tales reductos a la inmovilidad, conjurando intentonas expedicionarias, las instrucciones a Albemarle estipulaban redondear la dominación inglesa de la Isla con la captura de la cabecera oriental, y los rumores generados en la sociedad habanera que encontraron la vía de filtrarse a las posesiones virreinales, consideraban a Santiago de Cuba como la próxima de las empresas británicas en la región, al verse pospuesta la operación contra la Luisiana por el quebranto de los regimientos empleados en el asedio habanero. Newcastle opinaba a la fecha que, bien ponderadas, las consecuencias de las victorias obtenidas en Cuba serían considerables para las aspiraciones del gabinete y parlamento británicos de alcanzar negociaciones auspiciosas. (6). Albemarle había hecho evidente que la declaración del gobernador de Santiago de Cuba como capitán general y gobernador "de la Isla de Cuba", y el subsiguiente reconocimiento por numerosas localidades "... de la misma que están a gran distancia de esta plaza [ La Habana.]", creaba una situación intolerable en las comarcas de jurisdicción habanera capituladas con ella. La negativa flagrante al acatamiento de la autoridad entrañaría represalias a varios puntos, entre ellos la capital oriental, ya fuese por tierra o por mar.

Sin embargo, el conde -explícitamente-, parecía inclinarse por una operación marítima contra el resto de la Isla, una vez las condiciones de la estación de huracanes se atenuaran. Por otro lado, tales objetivos, entrañaban un riesgo logístico, pues "... están demasiado lejos para mandar tropas por tierra...". Que la capacidad de proyectarse con el poder naval era factible, da testimonio el intendente Montalvo, desde La Habana, al advertir que alrededor de una veintena de navíos de línea británicos, acompañados de fragatas y los transportes fondeados en la rada capitalina, despertaban ciertas inquietudes que estimaba era saludable trasmitir a las autoridades insulares remanentes, como a las continentales, en particular de Nueva España. Temores que, casi al unísono, eran compartidos por el ministro-negociador francés en Londres, quien consideraba probable que la victoria británica en La Habana podía significar una prolongación de las hostilidades en una próxima campaña cargada de incalculables riesgos para la parte del hemisferio bajo soberanía española.

Funcionarios habaneros afirmaban que las intenciones de los generales británicos apuntaban al remanente gobierno de Santiago de Cuba, por la pretensión de éste de reclamar la autoridad política sobre las tenencias de gobierno de Trinidad y Puerto Príncipe, como de las fortalezas de Matanzas y Jagua, lo que reputaban de desafiante y los rumores que circulaban entre los propios ocupantes eran que "... debe ir armamento suyo a la conquista de Cuba, para lograr por este medio completa la de la Isla...". No dejaba de ser como para tenerlo en consideración, por el aislamiento de la capital santiaguera, sus deficientes comunicaciones con el exterior y en especial los puertos novohispanos. El enemigo, con poderosos elementos navales en aguas habaneras, contaba con que, una vez recuperados sus regimientos de las enfermedades resultado del asedio y el verano tropical, podía considerar acciones ofensivas "para luego que refresque el tiempo... ", sabidas las condiciones más benignas del trópico antillano a partir de octubre y en particular una vez que se recibieran en La Habana refuerzos y socorros de las posesiones continentales de Norteamérica, "... de los que ya han recibido algunos...", acotaba el almirante Pocock en uno de sus despachos. El destino de la población y fortaleza de Matanzas, desamparadas de su guarnición y ocupada sin resistencia por las tropas británicas, era una palpable muestra de la vocación de los ocupantes de hacerse de los puntos más importantes de la Isla que no se les sujetaran por propia iniciativa. Santiago de Cuba, por sus apreciables recursos no debía descuidarse, era una extendida consideración entonces. (7).

Otros informes que circulaban por Santiago, La Habana, México e inclusive Cádiz, no descartaban los desplazamientos ofensivos británicos contra la "Cuba española": una comunicación al gobernador santiaguera relativa a asuntos de defensa citadina, se hacía eco de la información que el mando inglés preparaba en La Habana una expedición combinada, con tropas de tierra y mar contra la segunda ciudad isleña y poblaciones vinculadas, aunque no necesariamente de inmediato, por imperativos sanitarios y logísticos, pero no por ello se debían dejar de tomar disposiciones para asegurar la plaza y sus accesos. Los movimientos iniciados por la flota inglesa fondeada en La Habana, por instrucción del almirante Pocock fechada en octubre, parecían estar asociados a ciertas indiscreciones atribuidas a oficiales navales británicos revelando una expedición con destino a Santiago de Cuba, que habría de consistir en una decena de embarcaciones de combate y transporte, con unos tres mil soldados de desembarco a bordo, mandados por el comodoro Keppel, y que zarpó en la primera quincena de ese mes, circunvalando las Bahamas por el lado atlántico, para enrumbar por las islas Caicos camino al Paso de los Vientos, aunque para algunos observadores habaneros aquello de forzar el puerto santiaguero ahora, en una suerte de reedición de la intentona de Knowles casi dos decenios antes, sonaba a baladronada. (8).

2. La gobernación de Santiago: un vistazo a sus posibilidades en 1762.

Santiago de Cuba, en los días de la "guerra inglesa", encabezaba un distrito que representaba sobre una cuarta parte del territorio insular y el 20 % de la población total, contando con algunas características geográficas ventajosas a la hora de ponderar sus capacidades para enfrentar posibles líneas de invasión. A la fecha, la comarca de mayor vulnerabilidad para la cabecera oriental, la constituía el frente costero de unos 50 kilómetros, extendido a ambos lados de la embocadura de la bahía y la fortaleza del Morro. Al oeste, los 10 kilómetros de costa desde el puerto de Cabañas, y al este, los 40 hasta las marismas de Sigua, ofrecían considerables vías de penetración desde el mar: la brecha de máximo peligro apenas orlada con unas discretas y ruinosas fortificaciones en amplio abanico.

Enclavada en una cuenca limitada en todo su perímetro por las serranías del Cobre, Boniato y la Gran Piedra, la ciudad veía confinadas sus comunicaciones terrestres con el resto de la gobernación y la Isla, a los pasos montañosos que seguían los valles de los ríos del Cobre y San Juan. Santiago, centro determinante de la región, constituía el principal asiento poblacional y de una economía comercial "desarrollada bajo la influencia geográfica de la bahía,...". Por el flanco oriental, una serie de angostos valles costeros marcaban las posibles rutas para acceder a la capital por un espacio abierto. La bahía, considerada prácticamente inaccesible desde el océano, por la estrechez de su entrada, era reputada contemporáneamente como "... un gran puerto con la entrada al sur que está muy defendida de dos buenas fortalezas." Un derrotero de mediados del siglo XVIII la capacitaba como identación segura, hermosa y capaz de admitir buques de todo tonelaje y porte, aunque accesible con prácticos, en condiciones muy abrigadas por tierra y mar. La ciudad de Santiago, erigida a escasa distancia de la bahía, resultaba considerablemente protegida por las serranías inmediatas que la ponían a cubierto del resto del país que administraba políticamente, y del que no era habitual esperar hostilidades. Además, los pasos montañosos eran de cómoda defensa, dominando los valles exteriores desde la comunidad de Santiago del Prado, las alturas boscosas del Puerto Boniato o las proximidades de San Luis de los Caneyes. Ambas poblaciones, desde el siglo anterior, contribuían con la defensa de las comunicaciones internas. La ausencia de entidades hostiles al interior de la gobernación, tanto como el anillo montuoso que confinaba la cuenca santiaguera, concentraba el esfuerzo de quienes planeaban la defensa hacia el frente marítimo. La privilegiada posición sobre el Mar Caribe, como la vecindad de otras posesiones europeas, justificaban semejante perspectiva, históricamente demostrable. (9).

Las comunicaciones terrestres de la plaza, la enlazaban con Bayamo por el calamitoso "camino real de Cuba", a través de Santiago del Prado, sobre un terreno considerado "sobre fragoso". Desde aquí hasta la jurisdicción agropecuaria de Jiguaní, el camino se extendía por kilómetros de sendas bruscas y anegadizas, hasta alcanzar Bayamo, a unos 125 kms. , por itinerarios no mejores. Cualquier desplazamiento de tropas y recursos quedaba condicionado a los azares de caminos muy deficientes que precariamente surcaban la parte más explotada de la gobernación. Desde Santiago al este, vías secundarias que cruzaban remotos pasos de montaña, la vinculaban con los distritos ganaderos de Santa Catalina, inmediatos a la desierta bahía de Guantánamo, a unos kms de la capital local; como con Tiguabos, asentamiento serrano otros kms más adentro, ambos avanzadas agropecuarias de los vecinos santiagueros. Estas rutas procedentes de la cuenca de Guantánamo resultaban ser especialmente interesantes para la defensa de Santiago de Cuba, porque la despoblación de aquel importante accidente, resultó ser de singular peso en la seguridad de la región santiaguera.

En unas interesantes observaciones sobre el valor estratégico de la Isla de Cuba para Madrid, redactadas un bienio antes de la invasión inglesa, se observaba la importancia de la mencionada bahía para el comercio y el equilibrio del poder naval en Indias, señalándose en especial "... sus grandes puertos, su hermosura, y fertilidad y su situación...", para el control de aquellas aguas. Al discutir las vulnerabilidades de la defensa en la región oriental de la Isla, junto a una acertada apreciación sobre Santiago de Cuba, se notaba que Guantánamo era harto conocida y recurrente en las ambiciones británicas, sugiriéndose asegurar sus bahías con fortalezas y pobladores de la Isla, para seguridad del distrito y conservación de "... aquel puerto que siempre irá siendo más importante, para mantener segura la Isla, y hacerla respetar habiendo guerra." Apreciando la experiencia de 1740-1741 con el mismo adversario, resultaba desconcertante que las medidas sugeridas no hubieran sido consideradas la víspera del nuevo rompimiento de hostilidades marítimas.

Cierto tortuoso camino litoral, discurriendo por terrenos estériles, y un largo sendero por las sierras boscosas, no parecían facilitar a los santiagueros un rápido transporte de tropas para proteger la distante, mínimamente poblada pero estratégica cuenca de Guantánamo, codiciable por las potencias marítimas y tan complicado y azaroso de socorrer con tropas regulares de Santiago como casi impracticable desde la corta guarnición de Baracoa. Guantánamo resultaba todavía más significativa para la defensa del gobierno oriental y Santiago en particular, punto focal en los proyectos perspectivos de Londres en el Caribe, por ciertas bondades naturales: "... profundidad, seguridad y capacidad para albergar las mayores flotas de guerra si fuese necesario". (10). Estas, la convertían en la analogía oriental de las bases de apoyo naval que Inglaterra estableció en las grandes bahías vueltabajeras durante su acción contra La Habana, asegurando el dominio de los estrechos. En caso de una acción británica contra Santiago de Cuba, Guantánamo podía hacer el papel de abrigo de flotas, base de desplazamientos navales y terrestres, aguada y punto de aprovisionamiento, en condiciones similares a las bahías de Mariel y Bahía Honda en el occidente de la Isla. Añádase que el Almirantazgo, en Londres, poseía información relativamente fidedigna sobre tales posiciones y su influencia en el curso de los acontecimientos locales o regionales.

Por otro lado, poca ayuda podía reclamarse de Baracoa en caso de necesidad de Santiago de Cuba, tanto por sus menguados recursos humanos, como por una distancia superior a los 200 kilómetros por los caminos "más agrios y temidos de toda la Isla." Baracoa, dominando la embocadura de la Canal Vieja de Bahama, significaba bastante para los nuevos dueños de La Habana, obligada recalada de tal itinerario. Baracoa, considerada como "frontera marítima", a pesar de su imponente fortificación y baterías, se hallaba poco más que "... indefensa, y expuesta a la contingencia de ser tomada de los enemigos." La distancia de la capital gubernativa y las amenazas que parecían cernirse, hacían hipotético socorro a pesar de ser la guarnición más inmediata a Baracoa. Un territorio montañoso y selvático, casi inaccesible al trasiego caminero, confiaba la primera villa isleña a su suerte, ya fuese el último reducto propio o la potencial primera ocupación británica en la gobernación de Cuba. Para añadir incertidumbre, la denunciada indisciplina de la escasa dotación, la precariedad de los recursos y diferencias entre autoridades civiles y castrenses vulneraban las posibilidades del enclave. (11).

