LA “TEORÍA ALUCINÓGENO” Y LA CREACIÓN
DE PATRONES SIMBÓLICOS ABORÍGENES.
Por José Ramón Alonso Lorea.
El estudio de más de 200 pinturas rupestres
en Punta del Este, Cuba, me ha permitido inferir la sustitución
de un patrón simbólico por otro. Sustitución
que, atendiendo a criterios de norma y de evasión
de la norma, lleva implícito la reelaboración
y mantenimiento del patrón antecedente. Si bien he anotado
que esta sustitución pudo responder a un agotamiento iconográfico
y a la aparición de nuevos criterios simbólicos, ello,
por sí sólo, no nos habla del origen de dichos patrones
simbólicos. Otros argumentos, en consonancia con los antes
expuestos, también podrían ser los que fundamenten
este cambio.
Cuando en sus análisis estilísticos
sobre literatura Stephen Ullman se refería a la “persistente
recurrencia de ciertos artificios y leit motivs estilísticos
(...) como señal inequívoca de una actividad consciente
y deliberada”, aseguraba también que “siempre
quedará un gran número de casos en que no hay tales
indicaciones, en que no sabemos si la elección fue plenamente
consciente, semiconsciente, inconsciente o incluso subconsciente”
(1968:159). Al respecto, Arnold Hauser también se planteaba
que era muy “difícil decir si un estilo procede de
un acto espiritual o irracional, de un motivo práctico o
ideal, como responder a la pregunta, de dónde, en el arte,
cesa la aportación del individuo y comienza la de la sociedad”
(1961:305).
En el contexto de los estudios del arte rupestre
indígena ha surgido una tesis que, precisamente, sugiere
encontrar la procedencia y elección de patrones simbólicos
dentro de esos estados de máxima espiritualidad inducida
y de estados de absoluta inconsciencia.
A partir de las observaciones realizadas a los
indios Tukanos del territorio Vaupés, al noroeste del Amazonas
-y teniendo en cuenta la confirmación de que “el arte
y las religiones chamánicas se relacionan estrechamente con
el uso de drogas alucinógenas” (1985:291)-, Reichel
Dolmatoff establece las correspondencias que descubre entre la ingestión
de yajé (planta narcótica y alucinógena) y
las pinturas que realizan estos hombres.
Según Dolmatoff, las alucinaciones visuales
inducidas por las drogas indígenas consisten, fundamentalmente,
en imágenes luminosas geométricas. Estos “elementos
luminosos geométricos tiene una base neurofisiológica
y técnicamente se designan (por los fisiólogos, JRA)
como ‘fosfenos’. Consisten en sensaciones luminosas
que aparecen en el campo de visión, independientemente de
una luz externa, es decir, son producto de la autoiluminación
del campo visual y se producen en el cerebro” (Dolmatoff,
1985:293). Sensaciones luminosas que, al parecer, funcionan como
bancos de datos visuales a los cuales el aborigen le hace corresponder
una intención simbólica.
Bien pronto esta tesis se incorpora a los intentos
por comprender las expresiones rupestres dejadas por los indios
en las Antillas, de las cuales no se tiene información etnográfica
alguna.
En su opúsculo Los signos en el arte
taíno (1989), Manuel A. García Arévalo,
historiando los aportes más relevantes con respecto a los
estudios realizados sobre las “esquemáticas estilizaciones”
y los conjuntos de “signos de apariencia abstracta”
hallados en las Antillas, traía a colación algunos
argumentos expuestos por Alcina Franch en su trabajo Religiosidad,
alucinógenos y patrones artísticos Taínos (1982).
Según Alcina, tales visiones inducidas “no
son momentáneas, sino que persisten durante un cierto tiempo
-meses quizás-, de modo que la periódica celebración
de ceremonias en que se ingiere algunas de estas drogas haría
que tales fosfenos quedasen incorporados permanentemente en los
individuos. De ahí que la visión de la realidad por
parte de los individuos habituados a la ingestión de estas
drogas, incorpore inevitablemente los fosfenos a la visión
real haciendo, por consiguiente, de esa realidad un mundo fantasmagórico
que fácilmente es interpretado mediante mitos” (1982:104).
