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el pendón de san jorge y la llave de indias; cuba en las miras británicas, 1701-1762.

Por Pablo J. Hernández González.

En 1701, al iniciarse el nuevo siglo con la ruptura dinástica que sumirá por más de dos lustros a España y sus dominios, junto con buena parte de Europa Occidental en el prolongado conflicto sucesorio entre los Hasburgos y los Borbones, Cuba se vería forzada a compartir las incertidumbres que asolaban el imperio a ambos márgenes del Atlántico. Con una población que a finales de la década de 1680 alcanzaba unas 36,000 personas empadronadas por la curia insular, a inicios de siglo bien podía contar con cerca de 50,000 almas, de la que buena porción -un 46 %, se ha estimado-, se concentraba en la capital, principal sede de los poderes políticos, las familias pudientes, las autoridades eclesiásticas y entraña de una activa vida comercial y marinera en una de las escalas fundamentales de la Carrera de Indias. Aunque la Isla presentaba una tendencia a concentrar sus principales actividades sociales y económicas en La Habana, el interior- conocido secularmente como la Tierra Adentro -es decir todas las comarcas al oriente del meridiano de la capital-, estaba poblado por comunidades dedicadas a la explotación agropecuaria y las antiguas villas controladas por oligarquías municipales.

El país, a lo largo de sus 110,000 kms.2, vivía principalmente de la ganadería extensiva, que ocupaba buena parte de las vastedades de sabanas boscosas que lo cubrían entonces, cuyos miles de cabezas de vacunos, caballares y porcinos la hacían un importante exportador de cueros, carnes saladas y ganados en pie por la vía del comercio oficial o del omnipresente contrabando con los mercaderes foráneos, siendo las principales comarcas pecuarias las jurisdicciones de Bayamo, Sancti Spíritus, Remedios y Puerto Príncipe. Por otro lado, La Habana y las principales poblaciones de la Isla, sacaban provechosos dividendos de los situados remitidos desde la Nueva España para el sostenimiento de las guarniciones y el mantenimiento de las obras estáticas de defensa de los puertos principales. El comercio interno y la administración pública se beneficiaban considerablemente de los ingresos generados por los derechos aduanales, sisas, diezmos y otros de los muchos arbitrios vigentes sobre las producciones y servicios locales. Igualmente, en la capital, la industria de construcción naval, fuese para las necesidades de la Corona o los requerimientos del cabotaje, las pesquerías u otros fines, ocupaba un significativo espacio en la vida y especializaciones de los habitantes habaneros. Añadamos que, por esta época, en las comarcas circundantes del puerto de La Habana, los ingenios azucareros y las vegas de tabaco, florecían junto con la agricultura de subsistencia, y ambos productos tropicales, pero en particular la hoja de tabaco, ya disfrutaban de aceptación y demanda en los mercados europeos. Estas explotaciones agrícolas tan lucrativas también se practicaban con buenos resultados en las comarcas aledañas a Puerto Príncipe, Trinidad -reputada entonces por la finura de su hoja tabacalera-, y Santiago de Cuba. Por otro lado, el ejercicio del contrabando constituía una peculiaridad casi distintiva de todas las regiones, poblaciones, gentes y estamentos de la Isla, variando únicamente el grado de publicidad que se le confería a la práctica, que podía ser generalizada en Bayamo o discretamente llevada en La Habana, pero siempre presente en sus muchos beneficiarios. (1)

La Isla, en esta época, contaba con un sistema defensivo basado en lo que se denominaba la “tríada” defensiva americana; fortificaciones, tropas de dotación y milicias locales, si bien muchas veces, la precariedad de los recursos militares, las vacantes en las filas regulares, los deficitarios niveles de entrenamiento y armamento de las fuerzas concejiles y las afecciones tropicales, debilitaban en ocasiones las respuestas posibles en caso de crisis internacional. Dentro del complejo fortificado de la Isla, solo poseían prioridad de guarniciones, fortalezas y fondos ciertos puntos: La Habana y su inmediato litoral, Matanzas y Santiago de Cuba, en tanto el resto de las comarcas debía enfrentar las contingencias derivadas de las hostilidades de los enemigos de España, entregándose a sus propios recursos, en particular las milicias municipales. En 1701, las tres fortalezas habaneras eran protegidas por 400 hombres, asistidas por una cantidad casi igual de tropa de infantería regular, a todas luces insuficientes para proteger una importante plaza de más de 20,000 personas en caso de conflicto con potencias navales. Santiago de Cuba, la segunda plaza, apenas llegaba a los dos centenares de soldados profesionales, a buena distancia y penosos caminos de la principal base militar insular. Agreguemos que entre las misiones del escaso millar de soldados de dotación que España poseía destacados en la Isla de Cuba, éstos estaban comprometidos a velar efectivamente por la seguridad de los presidios floridanos. (2). Las milicias, a inicios de la guerra de Sucesión, podían movilizar varios miles de hombres abigarradamente armados, pero que desempeñaron a lo largo del siglo, “…a pesar de la insatisfacción de los gobernadores, un papel preponderante en la defensa de la isla. (…)”, y que poseían una reconocida capacidad combativa. Así, la gobernación de La Habana, podía disponer de 36 compañías –la mitad capitalinas-, en tanto la de Santiago de Cuba estaba en capacidad de movilizar 23 compañías de vecinos y otros pobladores, que se mantendrían sobreaviso hasta el cese de las hostilidades en 1713, y algunas de ellas se enfrentaron a los aliados europeos del archiduque Carlos en los litorales cubanos y en limitadas acciones punitivas contra posesiones inglesas de la región. (3)

Entre el fin de la guerra sucesoria y el desencadenamiento del conflicto atlántico de 1756 por parte de las potencias marítimas occidentales, que se convertiría en la guerra de los Siete Años, Cuba creció en población y riqueza, una nueva monarquía borbónica emprendió un curso reformista que renovó parte de la administración pública insular, afianzó los controles estatales sobre las actuaciones de los municipios, tradicionalmente contestatarios frente a las autoridades habaneras, reajustó en más de una ocasión las imprecisas y problemáticas jurisdicciones territoriales de la capital y de Santiago de Cuba.