En términos generales, las rutas terrestres que partían de Santiago de Cuba, en virtud del relativo aislamiento poblacional y económico de la cuenca, aprovechaban las realidades topográficas y mostraban una comunicación menos cómoda con los distritos más distantes al extremo este de la gobernación -especialmente en la línea Caneyes-Santa Catalina-Baracoa-, por espacio de más de dos centenares de kilómetros a lo largo de los peores caminos de la Isla. El espacio accesible vinculaba Santiago de Cuba con sus áreas de explotación agropecuaria al norte de la gran bahía que los cartógrafos británicos llamaban "Cumberland" desde los días de Vernon. En las inmediaciones de la capital gubernativa, ésta mantenía una especial relación con San Luis de los Caneyes y Santiago del Prado, en un radio inferior a los 10 kms., sus naturales poblaciones abastecedoras, con especiales misiones de custodia a lo largo de sus respectivos litorales. Traspasados los pasos montañosos santiagueros, la capital oriental enlazaba con las comarcas de Jiguaní y Bayamo, centros agropecuarios en el valle aluvial del río Cauto, tradicionales proveedoras de Santiago de Cuba, a poco más de un centenar de kilómetros al occidente de esta. Bayamo, tenencia gubernativa, centro ganadero de primera, limitaba con su similar Holguín, extensa tenencia de gobierno, de base pecuaria también, a unos 70 kms de aquella, conteniendo en su territorio dos apreciables bahías, las de Gibara y Nipe, sobre las orillas de la Canal Vieja de Bahama. Desde aquí, el "camino de Cuba" recorría unos 200 kms hasta Puerto Príncipe, primera tenencia gubernativa perteneciente a La Habana, pero con tradicionales asociaciones familiares, municipales y mercantiles con Bayamo, y políticamente al tanto de los acontecimientos de Santiago de Cuba, al que perteneció una veintena de años antes. Debe recordarse que, independientemente de los deslindes administrativos centrados en La Habana, las palpables distancias físicas que separaban la capital santiaguera de la capital isleña, no solo se manifestaban en escalas topográficas, sino eran perpetuadas en las esferas culturales y económicas, favoreciendo una evolución paralela, pero significativamente autónoma. (12).

Escasamente vulnerable por el lado terrestre, salvo por una eventual posesión hostil del valle y comarcas del Cauto, episodio de improbable realización entonces, el "vientre débil" de la cabecera gubernativa de la "Cuba española" en 1762, descansaba sobre el Mar Caribe. Secularmente amenazada desde allí, la erección de defensas sobre la -ya por sí difícil entrada-, de su bahía había mostrado la impracticabilidad de forzarla por una fuerza naval, independientemente de su monto. Santiago consiguió prevalecer durante las incursiones navales de Vernon (1741) y Knowles (1748), gracias al complejo fortificado centrado en el Morro, sus defensas interiores y exteriores, en cuyo mantenimiento y artillado se invirtieron considerables fondos destinados a las obras ingenieras bajo la administración del enérgico gobernador Cajigal de la Vega, en la década de 1740. Durante estas pruebas, también afloraron las vulnerabilidades del flanco marítimo oriental de la plaza, tal como observaron las autoridades políticas y eclesiásticas radicadas en Santiago de Cuba, puesto que a lo largo de la Guerra de los Nueve Años, como en casi todos los conflictos internacionales desde 1701, la plaza había resultado ser una frontera imperial expuesta, blanco de alarmantes intentonas. (13).

Un extenso litoral abierto, adyacente a la entrada de la bahía y de poco complicado acceso a la ciudad; parecía ser el área a enfatizar en los aprestos del verano de 1762. La historia santiaguera mostraba desde una centuria antes, que esas caletas, ensenadas y playas, si no estaban convenientemente resguardados con vigías, obras artilladas o tropas terrestres, podían constituir la más directa forma de -flanqueando la imponente mole de San Pedro de la Roca-, tomar posesión de la ciudad por su poco protegida retaguardia. Esta brecha en el perímetro de una ciudad por demás favorecida por el terreno, se revelaba como alarmante ante el conflicto con la potencia enseñoreada de los espacios marítimos antillanos. La franja costera, de oeste a este, mostraba varias posiciones existentes de antigua data:

1. El puerto de Cabañas, a 5 kms al oeste de la bahía, accesible a embarcaciones pequeñas, con aguada y protegido por la playa de Guaycabón Nuevo, franca para canoas. Ambas, durante la guerra de 1739, fueron provistas de atrincheramientos y dos piezas de artillería, que para finales de la década de 1750, estaban "desmontados y sin guardia", frecuentadas por pescadores y contrabandistas.

2. La playa de Aguadores, extensa, abierta y con un río, fondeable para canoas y lanchas apenas a otros 9,5 kms al este de Santiago.

3. El minúsculo puerto de Sardinero, a unos cinco kilómetros de la anterior, práctico para embarcaciones menores.

4. Las ensenadas de Juraguasito, amplia, con fondeadero para embarcaciones medianas, al amparo del río homónimo; de Juraguá, profunda, con río y aguadas, tan atractiva como la primera e igualmente visitada por contrabandistas, piratas, pescadores y piratas durante los dos siglos precedentes. Ambas a unos 10 kilómetros de la capital oriental.

5. El litoral que corría por espacio de casi 80 kms al este de Santiago, contaba con numerosas playas, caletas y surgideros accesibles para cualquier invasor marítimo, en su mayoría franqueables por lanchas de desembarco u otras de poca cala, de las cuales eran especialmente sensibles los surgideros de Daiquirí y Jatibonico. (14).

Las dificultades para encarar un asalto frontal contra Santiago de Cuba, y la necesidad de dominar los puntos costeros mencionados, habían sido expresadas en una interesante comunicación del almirante Vernon, durante el anterior conflicto atlántico. En efecto, en ésta se observaba que el canal de acceso a la bahía resultaba tan angosto y los fondeaderos cercanos inexistentes, que hacían impracticable cualquier intentona de penetración desde el mar, a menos que se conquistaran los fuertes primero. Semejante operación, a juicio del desafortunado almirante, podía consumarse con relativa facilidad, "... por tropas que pudieran ser desembarcadas en una buena bahía que para ese propósito existe a pocas leguas a barlovento...", recabando del Almirantazgo un reconocimiento minucioso -entiéndase clandestino -, de los accesos inmediatos del puerto y bahía por aquel rumbo. En cualquier operación sobre la ciudad, su abierto lado oriental ofrecía potenciales incentivos para desembarcos exitosos. (15). Como luego estimarían sus compatriotas en 1762, si Santiago de Cuba era capturado con una efectiva combinación de la flota y las fuerzas terrestres, las ventajas estratégicas serían substanciales para la seguridad de la colonia jamaicana, y la navegación británica por el Paso de los Vientos, ya que se clausuraría toda vía de socorros procedentes de las inmediatas posesiones francesas, sin contar los efectos desestabilizadores para la seguridad de la costa sudamericana. Además, el destino de Santiago de Cuba sería compartido por Baracoa, desprovista de todo refuerzo, y el Almirantazgo estimaba la capital de la gobernación oriental como una interesante escalada de aprovisionamiento y abrigo marítimo mucho más atractiva que la propia Jamaica, constantemente bajo el hostigamiento de los corsarios santiagueros.

El ministro John Pulteney alentó en especial la posesión en el levante de Cuba en los círculos navales y mercantiles londinenses, tanto como en los debates parlamentarios, afirmando que si Gran Bretaña, además de consolidarse en La Habana, lograra tomar Santiago de Cuba y "... practicar un asentamiento en esa parte de la isla, y sostenerlo, pudiera ser de la mas relevante importancia,...". Comentaba en correspondencia con Vernon, que con los adecuados refuerzos podrían estar en capacidad de proteger ese distrito de la Isla contra cualquier intentona española de reconquista, aprovechando sus peculiaridades naturales, aún a sabiendas de la agresividad del trópico. Si semejante conquista se combinara con la de La Habana, las repercusiones no dejarían de ser impresionantes para los eventos europeos y americanos, de modo que de adquirir Londres la posesión de la Isla de Cuba y sus plazas fundamentales “... podríamos, tengo la confianza, mantenerla, a pesar, y en desafío, de todos los poderes de Europa". (16). Aún fracasados estos proyectos de grandiosidad hemisférica de la década de los 1740, el reconocimiento sobre las costas inmediatas a Santiago de Cuba, se consideró de suficiente peso como para actualizar y compilar informaciones hidrográficas precisas con vistas a consideraciones ulteriores, para lo cual se mantuvieron, con más o menos reserva, constantes cruceros sobre aquellas aguas. (17).

Insistamos que no era ociosa la mención específica de Santiago de Cuba como una de las opciones tras la consolidación de la misión de Albemarle en la campaña, y la adhesión de este al principio de Pulteny sobre la conveniencia de "completar la Isla", con un movimiento que asegurara el territorio más allá de los distritos habaneros, y cerrara el acceso a posibles refuerzos franceses o españoles, llevando cierto sosiego a las expectantes autoridades de Jamaica. Como se ha dicho antes, el vencedor conde de Albemarle, en medio de las prioridades militares, administrativas, políticas y logísticas que La Habana imponía, estimaba el paso como natural extensión de una alentadora campaña, y que, en términos de credibilidad de los vencedores podía ser conveniente culminar, en particular luego de la proclamación de una autoridad legitimista en Santiago de Cuba, suceso que no resultaba conveniente para las manifestadas aspiraciones de extender la soberanía británica a todo el país. Un Santiago de Cuba que invocaba la continuidad de la autoridad capitulada, desconocía los acuerdos pactados en agosto, cuestionaba abiertamente la dominación británica en los espacios de la Tierra Adentro a los que Albemarle recabó acatamiento, y que luego intentaría proseguir las hostilidades por cuenta propia levantando concursos entre las municipalidades insulares, las autoridades virreinales y gubernativas, era - de por sí -, una presencia suficientemente fastidiosa como para alentar una excursión punitiva de los británicos, o, en su defecto, para considerar una calculada demostración de fuerza que aclarara el enojoso asunto de la preeminencia política en la Isla.

En tanto Albemarle manejaba con discutible fortuna las conminaciones para que se le aceptara como nuevo "capitán general de la Isla de Cuba" y gobernador de "La Habana y sus distritos ", en un ensayo de intimidación política, de consuno con Pocock se empleó el desplazamiento de contingentes navales -surtos en el puerto habanero -, por la región antillana, como recurso de "presión psicológica" sobre las reticentes autoridades santiagueras, sobre todo con el despacho de una fuerza naval mandada por el vicealmirante A. Keppel, desde La Habana con destino a Jamaica, en octubre de ese año. Por una comunicación del propio Pocock, en la que organizaba y distribuía las unidades navales a su mando, sabemos de la presencia de un destacamento de cierta consideración en la isla vecina. Allí estaban fondeados unos 14 navíos de línea, fragatas y embarcaciones auxiliares, a pesar de los requerimientos de Pocock, el envío del convoy mercante a Inglaterra y los daños inevitables entre parte de los buques de la estación de Port Royal. Amén de aquietar los temores de vecinos, mercaderes y plantadores jamaicanos, buscaba surtir un efecto disuasivo sobre cualquier intentona santiaguera, aunque era bastante palpable que los mejores buques de línea de Jamaica permanecían a disposición de Pocock, en número de diez unidades mayores, desde inicios de la campaña habanera. Análogo a ciertos movimientos que una veintena de años antes Vernon consideró oportuno escenificar en aquellas aguas tan disputadas, Pocock, al disponer de considerables fuerzas navales, en tanto esperaba la convalecencia de soldados y marinos así como el paso de la temporada de tormentas tropicales, poco propicia para la navegación, asignó a su subalterno Keppel la conducción de nueve navíos de línea, junto con otros tres similares y un transporte de tropas procedentes de Port Royal que se devolvían, muchos de ellos pertenecientes a la base jamaicana, a la vecina isla en un proceso escalonado:

(1) en 25 de septiembre, zarparían de La Habana tres buques de combate y un transporte de tropas de Jamaica llegadas luego de la capitulación, solicitadas por las autoridades de Port Royal y Kingston;

(2) a mediados de octubre, el grueso de la fuerza, constituido por los nueve buques de batalla, abandonaría la rada habanera, se encaminaría a ocupar posiciones en la isla británica.

Como la derrota acostumbrada, por ser calificada de "más cómoda" en el orden de vientos y corrientes, desde La Habana a Santiago de Cuba, remontaba los estrechos floridanos, bordeaba las Bahamas septentrionales y se internaba en el Paso de los Vientos por el canal de las Islas Turcas e Inagua, la secuencia de tales desplazamientos a la vista de Baracoa y Santiago de Cuba, no dejaban de ser alarmantes, como la incrementada presencia naval británica en Jamaica, la más apreciable y por lo tanto presumiblemente amenazante, desde la ruptura de las hostilidades. Aunque tales navegaciones quedaran condicionadas a otras prioridades tácticas, las acciones británicas desde La Habana y las propias comunicaciones dirigidas al Almirantazgo acerca de las comunicaciones marítimas antillanas parecían inequívocas. Pocock escribía por entonces, que la campaña de Santiago permanecía como caso pendiente para el entrante año, acción esta que vendría a significar que "... por supuesto, toda la Isla quedaría sometida al gobierno de su Majestad". (18).

Santiago de Cuba, aunque disfrutaba de la condición de presidio y plaza fuerte, no estaba muy ponderada en materia de seguridad por los comentaristas contemporáneos. Ya fuese referido a sus fortificaciones, al estado de éstas o los recursos invertidos, su situación no parecía ser óptima precisamente, según alguna opinión, en todo caso el apelativo más benévolo podía ser el de "precaria", al ser comparado con su estado durante la anterior conflagración angloespañola. Por otro lado, la guarnición había hecho un acusado esfuerzo para proveer a la asediada capital de recursos materiales, pertrechos y tropas que no podían menos que disminuir sensiblemente las posibilidades de conservar su integridad en una intentona medianamente decidida a consumar la desaparición del poder español en el oriente isleño.

