Y... A ANA MENDIETA LLAMAN ATABEY, GUACAR, MAROYA, GUANAROCA, ITIBA Y GUABANCEX, QUE SON SEIS NOMBRES.

Por José Ramón Alonso Lorea.

 

¿Qué instrumentos críticos podemos utilizar para acercarnos al arte de Mendieta? Para realmente comprenderlo, tenemos que usar estrategias poéticas, porque la fuerza de su arte es su poesía (John Perreault, 1987).

Yo escribo lo que he podido saber y entender de las creencias e idolatrías de los indios, y de cómo veneran a sus dioses. De lo cual ahora trataré en la presente relación (Fray Ramón Pané, 1498).

 

Madre al fin, Guanaroca puso en el hijo todo su cariño. Y el padre, celoso, creyéndose excluido, concibió la criminal idea de arrebatárselo. Una noche, aprovechando el sueño de Guanaroca, Click para ampliar imagencogió al tierno infante y se lo llevó al monte. El calor excesivo y la falta de alimento provocaron la muerte de la criatura. Entonces el padre, para ocultar su delito, tomó un gran güiro, le hizo un agujero, metió dentro el cuerpo del pequeño, y guindó el güiro de la rama de un árbol.

Ana, me gustaría preguntarte si el día que leíste estas historias, descubriste la forma de integrar las partes que eras... Yo estoy seguro que Escaleras de Jaruco te permitió confesar algunas culpas olvidadas (tú no eras responsable de ellas), y te restituyó al gremio de unas doctrinas de las que terceros te habían separado. En fin, te reconciliaste.

Aquella hermosa mujer surgida al contacto de un rayo lunar del montón de la fruta Click para ampliar imagenmadura, era un presente de Maroya, la diosa de la noche, que del mismo modo que había disipado la soledad del primer hombre enviándole a Guanaroca, la primera mujer, quería también alegrar la existencia de su segundo nieto, el hijo de aquellos, haciéndole el regalo de otra mujer.

A los trece años te truncaron tu natural desarrollo mítico, tu innata condición de hacedora de imágenes. Te impusieron un doble exilio: el de la tierra y el de la magia. Pero Jaruco siempre esperó por ti. Entre orfanatos y casas de padres adoptivos, tuviste que aprender la forma de crear, de estructurar un rito y de impregnar magia a tus creaciones. Abandonaste la pintura porque no lograbas imágenes suficientemente reales, que tuvieran poder, que fueran mágicas. Y te metiste en los vericuetos de la experimentación visual. "Jugaste"; con sangre hasta llenar todo tu cuerpo, viendo a este líquido como algo poderoso y mágico, que no es fuerza negativa. Te sumergiste en el mar arqueológico de México y fue como regresar al origen, y poder conseguir magia con sólo estar allí. Moldeaste la enredadera y la tierra, grabaste en ella, dibujaste con sangre y fuego. En el intento por convertirte en extensión de la naturaleza de la cual te sentías arrojada desde la adolescencia, mediste al mundo por enésima vez con la silueta de tu talla "west indian" de cinco pies sobre la tierra y el árbol, silueta que trazaste con fuego, piedra y sangre. Querías reparar el hecho de sentirte desgarrada por la violenta ruptura con tu matriz. Tus "siluetas" lograron dialogar... con la crítica, y con los dioses. Y mientras todos hablaban de arte del cuerpo, minimalismo o arte performance, arte tierra, posminimalismo o foto-arte, tu confesabas que estas esculturas de "tierra-cuerpo" eran para ti la etapa final de un ritual. Hasta hurgaste en la Santería del exilio porque tu arte estaba impregnado de imágenes curativas. Ya tenías poder y magia, entonces vomitaste aquel escrito: sería lógico llevar la serie "Siluetas"; a su fuente de origen. Ana, te preparabas ¿sin saberlo? para la cita con Jaruco.

Click para ampliar imagenCada uno, al adorar los ídolos que tienen en casa, llamados por ellos cemíes, observa un particular modo y superstición. Creen que está en el cielo y es inmortal, y que nadie puede verlo, y que tiene madre, mas no tiene principio (...), y a su madre llaman Atabey, Yermao, Guacar, Apito y Zuimaco, que son cinco nombres.