Estableció severas restricciones al cultivo y la comercialización del apreciado tabaco cubano, creando un monopolio de la Corona, a la vez que favorecía los proyectos mercantilistas de los grupos de poder económico habaneros, con la autorización, casi mediado el siglo, de una compañía comercial de capital criollo y peninsular que se haría cargo del fomento de las producciones principales del país con destino a los puertos metropolitanos, así como a abrir importantes comarcas a la colonización del ganado, el azúcar; el tabaco y las explotaciones forestales, estas últimas imbricadas con el astillero habanero que florecerá considerablemente desde finales de la década de 1740, con las explicables consecuencias estratégicas de acentuar el interés enemigo en la Isla durante los tiempos de confrontaciones internacionales. La población insular, al amparo de una época de crecimiento y expansión apreciables, se multiplicó con creces en la primera cincuentena de años del siglo XVIII, pasando a sumar unos 150,000 habitantes en los tiempos de la guerra inglesa de 1762. La cooperación entre algunos gobernantes ilustrados, como los capitanes generales Juan F.Guemes Horcasitas (1734) o Francisco Cagigal de la Vega (1748); los gobernadores santiagueros F. Cagigal de la Vega (1738) o Lorenzo de Madariaga (1754) y los obispos Juan Lasso de la Vega (1732) y Pedro Agustín Morell de Santa Cruz (1730,1754), contribuyeron a la estabilidad de la sociedad isleña a lo largo del proceso de afianzamiento del poder central habanero sobre los municipios y la severa legislación aplicada contra la extendida practica del contrabando, asuntos que no dejaron de crear difíciles tensiones con las oligarquías de la Tierra Adentro en la década de 1730, así como ante las serias amenazas contra la presencia de España en la Isla planteada por las intenciones y las acciones de Inglaterra entre 1726 y 1748. De esta etapa datan los establecimientos de tenencias gubernativas en Trinidad, Sancti Spíritus, Puerto Príncipe, Bayamo y Holguín, así como la ampliación de la gobernación habanera hasta incluir Puerto Príncipe. (4)

El período posterior a 1715 fue fundamental en la reorganización de la defensa de la Isla, gracias a las disposiciones tomadas por Madrid para reforzar las capacidades de las principales plazas americanas, en primer lugar La Habana, ante la fluida situación internacional que siguió el tratado de Utrecht. La más palpable de las nuevas orientaciones defensivas -junto con ciertas obras de reconstrucción y mantenimiento en las fortificaciones habaneras y santiagueras-, fue el reglamento de organización de 1719, aunque desde casi un lustro antes se había ido reforzando mesuradamente la dotación habanera, aunque entonces no era, en términos numéricos, muy diferente a su estado en 1701. Semejante disposición, significó “…la creación de un auténtico Ejército profesional; simultáneamente se establece un organigrama que engloba a toda la estructura militar de la Capitanía…”, con sus cuerpos de infantería de línea, artillería y caballería que progresivamente incrementaron sus efectivos de unos 800 en 1720 a casi un millar de regulares al concluir el conflicto angloespañol con la paz de Aquisgrán, en 1748. Otro punto fundamental de esta reforma lo constituyó la creación de una junta que, con la categoría de estado mayor, actuaría “…con la misión de coordinar sus misiones y movimientos en tiempo de guerra, …”, integrado por los gobernadores, tenientes de rey, ingenieros, sargentos mayores, cuartelmaestre y oficiales ayudantes de estos, sentando el precedente de las posteriores juntas de guerra establecidas en 1726,1739 y 1762. (5). La guerra de 1739-1748, puso a prueba estas disposiciones, aunque anteriormente la alarma naval de 1726-1728 sometió a una inquietante alerta de combate las unidades de dotación y las milicias que la apoyaban, aunque sin verse obligadas a operaciones mayores en el territorio isleño. El conflicto con los británicos obligó a casi una década de esfuerzos por las autoridades militares y civiles para asegurar la integridad del territorio, esta vez amenazado por la conquista directa de una gran potencia por vez primera en más de veinte años. Y no solamente la Isla de Cuba, sino la abierta frontera de la Florida constituyó una verdadera –peligrosamente obvia- preocupación de seguridad y carga de responsabilidades para las unidades de la guarnición fija de La Habana. El organizar y adiestrar las milicias municipales, el procurarles oficialidad con preparación adecuada, creación de nuevas unidades en remotas localidades de los distritos del extremo occidente y algunos puntos expuestos de la costa norte de la gobernación santiaguera, se combinó con un impulso al complejo de fortificaciones de La Habana, levantando baterías adicionales en la bahía y estableciendo como permanentes ciertas antiguas obras de protección ingeniera del frente marítimo de la jurisdicción, así como la conversión de las fortificaciones de Jagua en una obra de consistencia. Santiago de Cuba se benefició de las medidas de los ingenieros reales aunque lo extenso de su litoral y el costo de las fabricas obligó a más de una perspicaz iniciativa de sus autoridades, como la de iniciar una suerte de “barrera costera” a ambas bandas del puerto santiaguero, en varias de las posibles avenidas del enemigo y extender la iniciativa a erigir parapetos y baterías en la alejada villa de Baracoa, sobre la embocadura del Paso de los Vientos. Defender las amplias franjas litorales cercanas a las principales bahías pobladas y mantener pertrechada la norteña línea floridana consumió no escasos recursos propios y metropolitanos durante este largo y accidentado enfrentamiento ultramarino. (6)

La defensa concebida desde los días de Felipe V, fue puesta a prueba en tiempos de la segunda invasión británica a la gobernación de Santiago de Cuba -en el estío de 1741-, donde una efectiva combinación del mando táctico de un gobernador enérgico, de un obispo vehemente, de la movilización de centenares de milicianos orientales y del centro de la Isla, la constante y hábil acción de las guerrillas santiagueras al mando de tácticos locales, con las ventajas del terreno y la agresiva estación, liquidaron una de las iniciativas británicas de ocupar una porción de territorio español en las Antillas. La victoria de los milicianos en Guantánamo, se agregaba a la de los regulares habaneros en San Agustín de la Florida un año antes, a la de los defensores de Baracoa en 1742, y a la que luego propinarían los artilleros y soldados de las fortificaciones de Santiago a los buques de la real armada británica en 1747, en la boca de la bahía. El valor de la Isla y de sus defensores quedó refrendado ante la Corona y el Consejo de Indias, como testimonian la correspondencia de entonces. (7)

Consecuencia directa de los eventos de la guerra de los Nueve Años, será la reforma de las unidades de defensa de Cuba en 1753, creándose un regimiento fijo con las fuerzas existentes, compuesto de cuatro batallones de infantería de línea, cada uno de ellos con seis compañías de fusileros y una de granaderos. En el mismo sentido se practicaron cambios en el arma de artillería, estableciéndose dos compañías que debían cubrir las obras de fortificación habaneras, santiagueras y floridanas; en tanto que la caballería se estructuraba en tres compañías destacadas en diversas posiciones en Cuba y otra sirviendo en la Florida. Como punto de interés, esta reforma militar establecía que los máximos oficiales del regimiento de línea y de las fuerzas montadas, tendrían entre sus obligaciones principales el convertir las milicias de sus respectivas armas en unidades adecuadamente instruidas, equipadas y armadas, bajo el mando y supervisión estrecha del estado mayor regimental de la plaza. Para entonces, el fijo habanero poseía una plantilla de 2,512 efectivos a distribuir de manera proporcional entre La Habana y sus dependencias, incluidas Matanzas y Jagua, Santiago de Cuba y San Agustín de la Florida, con un presupuesto asignado de las cajas novohispanas de casi medio millón de pesos. Sin embargo, la tendencia de las tropas fue mantenerse por debajo de la cantidad necesaria para defender unas plazas de alta concentración demográfica y significativo valor para la presencia de España en el hemisferio occidental.