En sus observaciones a la Corona, Nicolás Joseph de Ribera expuso la debilidad de las defensas estáticas de la plaza, en especial el castillo de San Pedro de la Roca, estructura que, no obstante lo impresionante de su perspectiva, su capacidad de resistir un formal asedio de una armada y ejército regulares, estaba comprometida a la sazón por la cortedad de su personal de artillería, el cual, además, parecía poco familiarizado con sus funciones. Semejante estado justificaba las frecuentes reclamaciones a Madrid, solicitando incrementar la cantidad de bocas de fuego, la nómina de artilleros y fortalecer el primer escalón defensivo a lo largo del litoral inmediato, de modo que, como se apuntaba por varios observadores del estado de cosas en Santiago, pudiera superarse, el patente "... descuido que suele haber en sus fuerzas principales.", algo que era de antiguo abundan los testimonios angustiosos de las autoridades santiagueras en diversas crisis internacionales, afirmando la falta de hombres y medios para poder guarnecer los puestos exteriores, castillos y emplazamientos en el recinto y sus litorales, que se estimaban demasiado abiertos para descuidarlos, o poco provistos para largos enfrentamientos. (19).

En términos defensivos, el gobierno de Santiago de Cuba, contaba, en vísperas de la declaración de hostilidades entre las cortes británica y española, con una particular distribución de recursos tanto en la capital, como en las tenencias de gobierno y plazas marítimas subordinadas. Según informes capitulares, desde la ascensión del gobernador Lorenzo de Madariaga (1754), los esfuerzos relativos a la defensa no habían escaseado, en orden a crear una reserva permanente de víveres -carnes saladas, viandas, casabe-, y a la considerable mejora de los caminos locales que enlazaban los distintos partidos "del campo"; y a una constante vigilancia el sector costero. Además, la guarnición era sometida a continuo entrenamiento en sus tareas y posiciones, en tanto que el gobernador insistió en atender personalmente el ejercicio de las milicias, atendiendo su organización de manera que, en algunos años, estaban “... tan disciplinadas como la tropa arreglada provistas todas las compañías de los oficiales correspondientes...", hasta el grado de subteniente. Años después, en reconocimiento a la gestión de Madariaga en su puesto, el cabildo santiaguero exponía a Madrid lo consecuente de la política de aquél de asegurar la fortificación de los espacios vulnerables de Santiago, al emplear tropas de dotación en la protección de las costas por tierra y mar, con innovaciones para este último caso, al establecer "patrullas en piraguas", orientadas a escudriñar las costas del norte y del sur de la gobernación, sin excusar puertos o caladeros, en cooperación con otros servicios de patrullaje, "... mezclando en algunas ocasiones corsos de guardacostas...", algo entonces en la prioridad de La Habana y Madrid.

No deja de ser ponderable la preocupación de Madariaga, quien era un experimentado veterano de la real guardia, en la instrucción de las tropas regulares: ejercicios de fuego, maniobras de formación, alardes de armas dos veces semanales, y dos mensuales las de tiro vivo, algo que añadió rigurosidad al profesionalismo de sus veteranos. Por otro lado, el gobernador endureció los requerimientos de la disciplina cuartelera, punto débil de muchas dotaciones sujetas a prolongados períodos de inactividad. Bajo la divisa de " la generosidad al puntual y la pena al negligente", Lorenzo de Madariaga hizo efectiva su autoridad en todo caso y ocasión. En este sentido, no deja de ser interesante resaltar las rigurosas inspecciones anuales -que el gobernador personalmente realizaba-, de todas las unidades regulares y milicianas destacadas en Santiago de Cuba y la vecina Santiago del Prado, por algo más de una década, así como irregularmente, a las principales tenencias gubernativas, como el caso de Bayamo, en 1761.

Respecto al siempre sensible asunto de las comunicaciones interiores, del estado de los caminos locales, que alguno que otro contemporáneo hizo notar lo penoso de una condición que excluía la mera denominación, Madariaga intentó paliar un secular abandono, siendo uno de los más meritorios logros de su administración el haber mantenido abiertos y transitables los caminos del distrito, al destacar cuadrillas de trabajadores a cuenta del estado, a la labor de mantener expeditos los accesos desde Santiago a los diversos poblados, embarcaderos y litorales donde se encontraban destacamentos avanzados, en operaciones contra contrabandistas y posibles reconocimientos. Madariaga tampoco restringió su afán disciplinario a los acantonamientos, sino que lo proyectó al país, por medio de inequívocas instrucciones a las autoridades municipales y a los militares destacados a lo largo de su distrito, para abandonar cualquier laxitud con los desertores y prófugos, quienes debían ser remitidos a Santiago. Para ello, protagonizó frecuentes inspecciones a los partidos rurales.

Con relación a los vecinos y estratégicamente situados poblados agro-ganaderos de Santiago del Prado y San Luis de los Caneyes, problemático el primero desde los iniciales decenios del siglo por las constantes intranquilidades de los negros esclavos que faenaban las vetas cupríferas, Madariaga consiguió estabilizar la situación con energía y tacto, con la reunión de numerosos esclavos dispersos o fugados por diversas localidades y haciendas, con garantías para los alarmados vecinos y propietarios; en tanto que en el segundo, antiguo "pueblo de indios", por su carácter de secular proveedor de alimentos para la capital oriental, y eslabón defensivo en su flanco este, dispuso reasentar a los mestizos desplazados, y así garantizar la continuidad de las estancias contra las presiones de los ganaderos y azucareros santiagueros, "... aposesionándoles en un pedazo de tierras, que les tenían usurpado...", si bien, de atenernos a la opinión descarnada y de pocos compromisos con los grupos de poder del obispo Morell, en los tiempos de la guerra con los ingleses, los mestizados descendientes de los aruacos perdían gradualmente los egidos comunitarios que disfrutaban desde mediados del siglo XVI, a favor de la agricultura y pastoreo comercial de criollos y europeos. Las medidas gubernativas en San Luis de los Caneyes, al reafirmar los principios e intereses que llevaron a la creación de tales comunidades dos siglos antes, a la par que las obvias implicaciones de seguridad local, apuntaban a un acto de justicia agraria. Al mencionarlo en su despacho a la corte, los síndicos de Santiago concluían que por tal razón la comunidad se había estado recuperando demográficamente, aunque las opiniones eclesiásticas no compartían semejante optimismo, entonces.

Otros partidos rurales, como Tiguabos, Guantánamo y Mayarí, alcanzaron apreciable expansión económica bajo la administración de Madariaga, especialmente en lo que a los ganados se refería, lo que venía a ser vital para el mantenimiento del flujo de abastecimientos para la plaza y sus fortalezas, indispensables en la eventualidad de un asedio, y con la ventaja de proceder por líneas interiores, a considerable distancia de la artillería de las presuntas escuadras adversarias. Con semejantes seguridades, a decir del cabildo, la gobernación santiaguera, arribaba a la década de 1760 con una apreciable porción de sus costas (léase las de la jurisdicción de Santiago, en lo fundamental) cubiertas por destacamentos de tropas regulares, en "ambos mares", con las consiguientes reducciones del contrabando, los pillajes de naufragios, la seguridad de pesquerías, como mantener la integridad de vastos espacios despoblados, con atractivas localidades como aquellas de las grandes bahías de Guantánamo y Nipe. Ribera, de ordinario agudo cronista y crítico, consideraba en términos positivos las disposiciones implementadas en el último lustro por el gobierno de Cuba, en particular en lo que a proteger aquella descubierta y tentadora costa inmediata a la ciudad, secular avenida de invasiones en 1554, 1662 y 1741. Madariaga y sus oficiales, como el obispo Morell en su día, podían extraer generalidades del relato de las ejecutorias de un Jacques de Sores, un Myng o un Wenthworth. (20).

Contando que por puro interés local el ayuntamiento santiaguero celebrara la gestión de un competente gobernador, bajo cuyo primer período de administración la relativa riqueza de las jurisdicciones pudo fomentarse sin sobresaltos o litigios, otros escritores de la época no parecen poner en duda el entusiasmo municipal, ni aludir a inconfesables favoritismos. El tantas veces citado obispo Morell, probablemente la más depurada inteligencia de la isla entonces e indispensable referencia para el estudio de las comarcas interiores de la Isla mediado el setecientos, poco proclive a laudatorias inmerecidas, nos ofrece una equilibrada apreciación de Santiago, no desprovista de juicios severos sobre la condición y trato de los mestizos aindiados del Caney, que no le ponían precisamente en los mismos acordes complacientes de los munícipes. Sin embargo, en la apreciación general coincidiría con Ribera, quien exponía tiempo después ciertos juicios que calificaban positivamente la gestión de Madariaga, algo que los historiadores posteriores han venido confirmando. Sin embargo, si civiles y religiosos ponderaron al gobernante, el estamento castrense emitiría ciertos informes que, como resultado de las presiones e incertidumbres de la guerra inglesa, pondrían, al menos temporalmente, en entredicho las virtudes de mando del antiguo integrante de la guardia de palacio.

3. Defensas estáticas y recursos humanos.

Las fortificaciones de Santiago de Cuba, en 1762, habían sido calificadas de "casi imbatibles" en caso de un asalto convencional por el lado del mar, donde se levantaba el Morro, pero cuya cortedad de dotaciones, medios y preparativos por igual le sustraía potencialidades de resistencia. Al interior de la plaza, la antigua estructura del convento de San Francisco calificada como "castillo" desde el siglo precedente, era catalogada como obra "lamentable", en caso de hostilidades en la ciudad. Sin embargo, el frente marítimo se consideraba sólido, pues la mole del Morro - superadas sus deficiencias -, combinada con la fortaleza menor de la Estrella, lograban una posición "... muy defendida." Los sistemas de estacadas y emplazamientos de artillería en el litoral oeste de la ciudad parecían menos formidables; en cambio en aquellos ubicados en la costa este las defensas parecían contar con mejores posibilidades, especialmente el desembarcadero de Aguadores, que se mencionaba como "inexpugnable" por su situación, aunque otras posiciones vecinas no parecían corresponder a tales auspicios, si no recibían una substanciosa infusión de hombres y cañones. Contamos con varios estados defensivos de la plaza de Santiago, elaborados por las autoridades apenas unos años antes de la crisis de 1762, que pueden ilustrar ciertas apreciaciones. Existe una revista minuciosa, ordenada por el gobernador Madariaga con la intención de establecer el verdadero monto de los medios a su alcance y así recurrir a Madrid en demanda de pertrechos y fondos para uso de su gobierno. Tales estados, permiten detallar el estado defensivo santiaguero - intramuros y litoral -, además del correspondiente a Baracoa, natural prolongación del sistema de la capital. En lo que a la artillería se refiere, la plaza contaba con tres complejos singulares, pero complementarios en sus respectivas asignaciones:

(a) Artillería de la plaza propiamente dicha, montada en el castillo de San Francisco, intramuros, y la batería de la plaza de Armas. En ambos casos, los proyectiles adicionales se encontraban en los depósitos del propio antiguo recinto franciscano, sumando 110 cargas.

(b) Artillería del complejo fortificado del Morro. Aquí, siete baterías, correspondientes a posiciones y baluartes específicos, contaban con más de medio centenar de piezas. Para su empleo, los almacenes contaban con más de trescientas arrobas de pólvora, más nueve mil proyectiles de artillería de múltiples calibres, como también de medio millar de fusiles y bayonetas, varios millares de granadas de mano y otros pertrechos.

(c) Artillería de los puestos costeros de la plaza: Cabañas, Guaycabón, Aguadores, Juraguá Grande y Juraguacito. Estas avanzadas disponían de 59 cañones y pedreros y una media de once proyectiles por boca de fuego. (21).

De acuerdo con el citado documento, concienzuda revista que honraba la observación de los munícipes dos años antes sobre la meticulosa observancia de los elementos a su mando practicada por el gobernador en funciones, el sistema defensivo de Santiago de Cuba, entendiéndose por tal aquel que incluía el recinto citadino, el complejo fortificado del Morro, los puestos avanzados de Cabañas, Aguadores, Juraguá y Juraguacito, añadida la ciudad de Baracoa, extremo del cordón protector de la gobernación, que al momento de celebrarse la inspección ordenada por Madariaga: (1) artillería: con 184 cañones útiles de todo calibre y 20 fuera de servicio; (2.) municiones : consistían en 9,930 cargas y proyectiles de todo tipo, con un déficit de 38,899 para considerar que la plaza estuviera en disposición de resistir un asedio; (3.) pólvora: en este apartado, las carencias eran alarmantes, pues de seguir a los inspectores, apenas existían en los almacenes unas 1,447 arrobas utilizables, necesitándose 5,452 para afrontar las demandas que generaban las baterías en servicio.