En Punta del Este, la etnografía y la arqueología
no han podido verificar la ingestión de drogas por parte
de sus antiguos moradores. Sin embargo, dos elementos básicos
hacen posible la certeza del uso de esta costumbre. Al decir de
La Casas, la coca (Erythroxylon coca) “era usada por los indios
de Cuba en sus ceremonias y que sacerdotes españoles, que
habían estado en Perú y la vieron en Cuba, la identificaron
como ‘la misma coca que es tan preciosa en las provincias
de Perú” (Ernesto Tabío, 1989:33). También
narra Las Casas, con desconcierto, cómo en la isla de Cuba
“era extraño el ayuno que algunos hacían, principalmente
los behiques, sacerdotes o hechiceros, y espantable; ayunaban cuatro
meses, y más, continuos sin comer cosa alguna, sino cierto
zumo de hyerbas ó yerbas, que solamente para sustentarlos
que no muriesen bastaba (...) Macerados, pues, y atormentados de
aquel cruel y aspérrimo y prolijo ayuno, que no les faltaba
sino expirar, decíase que entonces estaban dispuestos y dignos
que les apareciese y de ver la cara del Cemí” (sic,
Las Casas, 1876:514). Asimismo, el consumo del tabaco (Nicotiana
tabacus) en Cuba, y la existencia de toda una parafernalia vinculada
a las prácticas chamánicas alucinatorias de la cohoba
(Piptadenia peregrina), está más que reportado por
los primeros cronistas y por la ciencia arqueológica.
Si bien es cierto que todas estas referencias etnográficas
y arqueológicas pertenecen al horizonte cultural de pueblo
agroalfareros aruacos, también conocido por taínos,
también conocemos que ambos horizontes culturales (ciboney
y taíno) coexistieron en Cuba durante siete siglos en los
cuales se verifica el intercambio de técnicas u objetos que
van desde la producción cerámica, pasando por la concha,
y por qué no presumir intercambios también en el orden
de la vida espiritual.
Por otro lado, la ingestión de plantas alucinógenas
en las actividades rituales y de ceremonias, parece ser una costumbre
generalizada a todas las culturas indoamericanas. Los datos de los
cronistas y de los arqueólogos y etnólogos, así
también lo han venido demostrando.
De modo que bien pudiéramos inferir rituales
chamánicos en Punta del Este, estrechamente vinculados al
uso de plantas alucinógenas. Si observamos la tabla que ilustra
los diez fosfenos que se comparan con los diseños simbólicos
tucano y taíno, empleados por Alcina Franch en su estudio
y reproducida por Arévalo en su trabajo, y también
vemos los fosfenos universales que despejara el físico alemán
Max Knoll (Dolmatoff, 1985), nos percatamos de la mímesis
representativa, es decir, de la exacta analogía entre muchísimos
de estos fosfenos con todas las representaciones ideográficas
del arte rupestre de Punta del Este. La lámina 1 bien ilustrará
esta situación.
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Lámina
1. Comparación entre fosfenos y pictografías
de Punta del Este. |
En A se muestran los pictogramas que pudieran reproducir,
con fidelidad, las visiones inducidas por la ingestión de
alucinógenos. En B se ilustran diseños más
complejos que parecen recrear sus estructuras a partir de dichos
fosfenos.
Ahora, estas relaciones visuales, y una comparación
de base etnográfica, me incitan a retomar ciertas líneas
especulativas con respecto a la aparición, sustitución
y probable significación de estos patrones simbólicos
hallados en Punta del Este.
Primero, cuando asistimos a la descripción
de esas alucinaciones visuales inducidas, parece como si se estuviera
describiendo todo el horizonte visual pictográfico que encierra
en sus paredes la Cueva Número Uno de Punta del Este: “la
persona percibe un gran número de pequeños elementos
brillantes, de forma geométrica, tales como estrellas, puntos
o líneas que aparecen súbitamente sobre un fondo oscuro,
moviéndose como en un caleidoscopio. Son formas a veces parecidas
a espirales, a flores o plumas, a cristales, todo con una marcada
simetría bilateral. Hay motivos de enrejados, de círculos
concéntricos o de hileras de puntos luminosos” (Dolmatoff,
1985:293). Quien haya visitado esta cueva notará la similitud
entre los conjuntos rupestres y estas alucinaciones descritas (ver
lámina 2).
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Lámina 2. Foto tomada por el arqueólogo
español Adolfo López Belando cuando visitó
el sitio arqueológico, en 1994, en compañía
del autor. |
Es válido retomar entonces la idea de Pedro
Rivas (1993) respecto al hecho de que las semejanzas simbólicas
que se aprecian en la “decoración” de los objetos
Tucano (Colombia), las de los aruacos prehispánicos (Antillas),
los petroglifos de Punta Cedeño (Venezuela) y, como ahora
hemos visto, las pictografías de Punta del Este (Cuba), “reflejan
el posible uso de los mismos alucinógenos (en contextos y
bajo interpretaciones culturales disímiles), más que
la definición de esos rasgos, como consecuencia de hipotéticos
antiguos contactos” (Rivas, 1993:169).