El encuentro con la fuente materna te provocaba miedo. Pero un día te cruzaste con Fray Pané (intermediarios mediante, presumiblemente) y redescubriste tu isla milenaria. Tu isla suavemente milenaria de historias que reconoces, y desde el minuto en que llegaste, sentiste que pertenecías de nuevo a algún lugar.

Consideraste el mito de forma detenida. Llegaste a él de la mano del ermitaño Pané, que desgraciadamente no pasó a tierra cubana pero que recogió algo del fruto mítico de ese horizonte cultural que se extendió por las Antillas precolombinas. Tu avidez te llevó a hurgar también en la Jagua india, y te desentendiste del juicio que valora a estas narraciones como fábulas, invenciones, fantasías, para introducirte en ese tiempo pasado remoto que hiciste preciso. Y descubriste en el mito la historia de seres reales, la verdad del eterno retorno.

Al despertar, la madre ansiosa comenzó a vagar por el monte en busca de su hijo. Desesperada llamaba en vano a su ser querido, y ya rendida por el cansancio iba a caer al suelo cuando el graznido de un pájaro negro le hizo levantar la cabeza. Se fijó entonces en el güiro que colgaba de la rama de un árbol. Un extraño presentimiento instó a Guanaroca a subir al árbol y coger el güiro. Observó que éste estaba perforado, y vio con espanto que en su interior se hallaba el cadáver del hijo adorado.

Te reconociste en el mito. Hallaste tu genealogía en la mujer que se desdobla en todos los cemíes. Te desdoblaste en Ana-hija, en Ana-madre, porque también habías perdido tu entorno, tu naturaleza, tu madre y tu hijo. Tú eras la extensión del mito. Eras hija que busca a la Madre y Madre que busca a los hijos. A través del mito hiciste una reflexión sobre tu identidad. El mito era tu autorretrato.

Click para ampliar imagenFinalmente Jaruco te abrió sus cuevas: era la fuente de origen de las "Siluetas", y allí encontraron sus nombres propios, sus propias historias. Antes de Jaruco fueron ideas genéricas, universales: Escritura en sangre, Signo de sangre, Untitled, Ánima, Silueta, Árbol de la vida, Ñáñigo burial, Fetiches, Ritos y rituales de iniciación, Volcán... En Jaruco, las "Siluetas" tomaron otra forma y se impregnaron de un verdadero bagaje familiar.

Llegaron cuatro hijos todos de un vientre y gemelos, de una mujer que se llamaba Itiba Cahubaba. A quien, muerta de parto, abrieron y le sacaron los cuatro dichos hijos.

Dentro de aquellas grutas te identificaste con las deidades indias, con ellas corriste la misma suerte del desgarramiento íntimo, de la violenta ruptura con el entorno, de la pérdida de los hijos, del estado de orfandad.

En Jaruco, el tema feminista quedó atrás. Tu búsqueda arqueológica (en este caso de gabinete) rescató para el arte cubano un saber que parecía muerto. Historias que la tradición oral pasaba vivas de generación a generación, y que mantenía apegado el hijo a la madre, la madre a la tierra, la mujer al árbol, al agua, a las piedras.

Cuando Guabancex se encoleriza hace mover el viento y el agua y hecha por tierra las casas y arranca los árboles. Este cemí es mujer y está hecho de piedras. Hay otros dos en su compañía: el uno es pregonero o heraldo que por mandato de Guabancex, ordena que todos los otros cemíes ayuden a hacer mucho viento y lluvia. El otro es recogedor y gobernador de las aguas, las cuales acopia en los valles entre las montañas y después las deja correr para que destruyan el país.

Click para ampliar imagenProfundizaste en el poder de la hembra: agua, peces, jicotea, noche, luna, hijos, primeras enseñanzas... Sabías que, antes de cedérselo a los hombres, los metales y las piedras fueron los símbolos de poder que traían las mujeres. Supiste de la relación cueva-útero, y que las piedras sirvieron para hacer parir -sin dolor- a las mujeres preñadas, para favorecer las siembras y para tener agua y buenos temporales. En fin, cruzaste la puerta de Jaruco porque, como bien dijiste, tu arte es un retorno a tu tierra, a la madre tierra, una manifestación de tu necesidad de ser.