Para uso de las unidades de infantería y granaderos permanentes, las milicias u otras fuerzas vivas que se convocarían en caso de alarmas u hostilidades de los adversarios, en los depósitos del cuartelmaestre, solo se contaba con un millar de fusiles necesitándose como mínimo cinco veces más, unos 4,998; para servir estos eran precisas 672,572 balas, de las que apenas se contaban 56,628; las bayonetas por omisión de 3,858, apenas rebasaban algo del millar y las piedras de fusil, estaban en la mitad de las necesarias, careciéndose de 2,240 unidades. Los pertrechos indispensables como cuerdas de media, hierro, plomo y azufre eran deficitarios, observaba el oficial de cuentas. A tales carencias, debían anotarse ciertas cantidades, nada despreciables de pólvora, metales y otros elementos, empleados por las tropas en ejercicios así como en obras de fortificación practicadas en estas localidades en los cuatro años precedentes. (22).

Una valoración posterior del sistema defensivo santiaguero, tras una detallada revista practicada por un recién desembarcado gobernador y capitán general isleño, en Santiago de Cuba, el castillo del Morro, el puerto, la fortificación y guarnición correspondiente, haciendo lo mismo en la bahía de Guantánamo y río homónimo, ensenadas y surgideros de Juragua grande y chico; ensenada y batería cerrada de Aguadores, todos ellos, en su opinión; de naturales ventajas "... y debilidad de su situación y terreno...", en vista al fomento de poblaciones, por lo que cursó las correspondientes directrices, "... para mayor ventaja del real servicio.", trasluciendo ciertas observaciones no muy favorables a la gestión local. Observó, sin embargo la oportuna organización miliciana en Santiago del Prado, cuyos integrantes, esclavos dedicados a las labores agrícolas para la provisión del vecindario de la ciudad cabecera oriental, estaban bien estructurados en compañías, uniformadas y entrenadas al uso de los regulares. La población, dominando un acceso terrestre y áreas de subsistencia de Santiago, estaba bien dispuesta "... para el servicio de su majestad cuando fuese menester,...". Acerca de Santiago de Cuba, la visión es menos positiva, al considerarla depauperada por la ausencia de comercio por la vía de su "... famoso puerto...", sugiriendo al destinatario peninsular, medidas que alentaran la explotación de los recursos y terrenos de una localidad estratégica para la seguridad española en el hemisferio. Es interesante contrastar la más reservada apreciación del regidor Ribera, que lo consideraba lejano de ser vulnerable. No obstante, en la misma línea, ambas apreciaciones convergían en considerar que un fomento comercial que valorara las potencialidades del país, contribuiría considerablemente a su seguridad estratégica al estimular el aumento de la población, los recursos pecuniarios al alcance de las autoridades y la erección de nuevas fortificaciones y asentamientos en la jurisdicción. (23).

Respecto a las fortificaciones, se hacía saber a Madrid, que de la inspección gubernativa de inicios de 1761, Santiago de Cuba, "... sus castillos y puestos de su jurisdicción...", contaban para su conservación de unos elementos de fuego incompletos, asegurando que la plaza precisaba de 32 cañones y 11,255 proyectiles correspondientes a estos. A la fecha, pues, no parecía haberse compensado el déficit expuesto en la anterior inspección de los oficiales del gobernador Madariaga, que Prado venía a ratificar en su informativo al ministerio, la exposición del amplio frente marítimo en que radicaban las defensas exteriores de la gobernación subordinada. (24).

4. La tríada defensiva.

Como otras plazas fuertes españolas contemporáneas, Santiago distribuía sus elementos humanos en particulares nominaciones organizativas vinculadas a las misiones de cada cuerpo. Así, existían las unidades de dotación regulares, asignadas al complejo fortificado; los refuerzos de operaciones, unidades peninsulares temporalmente asignadas a las regiones americanas y las milicias locales, como reserva. (25). Señalaremos la estructura de la guarnición de acuerdo a este patrón común:

a.- Ejército de dotación: Un reglamento, en cuyos particulares se disponía de la organización de las unidades, oficialidad, administración, fondos y pertrechos, sanidad, culto y otros menesteres para la guarnición santiaguera, fue emitido para La Habana, Santiago de Cuba y la Florida en 1753 en el cual se asignaba a la plaza oriental, dentro de la organización del denominado Regimiento Fijo de La Habana, un destacamento de artillería para sus fortalezas, otro de caballería en servicio de dragones, así como las correspondientes fuerzas de infantería de línea. En tal reorganización, la oficialidad de los cuerpos asignados a Santiago, como en el resto de las plazas, tendría a su custodia la inspección y mando de las milicias de infantería y caballería locales. En el presupuesto destinado a esas tropas, se asignaba una nómina total de 2,640 hombres de las tres armas- si incluir las respectivas planas mayores- para la defensa de Santiago de Cuba y San Agustín de la Florida, y cuyo sostenimiento debía cubrirse con el situado novohispano. Ambas guarniciones -que en realidad jamás consiguieron alcanzar sus cotas de dotación óptima-, aunque con misiones de alcance regional, estaban sujetas a las decisiones estratégicas de la capitanía general de La Habana, en caso de posibles escenarios bélicos, con vistas a mejor defensa del territorio según los recursos humanos y materiales disponibles. Estos cuerpos de dotación permanente estaban integrados por unidades voluntarias peninsulares, pero las contumaces carencias de reemplazos obligó al reclutamiento de criollos y a la aceptación de levas forzosas peninsulares, evento común a todas las plazas cubanas y floridanas, ahora unificadas bajo un mando centrado en La Habana. (26).

Del Fijo habanero poseemos dos revistas previas al conflicto con el inglés que nos ilustran sobre los soldados regimentales en destacamentos en la plaza santiaguera, bajo los auspicios del gobernador Madariaga, quien tuvo entre sus primeras responsabilidades implementar la nueva organización castrense isleña. De acuerdo con el primer documento, fechado a finales de 1759, tres piquetes regimentales estaban a cargo de proveer protección regular a la plaza, fortificaciones, puestos litorales y cabeceras jurisdiccionales sujetas a Santiago de Cuba, en total 265 efectivos en revista. Estas unidades, como regla, guardaban la plaza y sus depósitos con poco menos de la mitad de los efectivos disponibles, a saber 11 oficiales y 115 clases y soldados; en tanto que las fortificaciones y puestos litorales, amén de cabeceras jurisdiccionales más relevantes, eran protegidas por una fuerza ligeramente superior, formada por 13 oficiales y subalternos, y 126 clases y soldados. A la fecha, el 47,5% de la guarnición respondía a deberes de guardia y custodia de la ciudad, en tanto el 52,4% cubría el Morro, el sistema de puestos marítimos avanzados desde Cabañas a Guantánamo, como Mayarí, ya que no existían efectivos asignados a operaciones de partidas en la jurisdicción. La media de cada uno de los tres piquetes, de los cuales no se especifica procedencia de unidades, estaba constituida por menos de una decena de oficiales y subalternos y alrededor de ochenta clases y soldados reglados. (27).

Algo más de un año después de la citada revista, un cronista contemporáneo emitía una comunicación sobre el destacamento del regimiento Fijo de la capital en Santiago, le atribuía una nómina de 440 hombres, "comprendiendo los sargentos, artilleros y tambores, con los respectivos capitanes y oficiales subalternos", todos procedentes de los cuatro batallones de línea de la plaza habanera, así como de las fuerzas montadas y de artillería allá existentes. De las tres armas asignadas a los presidios de Cuba y la Florida, según el reglamento de 1753, debían estimarse en plantilla 2,640 alistados según el presupuesto anual aprobado para la defensa isleña, a expensas de las cajas mexicanas. Como muestra mínima, la cantidad asignada inmediatamente de ser emitido el reglamento, ascendía a 488,919 pesos, en tanto que para el año anterior a la ruptura de hostilidades entre Londres y Madrid durante la guerra de los Siete Años, se elevaba a 489,879 para usos de tropa y estado mayor. (28).

Una muy completa información acerca de la guarnición santiaguera, procede de una revista que inicia el año 1762, donde se expresa con particularidad la estructura orgánica de las unidades de dotación procedentes del regimiento radicado en la capital insular. De acuerdo con esta, las tropas ya no se organizaban en tres piquetes, sino en grupos o batallones, cada uno integrado por una compañía de granaderos y cinco de fusileros de infantería regular. Un primer batallón, con cinco oficiales y subalternos, y 63 entre sargentos, clases y soldados, para un total de 67 efectivos. Un segundo, contado con siete oficiales y subalternos, más 73 clases y soldados, sumando 80 soldados. El tercer batallón habanero, con apenas dos oficiales y 58 hombres entre clases y soldados, con una plantilla de 60; en tanto el cuarto y final, con una menguada oficialidad subalterna (dos) y 60 entre sargentos, cabos y soldados, con un total en nómina de 62 efectivos. El total de los efectivos regulares con que estaba dotado permanentemente Santiago de Cuba, por los días de la ruptura de hostilidades con Londres, había variado relativamente poco, de unos 265 alistados tres años antes, a 269 miembros de la guarnición contabilizados en 1762. Contrástese esta información producto de la meticulosidad de Madariaga, correspondiente a la realidad de la guarnición, con el estimado reglamentario que cita el cronista Arrate en su referencia a las defensas de la Isla. De seguir las revistas practicadas y contrastarlas con los datos ideales de los cronistas tempranos, pudiéramos justificar las apreciaciones del gobernador de la plaza y el castellano del Morro que, mediado ese año de 1762, advertían a sus respectivos superiores de la insuficiencia de recursos humanos de la guarnición regular, algo que también había acotado antes Ribera en su informe a la Corte. Asumiendo el estimado reglamentario, la guarnición santiaguera contaba a inicios de la intervención española en el conflicto atlántico, con un déficit del 38,9 % de su nómina óptima. (29).

A la altura de la pérdida de La Habana a manos de los regimientos británicos, una inspección practicada al evacuado "Fijo de La Habana", arroja información interesante sobre la fuerza al servicio del segundo gobierno de la Isla. Cuatro destacamentos procedentes de análogos batallones, sumaban 280 alistados entre oficialidad, sargentería y soldados, distribuidos según el vigente reglamento: el destacamento del primer batallón estaba compuesto de 72 efectivos; del segundo batallón, estaban destacados en Santiago un total de 76 hombres en nómina. El contingente del tercero sumaba 62 efectivos disponibles. Del cuarto batallón habanero, 64 fusileros y granaderos permanecían en la capital oriental.

Tales elementos de dotación permanente, mantenían su presencia en las estructuras de la ciudad, el complejo fortificado del Morro, los puntos avanzados del litoral y en ciertas cabeceras de tenencias donde cooperaban con las autoridades en el adiestramiento de las milicias municipales, en tanto que se encargaban del sistema de postas oficiales. Los 280 alistados en plantilla, en agosto de 1762, constituían un discreto crecimiento en las tropas santiagueras: algo más de una decena de efectivos con respecto a las revistas de inicio de año, lo que no alteraba significativamente la dotación, mantenida en una constante "insuficiente", si creemos el juicio de las autoridades locales. Sin embargo, debemos apuntar que si consideramos los refuerzos santiagueros puestos a disposición de La Habana, y por tanto alejados de las revistas hechas en la plaza por esos días, el monto total de los efectivos venía a ser substancialmente menor. (30).

b. Ejército de refuerzo. Unidades consideradas como "de operaciones" en América, sirviendo en ultramar durante temporadas determinadas, de acuerdo con las necesidades reales. Compuesto de unidades peninsulares. Se destinaban a aquellas plazas expuestas a ataques del adversario, y una vez superadas semejantes crisis debían reintegrarse a sus bases metropolitanas. Uno de sus áreas fundamentales de presencia lo constituían las plazas marítimas del Caribe, en su condición de frontera política durante los conflictos angloespañoles del segundo tercio del siglo XVIII. De acuerdo con Gómez Pérez y Marchena, junto con alistados voluntarios, estos cuerpos se nutrían de los individuos menos disciplinados de cada batallón o regimiento, desertores indultados con el destierro, o cuerpos regimentales en plan de régimen disciplinario colectivo, lo que no contribuyó a la mejoría de las capacidades combativas en su destino, en las siempre ávidas de personal unidades de dotación. (31). En lo que a la guarnición de Santiago de Cuba concierne, la aparición de estos refuerzos se hará patente ante la inminencia de la incorporación de Madrid a la coalición antibritánica, en virtud de una disposición real de inicios de 1761, que ordenaba la remisión de navíos de combate y tropas peninsulares a América, como medida preventiva dado el sesgo de los acontecimientos atlánticos, para tener “...sus plazas en el mejor estado, y fuerza marítima, que les auxilie...", alentándose a virreyes y gobernadores a mantener buenas relaciones con los aliados franceses, y ser recelosos ante circunstancias imprevisibles.