En efecto la guarnición total osciló entre los 1,587 hombres en 1755, y los 1,321 cuatro años más tarde, de modo que cuando los británicos desalojaban a los franceses de las Antillas Menores como preludio a su campaña cubana, los elementos del regimiento casi se aproximaban a su óptimo, gracias a los apresurados refuerzos peninsulares, alcanzando 2,383 hombres al tomar el mando de la Isla el mariscal Prado Portocarrero, en 1761. Según un autor, de estas tropas ya cerca de la mitad de sus oficiales -un 41%- eran criollos, pero los mandos superiores no estaban abiertos en proporción semejante, con ventaja para los peninsulares. (7a). Las milicias, a pesar de las providencias establecidas por el reglamento, no vieron cambios espectaculares en sus condiciones, aunque algunos militares destacados en las gobernaciones, como el caso del capitán general Cagigal de la Vega o el gobernador oriental Lorenzo de Madariaga, se interesaran en regularizar los ejercicios de instrucción y llevar relaciones actualizadas de los recursos humanos disponibles en los municipios.

Las miras británicas sobre Cuba.

En marzo de 1701, para los conductores de la política internacional de Londres existía la amenaza de un golpe de mano de la escuadra francesa en las grandes Antillas, en especial Cuba, reflejado esto en la opinión de un analista contemporáneo, quien afirmaba con cierta inquietud; ‘(…)¿Qué es Inglaterra sin su comercio?,…sin el comercio turco y español, y donde irá a parar cuando una guarnición francesa esté plantada en Cádiz y la flota francesa lleve a su país la plata desde La Habana?(…)’ En ese espíritu, los británicos decidieron reforzar considerablemente su presencia en el Caribe, que ya contaba con 12 buques de batalla desde la anterior temporada. Bajo el mando del célebre vicealmirante John Benbow, los buques de línea británicos, a la vez que protegían la integridad de las colonias azucareras de las Antillas inglesas, intentarían interceptar –y de ser posible capturar íntegros-, los caudales que se esperaban desde Veracruz, Cartagena y La Habana, tratando de adelantarse a la flota francesa del vicealmirante conde de Chateau-Renault que debía proteger la ruta española de la Carrera de Indias. Para estas operaciones, el gobierno británico emitió unas instrucciones a su vicealmirante en las Indias Occidentales, a inicios de 1702, donde la Isla de Cuba estaba llamada a constituir un principal eslabón de los propósitos ultramarinos de los aliados anglo-holandeses: en efecto, se le aconsejaba a los mandos navales ingleses tratar de ganar la voluntad de las poblaciones españolas, en particular los habaneros, de modo que abandonaran la lealtad a la dinastía borbónica y se adhirieran a los pretendientes de la casa de Austria, para lo cual se les ofrecía la protección de los buques y marinos británicos, siempre que se entregara La Habana al vicealmirante Benbow. Según el mismo documento, el almirantazgo consideraba que de estar la ciudad bajo la bandera aliada, España y Francia sufrirían considerable retroceso estratégico, …“al prevenir que nuestros adversarios se beneficien con las riquezas de las Indias Occidentales…”. En la eventualidad que los habaneros u otros españoles de América se mostraran partidarios de los Borbones, el almirante y sus capitanes estaban autorizados en capturar la flota que saldría de La Habana y emplear medios punitivos para que los pobladores de los territorios españoles leales a Felipe V, se mostraran receptivos a las propuestas de los aliados del pretendiente austríaco. (8)

Aunque los esfuerzos del tenaz vicealmirante Benbow fueron ingentes, su fallecimiento relativamente temprano no facilitó la causa de los aliados y sus protegidos dinásticos, el oportuno enjuiciamiento y pena capital aplicada en La Habana a algunos de los “emisarios filoaustríacos” conjuró las esperadas complicidades internas consideradas en las instrucciones de Londres. En los siguientes años, las actividades navales británicas en aguas del Caribe no disminuyeron, en especial alrededor de la ruta del estrecho de la Florida a la caza de la flota de Nueva España o la de los galeones de Cartagena, siendo La Habana uno de los puntos neurálgicos de proyectadas expediciones dirigidas contra las rutas vitales de los dominios de España en el Atlántico. Ya fuera en aguas de Cádiz o de La Habana, el Almirantazgo inglés estimaba, en las postreras semanas de 1705, que debía detenerse el flujo de los dineros americanos que alentaban la resistencia de la coalición borbónica y lo que era considerado como “asunto de principal importancia estratégica para Londres y sus aliados europeos”. En estas circunstancias se propuso por los analistas navales un esbozo de plan que estimaba como asunto de particular prioridad para el éxito del esfuerzo ultramarino inglés la captura y retención de Gibraltar y de La Habana, algo que pareció ser tomado seriamente por las autoridades españolas en su día. (9). Sin embargo, por las prioridades del teatro de operaciones europeo, ni aún los esfuerzos del activo comodoro Charles Wager, desde el verano tardío de 1707 y especial en enero de 1708, lograron adelantar las aspiraciones políticas del pretendiente o consumar las ambiciones de los almirantes, aunque consiguiera considerables beneficios a expensas de la navegación española, al mantener cerrados patrullajes entre Portobelo y La Habana. Pero esta última no se vio amenazada por tales flotas en lo que restó del conflicto, aún cuando sus medios humanos y materiales no estuvieran en correspondencia con la importancia conferida por amigos y adversarios por igual. (10)

Durante los años que siguieron al Tratado de Utrecht (11 de abril de 1713), los intereses mercantiles británicos sacaron pingües beneficios con las ventajas del “navío de permiso” que les permitió una doble partida de comercios legales en puertos y ferias americanas, con representación de respetables factores autorizados, y por otro lado, la extensión de las actividades de contrabando a lo largo de las abiertas costas de las Antillas y la Tierra Firme, desde sus depósitos de mercaderías y esclavos establecidos principalmente en Jamaica, con la que los vecindarios cubanos desde Batabanó a los embarcaderos de Bayamo mantenían un lucrativo e ininterrumpido tráfico en los períodos de paces internacionales. Lo que no impidió que durante el corto conflicto europeo de 1718-1720 suscitado alrededor de Italia, Cuba sirviera de base para acciones corsarias de marinos y armadores locales que hostigaron con provecho la navegación comercial entre las islas y puertos ingleses, así como atacar establecimientos de colonos británicos establecidos en el archipiélago de las Bahamas, que se veían como potenciales amenazas contra el predominio español en el estrecho de la Florida. La destrucción de Nueva Providencia en las vecinas islas situadas al norte de la capital cubana, junto con algunos incidentes navales entre corsarios de Trinidad y navíos ingleses de Jamaica caracterizan un conflicto relativamente modesto en el Caribe, y donde, gracias al enérgico capitán general Gregorio Guazo Calderón, las tropas regulares y las milicias de la Isla se mostraron capaces de emprender no solo las tradicionales misiones defensivas, sino invadir con éxito las Bahamas, cooperar en la defensa de la Florida e inclusive proyectar una acción punitiva contra las plantaciones de Carolina del Sur, que no se consumó por la concertación de las paces en Europa. Los británicos, mantuvieron un discreto perfil durante este conflicto, concentrando sus esfuerzos en proteger el comercio de Jamaica, reforzar sus defensas en la frontera floridana y las costas de las Carolinas, como a destacar una fuerza naval desde Jamaica sobre La Habana en 1720 para tratar de impedir que desde allí se intentara una expedición más ambiciosa contra algunas de sus posesiones insulares o continentales al norte de Cuba. Resultado de estas experiencias, y de una importante actividad de numerosos agentes encubiertos en territorio de sus rivales, el Almirantazgo comenzó a estudiar ambiciosos planes estratégicos que aspiraban a la dominación de la Florida y de Cuba para contrapesar el temible eje de expansión de Francia desde el Canadá al Mississippi sobre las posesiones norteamericanas de España y la Gran Bretaña. (11)