Vieron caer de algunos árboles, bajándose por entre las ramas, unas ciertas formas de personas que no eran hombres ni mujeres, y fueron a cogerlas. Buscaron un pájaro que agujereaba árboles. E igualmente tomaron aquellas mujeres sin sexo y les ataron los pies y manos, y trajeron al pájaro mencionado. Y éste, creyendo que eran maderos, comenzó la obra que acostumbra, picando y agujereando en el lugar donde ordinariamente suele estar el sexo de las mujeres.

Después de Jaruco volvieron las ideas genéricas, universales: Silueta, Madre Selva, Mujer de arena, La vivificación de la carne, Untlited, Nacimiento, El laberinto de la vida, Rastros corporales, Madre tallo, Ánima, Mujer de piedra, Figura de fango, Oráculo, Figura con gnanga, Nacida del Nilo, Mujer de helecho... Pero ya no era igual. Las "Siluetas" habían cambiado. Si bien tu trabajo era una reactivación de las creencias primordiales presentes en la psiquis humana, la impronta de Jaruco te había marcado. "Ensangrentada Madre Vieja", al morir de parto intentando alumbrar sus cuatro hijos gemelos, te reactivó viejos ritos con sangre que reelaboraste en "Rastros corporales". Penetraste en la herida abierta con hacha de piedra de la diosa, y tallaste sus costillas descarnadas que luego trasladaste al papel amate, y fueron los surcos que en forma de "laberinto para la vida" llevaste a tus obras para colocar a nivel del suelo. En "Ánima y las mujeres de piedra" reelaboraste a Guabancex, la deidad de piedra, personificación de la fuerza femenina. Y la prominente vulva elipsoidal con una raja en el medio de Maroya, se extendió a otros confines de tu universo mítico. El útero calizo de Escaleras de Jaruco te devolvió al arte con una habilidad para ejecutar la estatuaria, que bien supiste aprovechar en los troncos de árboles tallados. Esas formas "Untitled" totalmente ambiguas que grabaste en los troncos, parecen recordar aquellas mujeres sin sexo que por entre las ramas bajaron de algunos árboles.

Ana, quisiste pasar inadvertida. No hiciste de tus performances un espectáculo descreído, y tus pasos fueron callados. Pasaste por artista para curar a la humanidad posmoderna con tus sacrificios corporales de sangre y fuego, con tus actos de geofagia simbólica. Pero finalmente los hombres te han descubierto, si bien a medias. Andan diciendo por ahí que le hacías la corte a los dioses, sin saber que tú formabas parte de esa casta.

Después de mucho obrar intentaste dejar una impronta homenaje a las siete potencias que habitan el monte, pero tu tiempo entre los "vivos" había acabado. Las deidades del panteón indiano (a las cuales tú pertenecías) te necesitaban nuevamente, y te regresaron a Coaybay, al País-de-los-muertos. Y te reconciliaste de nuevo.

Fue tan grande el dolor y tan intensa la emoción, que Guanaroca se sintió desfallecer y el güiro se escapó de sus manos, cayendo al suelo. Al romperse vio con estupor que del güiro salían peces, tortugas de distintos tamaños y gran cantidad de líquido, desparramándose todo colina abajo.

Definitivamente Ana, tu nombre es Primera-Mujer, Madre-de-las-Aguas, Nuestra-Menstruación, Madre-Luna, Ensangrentada-Madre-Vieja y Señora-de-los-Vientos, que son seis nombres.

Guadalajara, España, septiembre de 1998. arriba

Fuentes

BARRERAS del Rio, Petra y Jonh Perreault (1987): Ana Mendieta. A retrospective. Catálogo de The New Museum of Contemporary Art.
FEIJÓO, Samuel (1986): Mitología india cubana. Mitología cubana. Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana.
MOSQUERA, Gerardo (1981): Rupestrian Sculptures. Esculturas Rupestres. Catálogo de A.I.R. Gallery.
PANÉ, Ramón (1990): Relación acerca de las antigüedades de los indios. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.


 
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© Marlene García 2003 para José Ramón Alonso