Así, se notificaba al gobernador de Santiago de Cuba, que la escuadra del marqués del Real Transporte, integrada por seis navíos de línea, desembarcaría cuatro compañías de tropas de refuerzo para la plaza a su mando, medida que experimentó contraorden poco después, avisándose al gobernador Madariaga que, por real decisión, solo se le asignaran tres unidades de combate y el resto pasara a cubrir las necesidades defensivas de La Habana. Para fines del propio 1761, en la capital oriental, anclaba el buque "Galicia", conduciendo pertrechos y 200 dragones para que se dejaran en el país. Tras una junta entre el gobernador, el capitán de navío José de Aguirre y el coronel de dragones Carlos Caro, debía determinarse la porción de la fuerza que sería dejada en Santiago y la parte "...de esta tropa [que] pueda cómodamente transportarse... a La Habana." Esta fuerza y navío, coincidían prácticamente con la comunicación del Consejo de Indias a las autoridades españolas en los territorios ultramarinos sobre las consecuencias de la ruptura diplomática con Londres, aunque no se hubiera hecho público el asunto, para que se tomaran las disposiciones correspondientes para asegurar la integridad de los territorios a su mando. Madrid comunicaba a La Habana y Santiago de Cuba, que la corte había determinado embarcar con destino a la primera, 200 montados con sus correspondientes oficiales, sillas y efectos, al mando de un coronel veterano, por ser asunto de "urgencia y prioridad". (32).

Especificando el tópico de los refuerzos, un despacho metropolitano insistía en incrementar la presencia naval española en aguas americanas hasta seis navíos de línea procedentes de Cádiz, a cuyo bordo iban dos segundos batallones de los regimientos de Aragón y España, de los cuales se destinarían dos compañías a la guarnición de Puerto Rico, cuatro a Santiago de Cuba y el resto a la plaza habanera. El mismo enfatizaba a los representantes de la Corona en las citadas islas, que ésta deseaba "...se viva con precaución, y tener a este fin más que guarnecidas sus plazas, y fuerza marítima que las sostenga,...". Para ello era preciso conseguir toda la cooperación posible entre los gobernadores, los oficiales navales y los generales de tierra en cada una de las plazas en cuestión. Tal intención era confirmada en nuevos despachos a La Habana y Cuba, donde se informaba que la escuadra fondeada en El Ferrol transportaría unidades peninsulares tomadas de los segundos batallones de los citados regimientos de Aragón y España, especificando cuales compañías serían asignadas al servicio de Santiago de Cuba. Sin embargo, tal decisión sería revocada un mes más tarde, al reducirse las tropas destinadas a Santiago, a favor de la capital. Elecciones como estas, como luego se admitiría, mostraban la predilección estratégica de Madrid en la Isla, que apuntaba a asegurar la escala de los mercantes y caudales indianos. (33). De este refuerzo peninsular quedarían destacados en Santiago de Cuba alrededor de unos sesenta efectivos, además de una veintena adicional dispersa por diversas localidades de la Tierra Adentro, para inicios de la campaña británica. (34).

Una expresión de esta política de refuerzos peninsulares la constituye la asignación de una escuadra a la defensa de la región oriental de Cuba, si bien subordinada a apoyar la capital insular en caso de acciones enemigas. Al efecto, con cargamento de artillería, pólvora, munición y útiles de campaña, además de tropas destinadas a las Antillas españolas más expuestas, salieron de Europa los buques mandados por Juan Bautista Erazun, -tres navíos de línea, un bergantín y tres embarcaciones mercantiles procedentes de El Ferrol-, a los que luego se les agregaría otra embarcación de comercio gaditana. Tras recalar, dejando refuerzos, en Santo Domingo, arribaron a Santiago de Cuba (enero de 1762), con instrucciones específicas a su comandante de mantenerse, con sus embarcaciones, en la localidad, "hasta nueva orden". La escuadra de Erazun aportó fuerzas terrestres a una plaza urgida de ellas, conforme a la siguiente composición:

(a) un estado mayor, oficiales superiores navales, capellanes, personal médico y de maestranza, algo más de una treintena de individuos en total;

(b) varias compañías de los segundos batallones de Aragón y España, con 20 sargentos, 75 tambores y cabos, y 477 soldados;

(c) del cuerpo de artillería, unos 89 condestables, cabos y artilleros;

(d) algo menos de un centenar de individuos sumaban los oficiales de mar, incluyendo pilotos, contramaestres y todo tipo de personal de a bordo. Agréguese a esto, 466 artilleros de mar, 747 marineros, 738 grumetes y 120 pajes, más un centenar de personal de servicio de la oficialidad.

En total, la escuadra fondeada en la bahía santiaguera, al momento que nos referimos, contaba con 2,391 plazas cubiertas, si bien no todas ellas destinadas a la guarda de la ciudad y sus fortificaciones. De cinco navíos de línea que llegaron a constituir la fuerza remitida desde puertos gallegos y andaluces al Caribe vísperas de las hostilidades con la Gran Bretaña, tres quedarían en Santiago, uno pasaría a Cartagena de Indias y otro a La Habana, en tanto la fragata y un bergantín permanecerían en la bahía santiaguera, dando respiro a sus alarmadas autoridades ante la inminencia de operaciones británicas en la región. (35).

Con estos refuerzos, según revista practicada en la plaza por indicación del gobernador Madariaga, la guarnición santiaguera aumentó en apreciable número los elementos regulares en su distrito, de modo que la aportación hecha por las tres compañías del regimiento aragonés, dos de ellas integradas por 59 efectivos entre oficiales, clases y soldados; una tercera, con 56 en los mismos términos, para una plantilla de 9 oficiales y 174 alistados, teniendo este cuerpo 181 efectivos destacados a lo largo de la gobernación oriental. De las siete compañías de granaderos y fusileros de Aragón, el resto pasaría a servir en La Habana (en número de 278 efectivos de todo rango), para una nómina de 489 hombres, a los que debemos añadir una treintena de efectivos cubriendo posiciones en diversos puntos de la Isla. (36). Si añadimos estos dos centenares de tropa peninsular de refuerzo a los efectivos de dotación permanente de la ciudad, numerados en 269 (enero de 1762), podemos considerar que Santiago de Cuba, duplicaba con creces sus tropas regulares, es decir, unos 450 alistados, lo que parece coincidir con los estimados que los investigadores acostumbran admitir para el mando del gobernador Madariaga, al que se habían agregado elementos de dos escuadrones del regimiento de dragones de Edimburgo, que debían obtener sus cabalgaduras en la Isla, y que aumentó la fuerza de caballería santiaguera, formando "... un escaso regimiento amalgamado con las antiguas compañías de la misma arma...", de medio centenar de jinetes. (37).

En materia de artillería, las revistas practicadas en la plaza santiaguera parecían expresar aquella cortedad que Ribera había apuntado poco años antes, pues de las compañías artilleras correspondientes a las dotaciones habaneras, aparecen destacados en Santiago de Cuba 21 artilleros, armeros y 2 cabos, al mando de un teniente, sumando 24 alistados. Los estados consultados muestran una declinante tendencia entre las dotaciones, de por sí insuficientes para servir las piezas instaladas en las fortificaciones y puestos avanzados: apenas 24 hombres para servir 184 piezas útiles de todo calibre. Comparativamente, la tropa artillera santiaguera era apenas algo más de la mitad de la destacada entonces en San Agustín de la Florida, y menos de la sexta parte del total de las fuerzas en servicio activo en plazas de la Isla. (38).

Apuntado el estado de la guarnición permanente y las unidades peninsulares de refuerzo, al momento de atacar Gran Bretaña en la región occidental de la Isla, no se reputaba a Santiago de Cuba como una plaza en condiciones óptimas, al no contar con elementos de dotación profesional superiores al medio millar de individuos, en toda la superficie administrativa que debía proteger, de los cuales -según un prudente estimado de entonces-, la mitad estaba aquejada en diversos grados de enfermedades tropicales. Al instante de la evacuación de las fuerzas militares de España en la jurisdicción habanera, el conteo de aquellas las elevaba a 291 hombres, incluyendo la oficialidad. La precariedad de las fuerzas vivas de la cabecera oriental era ampliamente confirmada por este y otros documentos contemporáneos y posteriores. (39).

c- Las milicias. El tercer componente de la tríada defensiva americana del Dieciocho, poseía una particular relevancia en materia de recursos humanos disponibles para las necesidades de Santiago. Las milicias, como se ha dicho, tomaron a su cargo la defensa de las posesiones de la Corona, que por la secular cortedad de unidades regulares, muchas veces la autoridad indiana hizo descansar, "e incluso gravitar", sobre estos cuerpos municipales que, en no pocas ocasiones, compensaron las deficiencias en su preparación táctica, con total dominio del terreno, las comunicaciones, movilidad y experiencia en encuentros irregulares, lo que era especialmente palpable en las milicias de la gobernación de Santiago, poseedoras de una excelente reputación ganada en combate con los regulares británicos durante el anterior conflicto angloespañol. El gobernador Madariaga, como anteriormente su predecesor Cajigal de la Vega, empleó tiempo y recursos en adiestrar a los vecinos devenidos en combatientes circunstanciales, asignando oficiales veteranos a su instrucción y haciendo frecuentes las maniobras y "alardes", para familiarizarles con la disciplina y el fuego real. Con oficialidad criolla, mucha de ella participante en las jornadas guantanameras de 1741, y un crecido número de vecinos en edad de conscripción, la gobernación contaba con una fuerza que -a pesar de proceder del paisanaje-, podía nivelar las insuficiencias en el complejo defensivo convencional.

Poseemos una enjundiosa relación de las milicias del gobierno de Cuba, fechada pocos años antes de la ruptura con Londres, que facilita precisar aquellos efectivos encargados del apoyo a la guarnición regular en los destacamentos avanzados como en poblaciones significativas, depósitos de abastecimientos o ganados, tanto como caminos y embarcaderos. En términos generales, todo el territorio poseía 69 compañías milicianas, de las cuales 66 correspondían a fuerzas de infantería y 3 a tropas montadas ("de corazas"), haciendo una tropa estimada, en agosto de 1762, entre 3,896 y 2,596 efectivos municipales, donde los mayores contingentes correspondían a Santiago de Cuba y Bayamo, seguidos de Holguín, Baracoa y Jiguaní; siendo los Caneyes y El Cobre los que menos aportaban. Correspondiendo a una superficie distrital de 36,602 km2, el número de efectivos disponibles no resultaba denso (más bien disperso), aunque concentrado respecto a los centros poblacionales, económicos y estratégicos, en una gobernación de problemáticas comunicaciones terrestres. La plaza de Santiago de Cuba, junto con los destacamentos del ejército permanente y los refuerzos, poseía un apreciable contingente de dos batallones milicianos:

(a) "de blancos", integrado por siete compañías de infantería y una de montados, con sus oficiales, pero "sin número fijo de soldados", oscilando unas entre sesenta y otras entre ochenta fusileros, en tanto los "de corazas" eran de apenas treinta efectivos. Estos datos tan fluidos nos permiten estimar un monto reservado, a la fecha de la guerra inglesa, de entre 560-420 infantes y 30 jinetes en plaza.

(b) "de mulatos, chinos y negros", compuesto por ocho compañías de infantes y una de jinetes, "... en la misma conformidad que las antecedentes." Las nueve sumarían alrededor de unos 640-480 infantes y 30 jinetes. Si consideramos en total los milicianos al servicio de las autoridades, puede decirse que, un lustro antes de presentarse el conde de Albemarle, de 900 a 1,200 milicianos de infantería y 60 "coraceros" tenían a su cargo la cooperación con las fuerzas que cubrían el perímetro de la capital oriental. (40).

5. Otras comarcas orientales.

De otras localidades, Baracoa y Bayamo resultaban ser las más significativas estratégicamente para los santiagueros. La primera, considerada como parte extrema del sistema defensivo de la capital gubernativa, y su perímetro fortificado valorado por estar localizado en la sensible confluencia de dos pasos marítimos inmediatos a otras posesiones europeas. En la ciudad primada, predominaban defensas estáticas, descansando en cinco baterías "que intentan remediar su exposición a los insultos de los enemigos", centrada en varias fortificaciones escalonadas en el frente marítimo: una, dominando el puerto, con seis cañones "nuevos"; otra, la "batería de Majana", con otras cuatro piezas nuevas que protegían el puerto y posibles puntos de desembarco; la tercera, cubriendo la costa con siete cañones "viejos"; la del flanco oriental, con seis añejas piezas, y la "batería del polvorín ", con similar cantidad de piezas. Todas éstas carecían de cureñas, las reservas de pólvora eran considerablemente reducidas, así como las existencias de municiones, que apenas rondaban el millar de cargas. Dos artilleros solamente atendían los 26 cañones, de los cuales menos de la mitad estaban en buen estado.

Semejante abandono, según despachos contemporáneos, obligaba al vecindario a vivir en constante zozobra ante posibles incursiones hostiles. Las observaciones del obispo Morell, muy sagaces, eran confirmadas por funcionarios gubernativos que sostenían que Baracoa hacía descansar toda la defensa de su puerto en la artillería mencionada, que se veía reducida a 24 piezas en plantilla entonces, estimando que estaban dotadas de las "municiones necesarias", pero sin emitir consideración sobre las vulnerabilidades ante algo más substancioso que una finta corsaria sobre la más aislada posición española en la Isla.