Durante el breve y localizado enfrentamiento de Madrid y Londres en la cuenca antillana entre 1726 y 1728, consecuencia de los convenios diplomáticos hispano-austríacos, la escuadra británica de las Indias Occidentales amenazó persistentemente las rutas atlánticas por las que circulaban las remisiones de los metales preciosos americanos, con preferencia las aguas cubanas del Golfo de México y el estrecho floridano. Un capaz y fogueado vicealmirante “of the Blue”, Francis Hosier, recibió instrucciones de operar sobre la ruta marítima de los buques españoles que, desde Panamá y Veracruz, convergían en la capital de Cuba, y cuyas cargas eran estimadas por el Almirantazgo en casi una treintena de millones en metales y mercancías. Para Londres, la misión principal de Hosier era conjurar un conflicto europeo privando “…de las fuentes de dinero a la coalición hostil. Era en este punto donde la combinación era poderosa vulnerable.” De modo que los buques de línea destacados en el Caribe español, debían detener por todos los medios posibles la navegación de los galeones u otros buques que pudieran transportar a puertos españoles los tesoros que financiarían cualquier esfuerzo concertado de Madrid y Viena. De ahí la decisión de destacar buques sobre aguas cubanas o centroamericanas, como mantener una escuadra paralela sobre puertos peninsulares de Galicia y Andalucía.

Durante casi veinticuatro meses los marinos británicos bloquearon La Habana, con relativo éxito y no poca alarma y preparativos de la guarnición y vecindario, siendo la primavera de 1727 el momento álgido de la campaña británica en aguas cubanas, cuando la escuadra de Veracruz, bajo el almirante Castinetto, y desde medio año atrás embotellada por Hosier en el puerto habanero, logró burlar el dispositivo de los buques de batalla ingleses, que entonces parecían mostrar especial interés en rondar la bahía de Matanzas. Una sigilosa y arriesgada salida de corsarios de Cartagena consiguió situar en La Habana parte de los caudales depositados en Portobelo. En total, a despecho de la cerrada acción naval de los navíos de línea británicos, cerca de una decena de millones de pesos lograron hallar su camino seguro a los puertos de la Península. En este conflicto, librado principalmente en aguas americanas del trópico, serían significativas las correrías de los corsarios criollos quienes, desde Santiago de Cuba, Trinidad y La Habana, que no dejaron de ocasionar quebrantos a la navegación comercial inglesa entre Jamaica y los territorios norteamericanos o los puertos metropolitanos de las Islas Británicas, algo que fue aducido como una de las más justificadas razones para el ejercicio de represalias contra la navegación y puertos americanos. Como nota curiosa, en tanto que los milicianos y corsarios habaneros saqueaban establecimientos ingleses en Cayo Sal, a medio camino entre el norte de Cuba y las Bahamas occidentales, Hosier intentó crearle problemas al gobernador habanero Lazo de la Vega, fomentando ciertos disturbios entre las dotaciones de esclavos de ingenios azucareros del entorno de La Habana, subversión liquidada con prontitud por las milicias montadas de la capital y cercanías. (12)

La más importante prueba de fuerza británica en Cuba antes de la campaña del conde de Albemarle se produjo durante la guerra de los Nueve Años (1739-1748) y en cuyos orígenes las acciones de los corsarios y guardacostas cubanos contra los contrabandistas confesos y la navegación comercial inglesa que practicaba tratos ilícitos por los litorales del Mar de las Antillas, tuvieron mucho que ver en la furiosa labor de cabildeo que los intereses mercantiles de Londres, Bristol, Portsmouth y otras ciudades portuarias de las Islas Británicas, libraron en el Parlamento y gabinete británicos desde los tiempos del tratado de Sevilla (1729) que se esperaba reprimiera los excesos del contrabando inglés y de las represalias españolas contra éste. La importancia del tonelaje afectado por los decomisos y la magnitud de los intereses económicos envueltos, combinados con las seculares aspiraciones geopolíticas de Londres en la región antillana y centroamericana, contribuyeron a convertir un difuso episodio en el estupendo pretexto para iniciar una guerra ultramarina destinada a quebrantar el dominio de España en la región antillana. (13). De todos modos los almirantes británicos habían diseñado ciertos planes orientados a propinar un severo golpe a los intereses de España en el hemisferio occidental, que asegurara de una vez por todas las disputas estratégicas y comerciales que enturbiaban las relaciones entre ambas potencias desde el tratado de paz de 1713. En sesiones del Parlamento en la víspera de la ruptura de las hostilidades, más de un legislador propuso que los esfuerzos de la próxima confrontación ultramarina se orientaran a las posesiones de América española, porque constituían “…la parte del mundo, donde, en caso de guerra, debemos hacer el mayor daño a España, y el mayor bien a nosotros mismos…”, aunque en esta oportunidad debían ser incluidas fuerzas terrestres que acompañaran los buques de línea, para operar en campañas terrestres, pero se observaba que estas operaciones era preciso emprenderlas en el momento climatológico propicio, de modo que se minimizaran las siempre preocupantes bajas por enfermedad. A estas novedades se añadían las conocidas misiones de intercepción de los caudales americanos que nutrían el poder de España y se le confería cierta relevancia a los intentos de subvertir las lealtades de los habitantes de las posesiones más atractivas, por medio de apelaciones a los agravios locales y las bondades inmanentes en una alianza británica. (14)

La expedición americana encabezada por el malogrado general Lord Cathcart y luego por su sustituto el brigadier general Thomas Wenthworth, con 8 regimientos de línea y marina en un centenar de transportes, apoyados por siete buques de línea, -que luego se incrementaron a una treintena de buques mayores y fragatas en la estación de Port Royal, bajo mando del vicealmirante Edward Vernon-, logró colocar una impresionante fuerza de combate en la región del Caribe, que sumaba unos 10,000 soldados, marines y auxiliares, en el invierno de 1740, y destinados a actuar ofensivamente contra alguno de los principales baluartes españoles que estaban al alcance de la agrupación naval estacionada en Jamaica. Con anterioridad, el vicealmirante Vernon había recorrido las aguas de Panamá, capturando Portobelo (3-24 de diciembre de 1739) y aún antes, en el verano del mismo ano, siete buques de línea -asignados al escuadrón de las Indias Occidentales bajo el comodoro Charles Brown- tantearon las defensas exteriores de La Habana (octubre de 1739), estableciendo luego un formal bloqueo naval (junio-septiembre de 1740), con ciertas escaramuzas terrestres entre sus marinos, las milicias y tropas regulares a cargo de la defensa del litoral del estrecho de la Florida, en especial los surgideros de Cojímar y Jaruco.