La revista oficial ordenada por el gobernador Madariaga (1759), ratificaba las anteriores apreciaciones del obispo, sobre el estado, disposición y armamento de las baterías, aunque hacía notar el aumento en las piezas emplazadas contra el mar: 32 cañones, con cureñas defectuosas. El informe del gobernador cita que los almacenes de las fortificaciones albergaban medio millar de balas de cañón (el 50% de las existentes en tiempos de la visita eclesiástica), una cantidad inferior al millar de balas de fusil, cuatro y medio quintales de pólvora suelta y doscientos "cartuchos llenos". Todos estos elementos, considerados insuficientes en caso de hostilidades, y de improbable reposición por la dificilísima comunicación terrestre desde la cabecera gubernativa, y lo expuesto de las rutas marítimas desde Cuba y La Habana, eran atendidos por un corto destacamento procedente de la dotación de Santiago de Cuba: un sargento, dos cabos y ocho alistados. La comunidad contaba con seis compañías de milicias, que -con oficiales y milicianos-, ascendían a 300 individuos, pero su disposición no parecía ser satisfactoria para los oficiales del gobernador, quienes las calificaron de "poco entrenada" en caso de necesitarse y pertrechada con armamento cuestionable, pues sus fusiles, cortos de pólvora y munición, no alcanzaban para todos, además de estar "...la mayor parte... inútiles por mal acondicionados..." (41).

Bayamo, tradicionalmente protegida por su mediterraneidad, debía velar tanto extensos litorales en ambas bandas marítimas, como por el mantenimiento del camino real que le enlazaba con los distritos habaneros y la ciudad de Santiago de Cuba. Carente de fortificaciones permanentes, su defensa descansó siempre en su considerable población urbana, rural y en las ventajas topográficas. De ahí el protagonismo de las unidades concejiles, dispuestos -como hicieran dos siglos antes, bajo la inminencia de otra no menos formidable amenaza inglesa-, a personarse en la capital insular de ser necesario, en tanto que una discreta presencia de tropa regular aseguraba las comunicaciones con La Habana, al par que contribuía al entrenamiento del paisanaje, en concordancia con las disposiciones emitidas por el gobernador Madariaga. Correspondía a esta antigua población la cantidad principal de unidades milicianas en el gobierno de Santiago de Cuba: 32 compañías, en su mayoría de infantería, lo que no deja de ser llamativo en un distrito de enorme riqueza pecuaria, representativo de la capacidad de sectores de su vecindario de equiparse como jinetes, pero que parecía ser reservada entonces, porque apenas existía una compañía de lanceros en 1757. Con todo, las milicias bayamesas eran considerables, a escala isleña, cediendo solo a las habaneras y principeñas, cuantitativamente hablando.

Contemporánea a los sucesos que nos ocupan, es una detallada inspección del estado de las unidades del Bayamo, practicada a mediados de 1761, ante el gobernador Madariaga en ocasión de su visita gubernativa, tal y como había acordado anteriormente a instancias de las necesidades isleñas, con su superior habanero. Por esta revista, cuya remisión fue considerada en términos elogiosos por el ministerio indiano, sabemos que la villa del San Salvador contaba con dos batallones divididos al uso de la época sobre la base de líneas étnicas. El primero, "de blancos", constaba de una compañía de granaderos, 13 de infantería y una de montados (corazas) a las que se añadían dos compañías "de naturales", es decir de los descendientes de población indígena residual, cuya participación en los cuerpos concejiles databa del siglo XVI tardío en la localidad, y tales méritos le valieron conservar unidades particulares dentro de los cuerpos de blancos desde entonces, lo que sería reconocido inclusive por el reglamento miliciano emitido ocho años más tarde. De la relación, podemos precisar que el promedio de efectivos por compañía rondaba los 70 individuos, en el caso de los infantes, y de entre 55 y 60 en lo que a granaderos y jinetes se refería. Las compañías "de naturales", siendo de infantería, seguían el patrón sin distinción. A la fecha, contaban con sus oficiales, presentes, y el armamento estaba lejos de corresponderse proporcionalmente a los efectivos, lo que no siempre se conseguía, como antes se ha mencionado en el caso de las milicias baracoanas. El batallón de blancos bayamés tenía 34 oficiales superiores, 15 subalternos; 34 sargentos, 17 tambores y 1086 soldados de todas las armas, en total 1,186 efectivos en plantilla. A estos le correspondían 1074 armas, de las cuales 686 eran fusiles y 388 machetes. Considerando la relación de soldados con las armas de fuego disponibles, la proporción no dejaba de ser inquietante en caso de enfrentarse a una fuerza regular adiestrada.

El segundo batallón, o "de pardos y morenos" seguía un patrón similar al anterior, pero con la subdivisión según la particularidad étnica también. Los pardos servían en una compañía de ganaderos, seis de infantería y una de artilleros, siendo interesante ver como ciertas funciones más "especializadas" como el manejo de la artillería se le confiaban a este estamento social bayamés, que no era corto proporcionalmente. Los morenos, por su lado, integraban un contingente más reducido que el precedente, de tres compañías de a pie, sumadas a una fuerza donde, sin dudas, los pardos predominaban. El patrón de las plantillas parecía mantenerse en los setenta alistados para las unidades de a pie, y por sobre los sesenta para granaderos y artilleros. El batallón, contaba con su propia oficialidad superior y subalterna, 22 de los primeros, 11 de los segundos (en ambos casos, los pardos superaban a los negros en una proporción de 24 a 9); 22 sargentos, 11 tambores y 702 soldados de las tres armas. La suma de oficiales, clases y soldados alcanzaba a 768, para un total de 712 armas, de las cuales 535 eran de fuego y 177 machetes. Lo que significaba que más de dos centenares de milicianos de este cuerpo solo iban armados con la tradicional defensa personal del guajiro criollo. Este punto, que ya había atraído la atención del sargento mayor Bartolomé Aguilera y su ayudante de plana mayor, y del gobernador Madariaga, fue particularizado por éste al remitir el estado a Madrid. Resaltaba ante sus superiores, que el primer batallón constaba de 1186 personas y solo 1074 armas, y el segundo 768 personas y 71 armas, con un total general de 1954 personas y 1786 armas, lo que hacía a la fuerza deficitaria en algo más de centenar y medio de armas, en términos totales, pero particularizando, para este total de efectivos sólo se disponía de 1221 fusiles, estando el resto provisto de armas blancas, lo que podía resultar en grave desventaja en caso necesario, además del inconveniente a la hora de socorrer la plaza de Santiago, llegado el caso. Se solicitaba el envío, dentro de los elementos precisados por el gobierno santiaguero, el medio millar de fusiles para la dotación bayamesa, que debía cubrir un territorio extenso, expuesto y vital centro aprovisionador del distrito oriental.

En su acuse de recibo fechado en San Idelfonso, Julián Arriaga hacía saber al gobernador de Santiago de Cuba su complacencia por el estado de los dos batallones milicianos del Bayamo, la aprobación real a todas las disposiciones emitidas en materia de disciplinar lo mejor posible, "... habiendo visto al mismo tiempo su majestad con gusto el estado de esta tropa, coligiendo la que podría facilitar el todo de la Isla, para su defensa con igual cuidado en los demás partidos...". Sin embargo, no se explicitaba la alusión hecha a las necesidades de ese y otros cuerpos isleños (42). Una iniciativa de compensar ciertas insuficiencias de servicio y obstáculos topográficos había sido establecida en el Bayamo una década antes, por el entonces teniente de gobernador y sargento mayor, al disponer que los elementos regulares del destacamento de Santiago que servían en la villa fueran empleados en puestos fijos en lugares costeros donde las milicias montadas no pudieran operar, tras consultarlo con su superior jerárquico. Tales posiciones avanzadas con misiones de control de tratos ilícitos, así como de alerta temprana en caso de hostilidades, serían situadas permanentemente en ciertos puestos "... de la costa, que por estar cortados con ríos y pantanos, necesitan de guardia fija.", a la manera del litoral santiaguero. En caso necesario, los cuerpos concejiles de la vecindad se personarían en ellos. (43). Por lo que hemos podido colegir de la información disponible, tales avanzadas, especialmente las de Manzanillo y Río Buey, sobre el golfo de Guacanayabo, se consideraban sensibles en los reforzamientos de autoridad santiaguera, una vez sabidas las hostilidades de 1762.

Un escrito fechado casi un año después de la mencionada revista de las milicias, revelaba que las peticiones formuladas a la Corte aún estaban por recibir satisfacción en Bayamo. En efecto, las necesidades de armamento parecían ser apremiantes, especialmente para los granaderos del primer batallón, según su capitán nombrado, quien expresaba que el gobernador Madariaga prometió proveerlo oportunamente, pero tras la enfermedad de aquel quedó en suspenso. La petición apuntaba a compensar la carencia de armamentos para las milicias de la villa, para su mayor "lucimiento y construcción solicitándose la remisión de tales para "... cincuenta y dos granaderos y dos sargentos.", de modo que se complete tal unidad, que ya cuenta con vestuario y correos. De recibirse, la fuerza estaría formalmente instaurada en la plaza en el término prometido, agosto, para entrar al servicio y así dar cumplimiento de la promesa de un vecino acomodado y entusiasta que se comprometió a costear el vestuario, calzado y accesorios del cuerpo. Como Santiago era el depósito correspondiente, se recurría a sus autoridades en solicitud del material preciso, solicitándose "... me haga el honor de los fusiles,... y bayonetas...", por lo que se estaba dispuesto a cubrir una fianza o si se considerara lo más conveniente se depositaría esta suma en la sala capitular de la villa del Bayamo "... para cada y cuando fuere de menester..." (44). Las quejas, solicitudes, apuros, como se ve fluían de los partidos a Santiago, de aquí a La Habana, y casi siempre de ambos a Madrid, con fortuna varia.

San Isidoro de Holguín, tenencia establecida una década atrás por su singular posición en las rutas interiores y los recursos poseídos, basaba su defensa en los elementos levantados en la vecindad, bajo el común patrón municipal extensivo a ambas gobernaciones. Cuantitativamente, sus fuerzas milicianas eran análogas a las de Baracoa: unos 300 hombres aproximadamente, organizados en seis compañías desde 1752, a las órdenes de un sargento mayor y capitán de mar, cargo creado a iniciativa del gobernador de Santiago a raíz de las reorganizaciones defensivas de los primeros tiempos de su mando. El Consejo de Indias, al estudiar la creación de una población y partido judicial, había ponderado su ubicación, potencialidades económicas y demográficas; especialmente al contar con aproximadamente millar y medio de vecinos, un monto considerablemente reducido para un territorio que bien podía constituir más del 25% de la gobernación santiaguera. Era de la opinión que, en materia defensiva local, el distrito requería mantener alistadas cinco compañías de milicias montadas, con 50 efectivos cada una, por lo que daba su beneplácito a las instrucciones cursadas por Madariaga para establecerlas, como para entrenarlas -empleando alistados regulares -, "en la obediencia y manejo de las armas...". El Consejo no estaba ajeno a la vastedad de los territorios que se pretendía cubrir con los novicios milicianos de Holguín, algo bastante problemático aún para los del populoso Bayamo, quienes lo habían hecho desde finales del Quinientos. La riqueza ganadera del país, la existencia potencial de algunos depósitos auríferos y -sobre todo -, un extenso litoral sobre la Canal Vieja de Bahama, desguarnecido casi todo, salvo quizás en el puerto de Gibara, salida de Holguín y Bayamo a ese mar. Las bahías de Limones, Puerto Padre, Nuevas Grandes y singularmente la "enorme bahía de Nipe", constituían localidades atractivas para los navegantes, tanto por sus condiciones naturales como por sus aguadas, bosques y rebaños, cuya indefensión secular los podía convertir en presas de los adversarios de España. Desde una década antes, ya el supremo órgano indiano las reputaba como accidentes costeros "... muy buenos para embarcar y desembarcar, aunque expuestos a los vientos nortes, que allí son muy fuertes..." (45). Desde entonces las misiones defensivas de los concejiles holguineros quedaban perfiladas estratégicamente.

En lo que se refiere a otras poblaciones y partidos judiciales de la gobernación santiaguera, San Luis de los Caneyes aportaba una compañía, con sus oficiales procedentes de la localidad, y 126 hombres, extraídos entre los sitieros y montunos mestizos y descendientes de los indígenas. Era esta una de las más antiguas formaciones de protección territorial municipal de la gobernación oriental, pues en calidad de "compañía de naturales" desde más de un siglo atrás, cubría los accesos litorales de la ciudad santiaguera contra las amenazas e incursiones de corsarios y almirantes ingleses, desempeño que le había conferido excelente reputación en varios lances.