Dejando a cargo del comodoro Brown el recorrer la costa –en plan de intimidación e intercepción del comercio-, entre la capital cubana y Matanzas, con algunos navíos de combate. Mientras Vernon, quien con una fuerza de siete buques de batalla había patrullado las aguas del Caribe central tras bloquear los accesos de Cartagena de Indias, pasó el Cabo de San Antonio y tras recorrer aguas sureñas de la Isla, se reintegró a su base en Jamaica, en el otoño de ese año. Buena parte de la segunda mitad de 1740, hubo presencia de cruceros ingleses en las aguas de Cuba occidental, fuese en el Golfo de México o entre los cabos de San Antonio y Corrientes. Vale decir que, durante los varios meses de emergencia en La Habana, los corsarios de esta, Trinidad, Santiago de Cuba y aún de Matanzas, lograron poner una treintena de embarcaciones destinadas a asegurar el movimiento de refuerzos y provisiones desde la Tierra Adentro a las proximidades de la capital, a mantener constante vigilancia sobre las escuadras de Vernon y Brown, respectivamente, e inclusive facilitar que los caudales de Veracruz, uno de los objetivos del almirante adversario, llegaran intactos al puerto habanero. En lo que a información confidencial respecta, los miembros del gabinete y marina en Londres parece ser que habían dedicado bastante empeño en adquirir informaciones actualizadas para poseer una correcta “inteligencia” sobre los posibles objetivos, en particular La Habana y Santiago de Cuba. A la vez que las autoridades isleñas movilizaban sus recursos humanos para conjurar cualquier intentona de desembarco, los regulares del regimiento fijo y algunas compañías milicianas se vieron requeridas por el gobernador de San Agustín de la Florida, entonces bajo severo ataque de los ingleses y sus auxiliares indios desde Georgia y las Carolinas, refuerzo que asistió a la guarnición en liquidar las ambiciones del general Oglethorpe, a finales del verano de 1740. (15)

Tras el infructuoso y sangriento intento de capturar Cartagena de Indias en la primavera de 1741, el almirante Vernon y el general Wenthworth optaron por retirar sus quebrantados regulares y milicianos a la seguridad de Jamaica y emplearse a la preparación de un nuevo proyecto expedicionario contra las posesiones españolas, en este caso contra Santiago de Cuba, gobernación cubana que, por su distancia de La Habana y recursos limitados parecía susceptible de brindar la victoria americana que parecía eludir a los británicos desde su éxito en Panamá, casi dos años atrás. Además, parece que entre los oficiales de tierra y mar destacados en Jamaica, se estimaba posible remedar –en escala superior-, la devastadora incursión que sus compatriotas lanzaron desde la misma isla, casi ochenta años antes. Con ocho navíos de línea bloqueando los accesos de Santiago de Cuba, Vernon condujo otros 17 y más de medio centenar de transportes y buques auxiliares contra la despoblada y acogedora bahía de Guantánamo, unos 80 kilómetros al este de la capital de la gobernación oriental. Allí desembarcaron unos 5,000 hombres -que ciertas fuentes estiman compuestas por entre 3,000 y 2,400 regulares ingleses, unos 600 provinciales norteamericanos y sobre un millar de negros esclavos y auxiliares jamaicanos- justo en medio de la estación más calurosa y menos propicia para acciones en latitudes tórridas, adelantando en dos décadas análogas decisiones de Albemarle y Pocock, que pueden explicarse a partir de las tradicionales estaciones de hacer la guerra en el hemisferio septentrional europeo. Pronto se enfrentarían a las dificultades de la estación, la topografía agresiva y las disposiciones tomadas por el agresivo gobernador santiaguero, Francisco Cagigal de la Vega, quien no solo reforzó las defensas estáticas a lo largo del puerto y los litorales, sino que también movilizó todos los milicianos de Bayamo, Holguín y Puerto Príncipe, a la vez que recurrió a la capitanía general por recursos humanos, pertrechos y fondos. En esta contingencia adquirió especial protagonismo el fogoso obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, entonces destacado en la ciudad de Santiago de Cuba, y quien desempeñaría especial papel en alentar los esfuerzos de defensa en 1741, y casi dos décadas luego sería el alma de la resistencia de los milicianos y población civil de La Habana durante el ataque de los regimientos británicos. En ambos casos encarnaba una personalidad que alentaría los sentimientos religiosos y patrióticos de las gentes con especial intensidad. (16)

Durante esta campaña, las tropas británicas protagonizaron su más importante excursión al interior del territorio cubano, al partir desde su fortificada cabeza de playa en la bahía de Guantánamo, para intentar flanquear las defensas terrestres de Santiago de Cuba, circunvalándolas a lo largo del tortuoso camino real que enlazaba la gran bahía y las vastas comarcas agropecuarias inmediatas, con la capital gubernativa. Esta penetración consiguió efectuarse por casi una treintena de kilómetros en los distritos o partidos de Santa Catalina y Tiguabos, de especial interés por ser comarcas ganaderas que podían aprovisionar la flota y tropa expedicionaria, indispensable adquisición logística para las ambiciosas expectativas del general Wenthworth, quien era de la opinión que al simultanear una “convincente” demostración de fuerza de los “casacas rojas” y una serie de proclamas destinadas a convencer a los pobladores criollos de los beneficios y libertades que obtendrían bajo la protección de la corona británica, la combinación resultante les franquearía el paso a los expedicionarios, sin excesivas incomodidades, por las vastedades del departamento oriental. La incursión fue descrita por uno de sus oficiales y recogida por Vernon en sus reminiscencias de la conflagración ultramarina, y es representativa de las dificultades experimentadas por tropas regulares europeas en un entorno tropical, en medio de la estación más tórrida y húmeda, un terreno poco conocido y en especial, bajo la constante acción de elusivas partidas de milicianos y pobladores adaptados a la lucha irregular y a la topografía del país, escasamente poblado y bastante boscoso. Por otro lado, estas operaciones del verano de 1741, demostraron la efectividad de la conducción de acciones en pequeña escala contra un adversario mejor entrenado, mandado y equipado, con un mando competente, tanto de los capitanes milicianos, como de la junta de oficiales que servía bajo el hábil gobernador Cagigal de la Vega. El propio Wentworth percibió esta ventaja de sus contendientes, una vez que sus filas se redujeron considerablemente por las enfermedades adquiridas en campaña. (17)

La expedición, como antes la emprendida en Tierra Firme, terminó siendo un desastre con una buena porción de las tropas y marinos víctimas de los azotes del trópico y del constante hostigamiento a que fueron sujetos durante las operaciones. A la fecha de la retirada de Vernon y Wentworth, en 9 de diciembre de 1741, se estimaban las bajas de toda condición en casi un 40% del contingente original, sin mencionar los muchos pertrechos y bagajes que se dejaron como impedimenta inútil o dañada en los atrincheramientos levantados a orillas de la bahía guantanamera. Entre Cartagena y Guantánamo, la fuerza británica –de unos 5,000 a 6,000 efectivos regimentales-, traída a las América por Lord Cathcart en el invierno de 1740, más los refuerzos provinciales norteamericanos y jamaicanos, valorados en sobre unos 3,000 hombres más, se había visto reducida terriblemente, a meros despojos de campañas coloniales infructuosas, cuyas pérdidas relativas se comparaban penosamente con las más encarnizadas acciones libradas durante la misma guerra europea en las campiñas de Italia o los Países Bajos. (17a)