Santiago del Prado, contaba con tres compañías milicianas, sus respectivos oficiales y gentes procedentes de una localidad con abundante población mestiza, mulata y negra libre, dominando el paso de la cuenca santiaguera a los llanos del Cauto y muy versadas en el rastreo y persecuciones de cimarrones huidos de las propiedades reales. Para la época, siendo un municipio de corta superficie, disfrutaba de una apreciable defensa: centenar y medio de milicianos, apoyados en materia de disciplina y entrenamiento por la gobernación, que había asignado un cabo y dos soldados regulares de la guarnición de Cuba para atender directamente esa fuerza. Otra comunidad interior, San Pablo de Jiguaní, en un distrito agropecuario de cierta entidad, cruzado por el camino real y colindante con Bayamo, levantaba cuatro compañías de vecinos con sus oficiales respectivos, cada una de ellas con 55 alistados en plantilla, con lo que podía presumirse una reserva de poco más de dos centenares de milicianos para lo que pudiera presentarse.

Desde inicios del siglo XVIII, aunque no encuadradas formalmente en cuerpos milicianos, ciertas localidades remotas de la gobernación, como Mayarí, Nipe, Santa Catalina y Tiguabos, podían levantar partidas armadas entre los dispersos habitantes de sus haciendas ganaderas, vegas y sitios de labor, que desde su inclusión en la red parroquial isleña a fines del siglo anterior se vincularon, más o menos estrechamente, a los centros de poder locales, aportando sus recursos humanos y materiales a las necesidades defensivas de Santiago de Cuba. (46).

Que la gobernación de Santiago de Cuba podía conciliar los recursos poblacionales, económicos y militares con un principio común, se había demostrado una veintena de años antes de la emergencia de 1762. Entonces, como pretendía ahora vitalizar Lorenzo de Madariaga, las diversas regiones habían concurrido con numerosas milicias, rebaños de ganado vivo y otros abastecimientos, desbrozando caminos, estableciendo vigías en los litorales y puntos vulnerables, en tanto se precisaban cuales eran los frentes más expuestos y afluyera la asistencia de La Habana y el resto de la Isla, inclusive del exterior. El precedente gobernador santiaguero, Cajigal de la Vega, esbozó un principio que mantenía su vigencia dos décadas después: la defensa de Santiago de Cuba se basaba en su vecindario y en la aportación de los de Bayamo y Puerto Príncipe, por ser las más importantes y populosas del centro-este insular. Sin el apoyo de éstas, “... o [de] cualquiera de ellas que se le quite [por La Habana] es dejarla indefensa...", la conservación de Santiago se veía comprometida ampliamente, por la distancia y lentitud de la reacción de la guarnición de La Habana, en caso que esta estuviera en posibilidad de hacerlo libremente. Además, Cagigal ponderó la especial aptitud de las milicias para actuar en lucha irregular y su comprobada lealtad a la Corona durante las hostilidades. (47). A esta práctica, el gobernador Madariaga, al posesionarse de su cargo ( 1753), agregó el mejoramiento de las capacidades de las milicias de poblaciones menores como Santiago del Prado o Los Caneyes, de modo que vecinos y pobladores estuviesen en mejor forma para actuar en emergencias, como alentando la regularización del poblamiento de los distantes curatos, como Tiguabos, Mayarí y Guantánamo con la doble intención de contar con hombres de armas y fuentes de aprovisionamiento para el complejo defensivo principal. Una conveniente tropa profesional y unas milicias entrenadas contribuían, en opinión del propio gobernador, a establecer el mejor disuasivo contra "malos vasallos" y adversarios por igual. Ambas fuerzas significaban un orden duradero en el país. (48).

San Juan, Puerto Rico, agosto de 2003. arriba

Citas y notas.

(1) volver Russell Hart, F. The Siege…, pag. 315; Burns, A. History of the West Indies. London, 1950, pág. 496; Portell Vilá, H. Historia de Cuba en sus relaciones con España y los Estados Unidos. La Habana, 1938, tomo I, págs. 54-56.

(2) volver British Museum Library. Add. Mss. 32941. "El duque de Newcastle al duque de Devonshire, 30 de septiembre de 1762 (folio 436."; A.G.I. Santo Domingo 1579. Motivos y juicios en que se fundan los votos…, Madrid, febrero de 1765; "Albemarle a Egremont, La Habana, 7 de octubre de 1762", en Papeles…, pags. 132-133; "Gaceta de Holanda, 26 de noviembre de 1762", "Ibidem. , 7 de diciembre de 1762", en Documentos inéditos…, págs. 268-269.

(3) volver British Museum Library. Add. Mss. 23678."Advantages humbly apprehended which will accure to the government by the conquest of the Havana, by Charles Knowles, 1761."

(4) volver Ibidem. "Remarks upon the siege of the Havana, by sir C. Knowles, 1763"; Russell, N.V. "La impresión en Inglaterra y América por la captura de La Habana en 1762", en Revista Bimestre Cubana. La Habana, 1930, volumen XXVI, págs. 31-44; "Carta de Pocock a mr. Cleveland, secretario del Almirantazgo, 14 de julio de 1762", en Memorias de la Real Sociedad Patriótica. La Habana, 1837, tomo 3, pág. 369.

(5) volver A.G.I. Santo Domingo 1509. Prado a Lorenzo de Madariaga, La Habana, 21 de agosto de 1762; Marrero, L. "Cuba entre 1759 y 1808", en Historia General de España y América. América en el siglo XVIII. Madrid, 1989, tomo XI, volumen 2, pág. 637.

(6) volver British Museum Library. Add. Mss. 23678. "Remarks upon…" ; Ibidem. Add. Mss.32942. "El duque de Newcastle al duque de Devonshire, Londres, 30 de septiembre de 1762"; " Instrucciones secretas…, Londres, 15 de febrero de 1762", en Papeles…, artículo 5, pág. 114; "Diario Ordinario, Roma, fascículo 7123, pag. 7, con despachos de Londres, 25 de enero de 1763", en "Más papeles sobre la toma de La Habana por los ingleses.", Boletín del Archivo Nacional. La Habana, 1962, tomo LVIII, (enero–diciembre de 1959), págs. 50-51.

(7) volver "Albemarle a Egremont, La Habana, 7 de octubre de 1762", en Papeles…, págs. 132 -133; "El duque de Nivernais al conde de Choiseul, Londres, 29 de septiembre de 1762", en Documentos inéditos…, págs. 232 – 233; "Martín de Ulloa al marqués de Cruillas, La Habana, 1 de septiembre de 1762", en Ibidem. , págs. 123-124.

(8) volver A.G.I. Santo Domingo 1209. El tesorero de la Real Hacienda, Pedro Sánchez Griñán, al gobernador Madariaga, Santiago de Cuba, 11 de septiembre de 1762; A.G.I. Santo Domingo 2078. Antonio Raffelin a Ricardo Wall, Cádiz, 31 de diciembre de 1762; "Lorenzo de Montalvo al marqués de Cruillas, La Habana, 11 de septiembre de 1762.", en Nuevos Papeles…, pág. 135.

(9) volver A.G.I. Santo Domingo 534. El obispo de Cuba al Rey, Regla, en la jurisdicción de La Habana, 28 de octubre de 1757; Ribera, N.J. Descripción de la Isla de Cuba. La Habana, 1973, págs. 99 -100; Marrero, L. Geografía de Cuba. Miami, 1981, págs. 598-606.

(10) volver Biblioteca Nacional, Madrid. Miscelánea 2819. "Reflexiones sobre la marina de España, 1760, por D.N.R."; British Museum Library. Add. Mss. 17629. "Idea geográfica, histórica y política de la Isla de Cuba y ciudad de La Habana."; A Map of the Isle of Cuba…, Engraved by T. Jefferys, London, 1762; Ribera, N. Descripción de…, discurso 1, págs. 127-128; Marrero, L. Geografía…, págs. 612-614; Vernon, Edward. Original Papers relating to the expedition to the island of Cuba. London, 1744, págs. 202-205.

(11) volver A.G.I. Mapas y Planos. Santo Domingo 364. Plano de la costa de Cuba, por el ingeniero Francisco de Angle, 1743; A.G.I. Santo Domingo 534. El obispo de Cuba al Rey, La Habana, 4 de abril de 1757; Portell- Vilá, H. Historia…, I, págs. 50-52; Marrero, L. Geografía…, 28, págs. 645-646, 664-666.

(12) volver  A.G.I. Santo Domingo 117. La Iglesia Catedral de la ciudad de Santiago de Cuba presenta pormenor de los motivos que tiene para que Su Majestad manda trasladarla a la ciudad de La Habana, 1 de enero de 1689; A.G.I. Santo Domingo 534. Expediente sobre la visita que ha hecho y concluido el obispo de aquella Isla, el fraile Pedro Agustín Morell de Santa Cruz. Año de 1759; Marrero, L. Geografía…, pág. 610. La percepción de la diversidad regional palpable en las comarcas orientales de la Isla, en comparación con La Habana y su jurisdicción municipal, de cosmopolita proyección oceánica, un hecho evidente desde el siglo XVI, ha sido estudiado con más o menos detalle por autores de relieve, quienes reconocieron la existencia de "varias Cubas" o de múltiples "países insulares", por sus peculiaridades regionales. En todo caso, desde inicios del siglo XVII, La Habana, las Cuatro Villas, la comarca Puerto Príncipe –Bayamo y "el distrito de Cuba" estaban perfiladas como comunidades socio-económicas particulares. Al respecto considérense los criterios de Ramiro Guerra. Historia de Cuba. La Habana, 1925, tomo I, introducción, partes III y IV; también L.Marrero. Cuba…, Madrid, 1978-84, tomos 2,3 y 4; Pérez de la Riva, J. A. del Valle Hernández. Cuba en 1800. La Habana, 1978; Friedlaender, H. Historia económica de Cuba. La Habana, 1978, tomo I; Pezuela, J. Diccionario geográfico, …Madrid, 1866-1868, tomos 1-4; Pichardo, H. "Noticias de Cuba", en Revista Santiago. Santiago de Cuba, no. 20, diciembre de 1975. Podemos añadir un estudio cartográfico elaborado por nosotros en 1985 para delimitar los espacios geoeconómicos en la Cuba de los 1770, para un proyecto del profesor E. Torres-Cuevas.

(13) volver A.G.I. Santo Domingo 534. El obispo de Cuba al Rey, Regla, 28 de octubre de 1757; Ibidem. El obispo de Cuba al Rey, La Habana, 4 de abril de 1757; Pezuela, J. Historia…, 2, XIII, págs. 386 – 387; Ribera, N.J. Descripción ..., págs. 123 – 124; Vernon, E. Original Papers…, págs. 197 –200 y ss.

(14) volver A.G.I. Santo Domingo 534. El obispo de Cuba al Rey, La Habana, 4 de abril de 1757; Ribera, N.J. Descripción…, págs. 123 -124; West Indies Directory. Part I. Cuba, with the Bahamas Islands and banks, the Florida reef and the Windward Passages. London, 1874, págs 4 – 7; Derrotero de las islas antillanas, de las costas de Tierra Firme, y de las del seno mejicano. Madrid, 1820, págs 184 – 190.

(15) volver "Vernon a sir Charles Wager, Port Royal, 3 de junio de 1740”; "Vernon a Wager, a bordo del Bunford, 14 de octubre de 1740", en Ranft, B.M. The Vernon Papers. Navy Records Society. Londres, 1958, volumen XCIX, documento 71, págs. 104 -105; doc. 89,pág. 138.

(16) volver " Sir Ch. Wager a Vernon, Oficina del Almirantazgo, Londres, 23 de mayo de 1741"; " William Pulteney a Vernon, Londres, 17 de noviembre de 1741", en Ibidem., documento 172, pág. 238; documento 178, págs. 247 -249.

(17) volver "Vernon al general Wentworth, Port Royal, 15 de septiembre de 1742", en Ibid., documento 195, pág. 273.

(18) volver A.G.I. Santo Domingo 2117. Lorenzo de Madariaga, orden operativa sobre el cuerpo de dragones, Santiago de Cuba, 3 de noviembre de 1762; " Pocock a Cleveland, La Habana, 9 de octubre de 1762", "Douglas a Pocock, Port Royal, 6 de mayo de 1762", "Pocock a Cleveland, Cabo San Nicolás, 26 de mayo de 1762", "Albemarle a Egremont, cuarteles de Cojímar, isla de Cuba, 13 de julio de 1762", en Syrett, D. The Siege…, págs. 106-108, 129–130, 234, 299; "Albemarle a Egremont, La Habana, 7 de octubre de 1762", en Papeles…, pág. 133; Ribera, N.J. Descripción…, pág. 118; Pezuela, J. Historia…, 2, XVIII, págs. 534-535. Véase las salidas de buques mercantes ingleses hacia La Habana entre septiembre y diciembre de 1762, en Munro, J. (editor). Acts of the privy Council of England. Colonial series. Volume IV, 1745-1766. Lichtenstein, 1966, volume 4, págs. 507-509.

(19) volver A.G.I. Santo Domingo 517. El dean de la catedral, Juan de Fuentes Alba al Rey, Santiago de Cuba, 17 de febrero de 1700; A.G.I. Santo Domingo 338. El gobernador de Cuba al Rey, Santiago de Cuba, 8 de mayo de 1700; A.G.I. Santo Domingo 364. El gobernador de Cuba al Rey, Santiago de Cuba, 18 de marzo de 1741; Ribera, N. J. Descripción…, discurso 13 , págs. 162 – 163.