En lo que al resto del conflicto angloespañol (al que se añadirían los franceses, tras formalizar su alianza mediante el tratado de Fountainbleau, en marzo de 1744), Cuba no recibió más amenazas navales directas o amagos de invasión contra sus plazas o litorales entre 1742 y 1747, siendo vista por las autoridades políticas y militares de Jamaica y Georgia como posible fuente de ataques contra las posesiones británicas una vez que la Isla recibió algunos refuerzos desde España con destino a Santiago de Cuba y luego en La Habana, se acondicionó mejor -empleando todos los medios, recursos y brazos especializados disponibles en los astilleros locales-, la escuadra de Rodrigo de Torres (llegada a aguas americanas en septiembre de 1739, con 12 buques de línea y algunos auxiliares). Ahora, surta en el puerto habanero desde la primavera de 1741, tras una inicial estancia en Cartagena, pudo operar en aguas del estrecho de la Florida, y ello incrementó notablemente la acción de los corsarios criollos establecidos en diversos caladeros insulares, en contra la navegación inglesa en aguas de Jamaica, las Carolinas y Honduras. Durante esta etapa de la contienda, las tropas del regimiento fijo habanero volvieron a pelear, -junto con los milicianos y auxiliares negros e indios cubanos y floridanos, respectivamente-, con los temibles “casacas rojas”, sus milicias provinciales norteamericanas y aliados indios (creek, yamasee) en los disputados territorios de la frontera entre Georgia y Florida, con resultados variables para ambos contendientes. Como se ha reconocido, el continuo fracaso del gobernador Oglethorpe en tratar de subyugar la Florida, como primera etapa de una proyectada acción contra La Habana, en lo que no poco contribuyeron las dotaciones y milicias de ésta, pueden muy bien haber frustrado una posible acometida de los británicos desde el continente septentrional contra la capital isleña, reforzando ante los políticos y generales de Madrid el valor de la vecina península norteamericana como glacis de la Isla. Además de la campaña floridana de 1742, el gobernador habanero parece haber estudiado con detalle el propósito de desalojar a los británicos de algunas recientes adquisiciones en el litoral centroamericano, con recursos propios, a la vez que también parecía, y al menos esto era un rumor extendido en Jamaica, considerarse alguna acción combinada entre los buques de la escuadra habanera y aquellos destacados por Francia en Santo Domingo. Inclusive, temían los hacendados azucareros jamaicanos que los españoles intentaran capitalizar los problemáticos negros alzados -los “marroons”de las Montañas Azules- de la vecina isla, armándolos para crear disturbios adicionales a los ingleses. (18)

La última intentona seria contra una plaza fuerte cubana se produjo casi al final de las operaciones de la guerra, en la primavera de 1748, y partió de Port Royal, Jamaica, por iniciativa del experimentado contralmirante a cargo del escuadrón anclado allí, Charles Knowles. Coincidiendo con una reactivación de la acción de las fuerzas navales británicas en aguas del Caribe y el Golfo de México, desde mediados de 1746, con las acciones del escuadrón jamaicano contra los convoyes franceses que transportaban refuerzos y pertrechos de Martinica a Santo Domingo, en especial los combates navales de noviembre de 1746 y 5 de abril de 1747 en aguas de Cabo Francés. Algo seguido de cerca por los agentes del gobernador Guemes y del almirante Reggio y los numerosos corsarios habaneros y santiagueros que se movían desde los cabos occidentales de Cuba hasta el Paso de los Vientos.

Así, con la intención de eliminar la amenaza potencial contra Jamaica, destruir una perniciosa presencia de corsarios que causaban numerosas pérdidas en el comercio colonial inglés y, como ha señalado un autor, ”…vengar en aquel puerto los desastres de Vernon y Wentworth…”, Knowles, tras propinar un severo, sorpresivo y destructivo golpe a las fortificaciones francesas de Port Saint Louis, santo Domingo (22 de marzo de 1748), trató de repetir su fortuna y abrirse paso por entre las defensas exteriores de la bahía de Santiago de Cuba, en duelo frontal con las baterías del Morro, la Estrella y otras menores establecidas por Cagigal de la Vega desde inicios del conflicto atlántico. Este ataque (8-10 de abril de 1748), que parece haber sido advertido por contrabandistas criollos que actuaban encubiertos en Jamaica, según se puede inferir de algunos despachos, no dejó de causar preocupación por la importancia de los buques que intervinieron en aquellos días del abril antillano: siete buques de línea con más de 400 cañones, asistidos por una media docena de fragatas y otras embarcaciones. Sabido es que, jugando con las ventajas topográficas de las fortificaciones encaramadas sobre precipicios marinos, los artilleros lograron ocasionar significativos destrozos entre los buques de línea y tripulaciones atacantes. Aquel reconocimiento en fuerza de las defensas litorales, junto con la consiguiente disposición hecha por el gobernador brigadier general Arcos Moreno, de apreciables contingentes de tropas milicianas y de dotación de Santiago de Cuba en la costa de Aguadores, al este de la bahía, -donde el almirante británico pareció amagar un desembarco unos días después de atacar los baluartes del Morro-, aconsejaron a Knowles y sus oficiales desistir de una acción de desembarco que probablemente hubiera sido disputada vigorosamente, retirándose a Port Royal. En previsión de una intentona de penetración de la bahía, el gobernador de la plaza dispuso, bajo fuego naval británico, obstruir el acceso del canal por medio de un poderoso cable cruzando la bahía.

Sin embargo, de ahí el contralmirante británico (que estaba para entonces informado del cese de hostilidades entre franceses y británicos en los campos de batalla del Viejo Mundo, aunque no así las anglohispanas) pasó a operar a las aguas del estrecho de la Florida a inicios de julio de ese mismo año, en las proximidades de la Sonda de la Tortuga, con la intención de interceptar los buques que, con los caudales de Nueva España, se debían mover desde Veracruz a La Habana, según sus informes. Un afortunado ataque contra la ruta de los tesoros novohispanos podía forzar que Madrid solicitase la paz en Europa, al verse privada de los indispensables recursos financieros para sostener sus aspiraciones geopolíticas, una vez replegados sus aliados franceses. La presencia de la flota británica de Knowles en el Golfo de México, y la de su rival, Reggio, en La Habana, llevaría a una de las más disputadas acciones navales libradas entre españoles y británicos en el entorno antillano. A diferencia del cauteloso Gutierre de Hevia catorce años después, Reggio no se enclaustró al amparo de las fortalezas habaneras y decidió proteger los caudales de manera activa y eso lo enfrentó, aunque quizás no fuese su objetivo primario, al acechante Knowles. En el combate librado en aguas de Vuelta Abajo (12 de octubre de 1748), participaron 7 buques de combate españoles, con 422 piezas de artillería, contra un número similar de navíos ingleses, provistos de 450 cañones de diverso calibre. Los resultados, claramente favorables, aunque no menos costosos, para los ingleses, les dejaron con la supremacía en aguas del estrecho floridano, aunque no se hicieran de los dineros novohispanos. Si bien el impenitente almirante británico permaneció a la vista de La Habana, dispuesto a capturar los buques con el tesoro que se le habían escapado a puerto. En semejante crucero recibió la notificación oficial de la aceptación de los preliminares de paz por los diplomáticos ingleses y españoles (16 de octubre de 1748). Tristemente para el casi medio millar de muertos y heridos, la paz en Europa se había acordado desde medio año atrás. (19)

Es curioso señalar que el almirante Charles Knowles regresó a La Habana después de la guerra, en calidad de visitante y permaneció en la capital, siendo agasajado por las familias prominentes del criollaje y las autoridades peninsulares. Durante su agasajado itinerario se sabe que paseó, en compañía de sus anfitriones, por la bahía habanera, recorrió el castillo del Morro y la campiña circundante, observando con su entrenada percepción de marino la multitud de detalles que luego habría de plasmar en ciertos escritos confidenciales que, a inicios de la década de 1760, el premier William Pitt tendría en consideración al preparar la expedición que conseguiría materializar los largamente frustrados proyectos de conquista diseñados desde los tiempos de Benbow, Hosier y Vernon. Aunque los avatares políticos que le alejaron del poder, impidieron que Pitt sacara provecho de la victoria británica en La Habana, en agosto de 1762, por la prudencia e intereses que pesaron sobre las decisiones finales de sus sucesores Beldford y Bute, Knowles –que puede calificarse de mentor intelectual de la campaña cubana- y que no se adhirió al entusiasmo de los círculos militares y comerciales de Londres tras la captura de la plaza, formuló ciertas amargas consideraciones sobre la conducción de las operaciones terrestres, y en menor grado de las navales, que plagaron la expedición de Albemarle y Pocock. Es probable que una de las más lúcidas apreciaciones del valor geopolítico de la capital de la Isla de Cuba formuladas durante el siglo de las luces por un político británico partidario de la expansión colonial y marítima, fuera la expresada por el expremier William Pitt, al criticar el modo como los miembros del gabinete londinense habían manejado las concesiones territoriales en los tratados de 1763, y que sumarizaba las opiniones que desde inicios de la centuria corrían entre los círculos navales y mercantiles de Inglaterra: “…no hay compensación por La Habana; La Habana es una conquista importante (…) Desde el momento que La Habana fue tomada, todos los tesoros y riquezas en América estaban a nuestra merced…No tenía equivalente.” (20)

San Juan, Puerto Rico, 2004. arriba

Citas y notas.

(1) volver A.G.I. Santo Domingo 151. Obispado de Cuba. Año de 1689. Matrícula de las familias y personas que hay en las cinco ciudades, y siete villas de que se compone su diócesis ajustado por los padrones que los curas de las iglesias parroquiales han remitido…; Ibidem. El Obispo Diego Evelino de Compostela al Rey, La Habana, 28 de septiembre de 1689; Marrero, L. Cuba: economía y sociedad. El siglo XVII(1).Madrid, 1975, págs. vii-x.

(2) volver A.G.I. Santo Domingo 324. “El Consejo de Indias al Rey, Madrid, diciembre de 1701”; Ibid. “El Consejo de Indias al Rey, 16 de noviembre de 1701”; Martín Rebolo, I. Ejército y sociedad en las Antillas en el siglo XVIII. Madrid, 1991, págs.43-44,58; Torres Ramírez, B. “El ejército”, en Historia general de España y América. La España de las reformas hasta el final del reinado de Carlos IV. Madrid, 1984, págs.104-106.

(3) volver A.G.I. Santo Domingo 358. El cabildo de Santiago de Cuba al Rey, Santiago, 20 de enero de 1704; Castillo Meléndez, F. La defensa de la Isla de Cuba en la segunda mitad del siglo XVII. Sevilla, 1986, págs.199-201. Sobre las expediciones véase A.G.I. Santo Domingo 358. Autos sobre la acción de Nueva Providencia, Santiago de Cuba, 1703.

(4) volver A.G.I. Santo Domingo 326. El Consejo de Indias al Rey, Madrid, 28 de marzo de 1738; Ibidem. El Consejo de Indias al Rey, Madrid, 24 de marzo de 1736; Pezuela, J. Historia de la Isla de Cuba. Madrid, 1868, tomo II, págs. 359, 334-335, 360, 364-365.

(5) volver National Park Service. SAJU Military Archive. Reglamento para la guarnición de La Habana, castillos y fuertes de su jurisdicción. Año de 1719. Madrid, 1719; Castillo Meléndez, F. La defensa de la Isla de Cuba…, págs.148-149; Martín Rebolo, I. Ejército y sociedad…, págs.47-49.

(6) volver Pezuela, J. Historia…, II, págs.364-365,372-373,374; Marrero, L. Cuba…, tomo 6, pág. 82, Guerra, Ramiro et al. Historia de la nación cubana. La Habana, 1952, tomo II, págs.21-22,35-39.

(7) volver A.G.I. Santo Domingo 326. El Consejo de Indias al Rey, Madrid, 28 de mayo de 1740; A.G.I. Santo Domingo 364. El gobernador Cagigal al Rey, Santiago de Cuba, 2 de diciembre de 1741; A.G.I. Mapas y Planos. Santo Domingo 213. Reconocimiento de la bahía de Guantánamo, por F. Cagigal de la Vega, 1743; Pezuela, J. Historia…II, págs.384-390, 394, 409-410; Vernon, E. Original Papers relating to the expedition to the Island of Cuba. London, 1744, págs.193-198.

(7a) volver Martín Revoló, I. Ejército y sociedad…, págs.51-54. Este autor presenta interesantes estimados sobre lo que llama la criollización de la oficialidad regular en las fuerzas de guarnición cubanas. Además, véase Pezuela, J. Historia…, II, págs. 437-438; Kuethe, A.J. Cuba, 1753-1815.Crown, military and society. Knoxville, 1986, págs.12-16.

(8) volver “El teniente gobernador Beckford al Consejo de Comercio y Plantaciones, Jamaica, 10 de julio de 1702”; “El vicealmirante Benbow al secretario de Estado, Port Royal, 24 de septiembre de 1702”; “El vicealmirante Benbow al gobernador de La Habana, 24 de septiembre de 1702”, en Calendar of State Papers, Colonial Series. America and the West Indies, Jan.-Dec. ,1702. London, 1964, volumen 20, documentos 124 y 125, págs. 87-89; doc.473, págs.460-462; Richmond, Sir Herbert. The Navy as an instrument of policy, 1558-1727. Cambridge, 1953, XII, págs.280-282.

(9) volver National Park Service, SAJU Military Archive. Microfilme 30, documento 165. “El Rey al virrey de la Nueva España, Buen Retiro, 28 de abril de 1703”; British Museum Library. Mss Add.28058. “Official Papers relating to military operations in Spain, sent to Sidney Godolphin, 1st.earl of Godolphin, Lord High Treasures, 1705-1708. Document 5. Memorandum advocating the occupation by the English of Gibraltar and the Havana”; Richmond, H. The Navy..., XIV, págs.338-340.

(10) volver A.G.I. Santo Domingo 334. Consulta del Consejo de Indias al Rey, Madrid, 7 de octubre de 1703; Ibidem. Consulta del Consejo de Indias al Rey, Madrid, 26 de marzo de 1703; Pezuela, J. Historia…, II, 8, págs.268-283; Richmond, H. The Navy…, XV, págs.350-352.