(20) volver A.G.I. Santo Domingo 1208. El cabildo de Santiago de Cuba al Rey, a favor del gobernador Lorenzo de Madariaga, Santiago de Cuba, 25 de junio de 1757; A.G.I. Santo Domingo 534. El Obispo de Cuba al Rey, Regla, jurisdicción de La Habana, 28 de octubre de 1757; Ribera, N. J. Descripción…, capítulo 13, págs. 123- 124. Acerca de la acción inglesa contra Santiago cien años antes, véanse los documentos presentados en Marrero, L. Cuba, economía y sociedad. El siglo XVII. Madrid, 1975, volumen III, págs. 122-134.

(21) volver A.G.I. Santo Domingo 1209. Estado general que comprende el armamento que tiene esta plaza de Santiago de Cuba …, Santiago de Cuba, 15 de mayo de 1759. Intramuros, el convento-castillo de San Francisco contaba con 11 piezas de variado calibre y la batería de la plaza de Armas, 5 cañones y un mortero. En el Morro, la batería de la plataforma poseía 15 piezas; la de la Punta, 5; la del Parque,4; la de la Cueva, 10; la del Calvario,3; la Redonda,4, y la de la Estrella, 16 cañones. Del borde costero: Cabañas montaba nueve cañones y 150 proyectiles; Guaycabón, dos cañones y 24 balas; Aguadores,17 cañones más 8 pedreros sumaban 25 piezas,con 217 cargas; Juraguá Grande, 6 bocas y 111 balas, en tanto que el más alejado Juraguacito, se protegía con 17 piezas, de las cuales 4 estaban desmontadas e inútiles, más una provisión de 194 cargas.

(22) volver Ibidem; A.G.I. Santo Domingo 1157. Extracto puntual de todas las noticias que contiene la adjunta relación correspondiente al distrito de la gobernación de la ciudad de La Habana, remitido por el gobernador y capitán general de ella D. Francisco Cagigal de la Vega…, La Habana, 19 de junio de 1759 ; Rivera, N. J. Descripción…, pág.123.

(23) volver A.G.I. Santo Domingo 1581. Juan del Prado a Julián de Arriaga, La Habana, Febrero 21 de 1761; Rivera, N. J. Descripción…,cap. 13, pág.124; discurso 8, págs. 151-152.

(24) volver A.G.I. Ultramar 169. Juan de Prado a Julián de Arriaga, La Habana, 2 de julio de 1761. Añadidos a las piezas en servicio a la fecha, se necesitaba una remesa de recursos para servir las piezas, en primer lugar 14,451 balas de artillería. De acuerdo con Prado, la plaza precisaba 25,706 unidades de munición de guerra para poder enfrentar circunstancias comprometedoras. En la inspección de los depósitos santiagueros, el número de fusiles que se precisaban seguía siendo análogo a los contados el bienio anterior (4998 piezas), tanto como la urgencia de bayonetas complementarias (unas 3853). Se solicitaban además, 468 quintales de balas de fusil y 1363 quintales de pólvora, entre muchos útiles.

(25) volver Gómez Pérez, C. El sistema defensivo americano. Siglo XVIII. Madrid, 1992, págs.14-15.

(26) volver Pezuela, J. Historia…, II, XV, págs. 438-439; Gómez Pérez, C. El sistema…, págs.14-15; II, págs. 29-30; 42-44; Ribera, N. J. Descripción…, pág. 121.

(27) volver BNJM, La Habana. Colección Cubana. Manuscritos Fondo Pérez Beato No. 2086, documento 724. "Libreta de la revista que se le ha pasado a los tres piquetes de infantería, que del regimiento de San Cristóbal de La Habana, guarnecen esta plaza de Cuba, Santiago de Cuba, 30 de Diciembre de 1759".

(28) volver Arrate, J. J. F. Llave del Nuevo Mundo…, págs. 65-66 ; Pezuela, J. Historia…, págs.438–439.

(29) volver A.G.I. Santo Domingo 1578. Estados y resúmenes particulares, y general, que comprenden toda la guarnición de esta plaza según consta por la revista que se pasó en La Habana, a 22 y 23 de enero de 1762, hecho por D. Antonio Ramírez de Estenoz, teniente coronel de los reales ejércitos y sargento mayor de dicha plaza.; Ibidem. Estado de las cuatro compañías de dragones de esta plaza de La Habana, por la revista que se les pasó el día 22 de enero de 1762, por A. Ramírez de Estenoz, La Habana, 22 de enero de 1762; A.G.I. Santo Domingo 1581. Cuerpo de Dragones. Estado de los oficiales, sargentos, tambores y dragones que tiene este cuerpo, con distinción de los presentes, destacados y enfermos, y el destino de sus oficiales por la revista que se pasó por el comandante Joseph Rapún en 24 de abril de 1762, La Habana, 30 de abril de 1762 ; Morell de Santa Cruz, P. A. La visita eclesiástica. La Habana, 1985, págs. 153–155, 166, 168–170, 17-173.

(30) volver A.G.I. Santo Domingo 2117. Inspección del regimiento de infantería fijo de La Habana, efectuado en Cádiz, en 28 de febrero de 1763, tras su embarque y evacuación de La Habana, en agosto de 1762, por Francisco Xavier de Wintheysen. Del primer batallón habanero servían en Santiago de Cuba, 4 oficiales,10 clases y 58 granaderos y fusileros; del segundo, 6 oficiales,13 cabos y sargentos y 57 fusileros y granaderos; del tercero, 2 oficiales subalternos,12 clases y 48 soldados de línea; el cuarto batallón encuadraba 5 oficiales, 11 clases y 48 infantes.

(31) volver Gómez Pérez, C. El sistema defensivo…, II, págs. 46–49 ; Marchena Fernández, J. Oficiales y soldados en el Ejército de América. Sevilla, 1983, I, págs. 81–82 ; 337–339.

(32) volver A.G.I. Santo Domingo 1194. El gobernador de La Habana al gobernador de Cuba, La Habana, 27 de diciembre de 1761; Ibidem. El Consejo de Indias al virrey de Nueva España, Madrid, 16 de febrero de 1761; Ibid. El Consejo de Indias a los gobernadores de Cuba y La Habana, Madrid, 3 de marzo de 1761; Ibid. El Consejo de Indias a los virreyes y gobernadores de Nueva España, Veracruz, La Habana, Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, Madrid, 10 de diciembre de 1762; Ibidem. Real orden a las autoridades de La Habana y otras posesiones, Madrid, 24 de septiembre de 1761. Véase BNJM, Manuscritos. Fondo Pérez Beato, no. 42, doc. 16. "Julián de Arriaga al gobernador de Cuba, Madrid, 27 de octubre de 1761"; Pezuela, J. Historia…, II, XVI, pág. 469.

(33) volver A.G.I. Santo Domingo 1194. Real orden al gobernador de La Habana, Madrid, 24 de febrero de 1761; Ibidem. Ambrosio de Benavides a Lorenzo de Madariaga, Madrid, 24 de febrero de 1761.

(34) volver A.G.I. Santo Domingo 2117. Estado de las compañías de dragones destacados en Cuba, más la del regimiento de Edimburgo, por orden del capitán general Madariaga, Santiago de Cuba, 26 de marzo de 1763; A.G.I. Santo Domingo 1578. Julián de Arriaga a Juan de Prado, Madrid, 24 de febrero de 1761.

(35) volver " Lorenzo de Madariaga, comisario de Marina, al marqués de Cruillas, La Habana, 25 de febrero de 1762", en Nuevos Papeles…, págs. 54 –57 ; Bacardí Moreau, E. Crónicas de Santiago de Cuba. Madrid, 1972, I, pág. 175.

(36) volver BNJM. Colección Cubana. Manuscritos. Fondo Pérez Beato, no. 77. "Revista de las compañías cuarta, quinta y sexta del segundo batallón de Aragón, destacada en dicha ciudad, Santiago de Cuba, mayo de 1762"; Ibidem. "Revista del segundo batallón del regimiento de infantería de Aragón, La Habana, 1 de junio de 1762."

(37) volver Pezuela, J. Historia…, págs. 469 –470. Este autor considera que la tropa de Aragón dejada en junio de 1761, en Santiago de Cuba, estaba compuesta de compañías "enfermas e incompletas." Ibidem, pág. 455. Para la lista completa ver BNJM. Colección Cubana. Manuscritos. Fondo Pérez Beato, no.77. "Lista de revista del segundo batallón del regimiento de Aragón correspondiente al mes de mayo de 1762"; Ibid. no. 42. "Arriaga a Madariaga, Madrid, 3 de marzo de 1763."

(38) volver BNJM. Colección Cubana. Manuscritos. Fondo Pérez Beato, no.77. "Extracto de la revista pasada por mí, D. Nicolás J. Rapún, comisario real de guerra del ejército, habilitado a las dos compañías de artilleros de La Habana, a 22 de enero de 1762."; Ibidem. "Extracto de la revista …, La Habana, 27 de mayo de 1762."; Ibidem. "Lista total de la gente efectiva que tiene la primera compañía de artilleros de esta plaza del cargo del comandante D. J. Crell, La Habana, 13 de julio de 1762 "; Ibidem. " Lista total … de la segunda compañía de artilleros de esta plaza …, La Habana, 13 de julio de 1762."

(39) volver BNJM. Colección Cubana. Manuscritos. Fondo Pérez Beato no. 77. "Lista de revista del batallón del regimiento de Aragón correspondiente al mes de mayo de 1762." ; Pezuela, J. Historia…,2, pág. 555. El detalle de fuerzas era: 85 hombres del Fijo de La Habana, 24 de artillería, 6 dragones montados y 176 fusileros del segundo batallón de Aragón.

(40) volver A.G.I. Santo Domingo 534. El Obispo de Cuba al Rey, Regla, en la jurisdicción de La Habana, 28 de octubre de 1757.

(41) volver A.G.I. Santo Domingo 1209. Estado general que comprende el armamento que tiene esta plaza de Santiago de Cuba, por Lorenzo de Madariaga, Santiago de Cuba, 15 de marzo de 1759; A.G.I. Santo Domingo 534. El Obispo de Cuba al Rey, La Habana, 4 de abril de 1757. Las bocas de fuego baracoenses estaban desplegadas así: baluarte de la Concepción, 6; el de la Pólvora, 8; en la batería portuaria, otros 3; en el baluarte de la playa de la Miel, 11 y en la fortificación de Majana, 4 más.

(42) volver  A.G.I. Santo Domingo 2093. Estado de la revista que pasó estando de visita en la villa del Bayamo, el señor D. Lorenzo de Madariaga… gobernador político y militar de la ciudad de Santiago de Cuba y su partido, al primero y segundo batallón de milicias de dicha villa, en que se incluyen la compañía de corazas, y dos de los naturales…, [ Bayamo], 30 de junio de 1761; BNJM. La Habana. Colección Cubana. Manuscritos. Fondo Pérez Beato no. 142, documento 17. "Julián de Arriaga a Lorenzo de Madariaga, San Idelfonso, 23 de agosto de 1762".

(43) volver  A.G.I. Santo Domingo 1131. El gobernador Cagigal de la Vega al Rey, La Habana, 10 de febrero de 1751. La persecución de tratos ilícitos y el registro de las embarcaciones y propietarios, reforzaron las atribuciones conferidas a la recién creada tenencia del Bayamo, junto con tales puestos.

(44) volver BNJM. Col. Cubana. Manuscritos. Fondo Pérez Beato, No. 392. "Carta de D. Juan de Noguera sobre pedir el armamento para su compañía que está de granaderos. Bayamo, 7 de mayo de 1762"; Ibidem. Fondo Pérez Beato no.23. "Carta del teniente de gobernador sobre incluir los estados de milicias exceptuados los dos empleos de alférez de D. Hilario Tamayo y D. Diego de Céspedes, por no encontrarse razón. Bayamo, 2 de noviembre de 1761."

(45) volver A.G.I. Santo Domingo 1113. Consulta del Consejo de Indias sobre carta del gobernador de Santiago de Cuba, Madrid, 12 de diciembre de 1752.

(46) volver A.G.I. Santo Domingo 358. La ciudad de Santiago de Cuba hace representación al Rey acerca de sus méritos en la guerra, y pide se mantenga el gobernador Barón de Chávez y se haga su gobierno capitanía general, Santiago de Cuba, 20 de enero de 1704.; A.G.I. Santo Domingo 534. El Obispo de Cuba al Rey, Santiago de Cuba, 10 de diciembre de 1756.; Ibidem. El Obispo de Cuba al Rey, Santiago del Prado, 2 de septiembre de 1756.

(47) volver A.G.I. Santo Domingo 1203. El gobernador Cagigal de la Vega al Rey, Santiago de Cuba, 19 de diciembre de 1741.

(48) volver Ibidem. arriba

 
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© Marlene García 2003 para José Ramón Alonso