(11) volver “John Parris al gobernador de Carolina, La Habana, 18 de julio de 1719”; “El gobernador Rogers al Consejo de Comercio y Plantaciones, Nueva Providencia, 20 de abril de 1720”; “R. Farrill y W. Nicholson al gobernador Rogers, La Habana, 4 de abril de 1720”, en Calendar of State Papers. Colonial Series…1720-1721, vol. 31, doc.447ii, págs. 261-263; vol. 32,doc. 47, págs.29-31; doc.47iii, págs.33-34; Richmond, H. The Navy…, XV, págs.389-390; Pezuela, J. Historia…, II, 10, págs.308-314, 316-318.

(12) volver British Museum Library. Mss.Add.19332. “Despatches from the government to admiral Hosier,1726,1727”; SAJU Military Archive. Microfilme 30, documento178. “Real Cédula al virrey de la Nueva España, Buen Retiro, 26 de marzo de 1726”; Calendar of State Papers. Colonial Series…1726-1727. London, 1936, vol. 35, págs. vi-viii; “Petición de los mercaderes de Londres y otros con negocios e interesados en las colonias británicas en América, 30 de mayo de 1726”, en Ibidem, documento 152, págs.74-75; Pezuela, J. Historia…, II, 10, págs.338-34, 343-344, 360-361; Richmond, H. The Navy…, XVI, págs.390-397.

(13) volver Véanse las “Peticiones de mercaderes, plantadores y otros que comercian y se interesan en las plantaciones británicas de América”, o la enjundiosa “Petición del Lord Alcalde, los municipios y ciudadanos del consejo de la ciudad de Londres”, ambas presentadas en 22-23 de febrero de 1739, ante la Cámara de los Lores, en Proceedings and debates of the British Parliaments respecting North America. Washington, D.C., 1937, volumen IV (1728-1739). Sesiones de febrero de 1738/1739, págs.662-664; “Esbozo de todas las representaciones, memoriales o peticiones, como extractos de los gobernadores británicos en América…a los comisionados de la oficina del Lord Almirante de la Gran Bretaña, relativos a cualquiera de las pérdidas sufridas por súbditos de Su Majestad, por depredaciones cometidas por los españoles, en Europa y América”, en Ibidem, IV. Sesiones de la Cámara de los Lores, febrero 26-27 de 1739, págs.682-683. En este y documentos similares se apreciaba la incidencia de los corsarios de Santiago de Cuba y La Habana sobre el tráfico mercantil de Jamaica y las plantaciones de las trece colonias norteamericanas, entre 1730 y 1739. Es interesante la opinión de las autoridades de Londres, como se percibe en la comunicación del Consejo de Comercio y Plantaciones al gobernador Hunter, de Jamaica, fechada en Whitehall, en 23 de mayo de 1734, en Calendar State Papers…, 1734-1735. London, 1953, volumen 41, documento 177, págs.109-110.

(14) volver “Ponencia de Lord Hervey y contrapropuesta de Lord Bathurst, Cámara de los Lores, 1 de marzo de 1739”, en Proceedings and Debates…, IV, págs.726-728,733-735.

(15) volver British Museum Library.Mss.Add. 35898. “Hardwicke Papers. Vol.DL. Navy Papers: a miscellaneous collection, chiefly from the papers of Lord chancellor Hardwicke…1683-1799”; Proceedings and debates of British Parliament…, 1739-1745. volume V, pág. 122; Navy Records Society. The Vernon Papers. London, 1958, págs.298-299; Pezuela, J. Historia…, II, 13, págs.375-377; Clodfelter, M. Warfare and armed conflicts. A statistical reference to casualty and other figures, 1618-1991. Jefferson, N.C. y Londres, 1992, volume I, págs.83-84.

(16) volver Pezuela, J. Historia…, II, 14, págs.384-385; Marrero, L. Cuba…, 6, 2, págs.91-93; Santa Iglesia Catedral. Lista de obispos y arzobispos de Santiago de Cuba. Santiago de Cuba, 1963, págs.11-13; Pérez de la Riva, Juan. “Inglaterra y Cuba en la primera mitad del siglo XVIII: expedición de Vernon a Santiago de Cuba”, en Revista Bimestre Cubana. La Habana, 1935, volumen XXVI, págs. 50-60; García del Pino, C. “Corsarios, piratas y Santiago de Cuba”, en Santiago. Santiago de Cuba, junio-septiembre de 1977, nos.26-27, págs.101-18.

(17) volver “An account of our march from the camp at the upper [bank] on Augusta river,to the village of Etteguava, and back to the camp”, en Vernon, E. Original Papers. London, 1744, págs.193-198; A.G.I. Santo Domingo 364. El gobernador de Santiago de Cuba al Rey, Santiago de Cuba, 24 de agosto de 1741; A.G.I. Santo Domingo 1203. Declaración de Miguel Pérez ante el gobernador Cagigal, Santiago de Cuba, 8 de diciembre de 1741; Pezuela, J. Historia..., II, 14, págs.384-388.

(17a) volver A.G.I. Santo Domingo 1203. El gobernador Cagigal de la Vega al Rey, Santiago de Cuba, 25 de febrero de 1742; Marrero, L. Cuba…, 6, 2, págs.101-102, 110-111; Pezuela, J. Historia…, II, 14, págs.387.

(18) volver A.G.I. Santo Domingo 386. El gobernador de La Habana, al Rey, La Habana, 29 de julio de 1740; Ibidem. El capitán general de la Isla de Cuba al Rey, La Habana, 12 de marzo de 1744; A.G.I. Santo Domingo 1203. El gobernador Cagigal a José Campillo, Santiago de Cuba, 18 de abril de 1742; A.G.I. Santo Domingo 1207. El gobernador Guemes al marqués de Ensenada, la Habana, 28 de abril de 1744; Rodgers, T. G."Colonials collide at Bloody Marsh", en Military History. October, 1996, volumen 13, number 4, págs.38-44.

(19) volver A.G.I. Santo Domingo 120. El gobernador Guemes al marqués de Ensenada, la Habana, 1 de julio de 1746; Marrero, L. Cuba…, 6, 2, págs.110-111; Pezuela, J. Historia…, II, 14, págs.418, 421-423; Pérez Guzmán, F. “Documentos sobre las fortalezas militares”, en Santiago, nos. 26-2, junio-septiembre de 1977, págs.188-189,194; Bacardí, E. Crónicas de Santiago de Cuba. Madrid, 1972, tomo I, pág. 157; García del Pino, C. “El combate entre Knowles y Reggio en 1748”,en Santiago, no.36, diciembre de 1979, págs.97-120; Calvert, M. y P.Young. A Dictionary of Battles, 1715-1815. New york, 1979, págs.130,147; Clodfelter,M. Warfare and Armed Conflicts. A Statistical Reference…, Jefferson, N.C. and London, 1992, I, págs. 85,87.

(20) volver Parlamentary History, volumen XV, pág.1264, citado en Ayling, Stanley. The Elder Pitt. Earl of Chatha. New York, 1976, chapter 17, págs.303-304. arriba

 
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© Marlene García 2003 para José Ramón Alonso