Segundo, la sustitución de un patrón
simbólico por otro -modalidad de composición concéntrica
por modalidad de composición simétrica bilateral-
que se aprecia en Punta del Este, también puede encontrar
su explicación en la sustitución de un alucinógeno
por otro. Cambio que, si bien pudo responder a razones histórico-culturales,
implicó (alucinaciones visuales mediante) la aparición
de nuevos criterios simbólicos.
Otra información de Dolmatoff me permite
profundizar, en teoría, en la génesis de los dibujos
de Punta del Este. Según este antropólogo, él
pudo definir que las alucinaciones visuales inducidas por las drogas
indígenas consisten, fundamentalmente, en imágenes
luminosas que responden a “dos categorías de fenómenos”.
Por un lado, la persona recibe aquellos elementos brillantes, geométricos,
que antes se han descrito y que responden al nombre científico
de “fosfenos”.
Por otro lado, y es aquí a donde quiero
llegar, “la persona ve imágenes figurativas, imágenes
pictóricas. Aparecen grandes manchas de colores que se mueven
como nubes tempestuosas y de ellas emergen ‘formas difusas’,
que pueden ser interpretadas como gente o animales, o seres monstruosos”
(Dolmatoff, 1985:293). Estas manchas de colores, que en dependencia
del sustento cultural de la persona o del chamán interpreta
de una u otra forma, se convierten en la base de datos visuales
que, presumiblemente, origina lo que he llamado Estilo o Arte
Mural de Formas Rellenas o Entintadas y que caracteriza el arte
rupestre de otras muchas cuevas pictografiadas del arco granantillano,
pero que no encuentra su espacio en los murales de Punta del Este.
Pero si, como afirmara Dolmatoff, estas alucinaciones
“figurativas” aparecen “en una fase avanzada de
alucinación”, ello apunta a dos consideraciones sobre
el hecho de no hallarse este tipo de pinturas en Punta del Este:
primero, o esta alucinación no se correspondería con
el tipo de narcóticos que consumían los indios en
Punta del Este o, segundo, los chamanes de Punta del Este tenían
un control sobre su estado alucinatorio, impidiendo con ello penetrar
en estados alucinatorios más avanzados.
También Dolmatoff, a partir de la repetición
de ciertos dibujos geométricos, pudo comprobar que los motivos
basados en los fosfenos estaban codificados por los indios, y cada
uno de estos motivos tenían el valor fijo de un signo ideográfico.
En Punta del Este, esa similar recurrencia de signos y de relación
de forma y color que se establece entre los mismos, es lo que también
me ha permitido confirmar la existencia de un sistema ideográfico
de trascendente construcción.
Bien es cierto que estos mismos signos basados
en los fosfenos pueden tener un significado totalmente distinto
en otro contexto cultural. Ello impide hacer en Punta del Este las
mismas lecturas simbólicas que hacen los indios tucano en
sus ideogramas. Sin embargo, el hecho de que estas comunidades gentilicias
presenten similar grado de desarrollo cultural, hace que sus requerimientos
existenciales sean equiparables. De modo que, y sin lugar a dudas,
como en los dibujos tucano, las pictografías de Punta del
Este también hacen referencia a aquellos aspectos relacionados
con la vida del grupo, a saber: orígenes, fisiología
sexual, fertilidad, procreación, crecimiento, incesto, leyes
de matrimonio, leyes tribales de exogamia, alimentación,
migraciones, alianzas, delimitación de territorios, adaptación
ecológica, relaciones entre tribus, institucionalización
de ritos, fertilidad de los animales, astronomía, ciclo de
las estaciones, muerte. Aspectos estos que, memorizados en las estructuras
del signo y en manos de los chamanes, constituyen, respectivamente,
la herencia y la transmisión cultural.
Finalmente esta hipótesis, que sugiere encontrar
la procedencia y elección de patrones simbólicos dentro
de esos estados de espiritualidad inducida y de absoluta inconsciencia,
convierte, a la zona arqueológica de Punta del Este, en el
más importante centro de prácticas chamánicas
de su género que se haya reportado en las Antillas. Sus más
de doscientos dibujos geométricos a dos tonos –rojos
y negro- así lo hacen ver.
Ciudad de La Habana, diciembre de 1991 / diciembre
de 1994. 
Fuentes
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Tesis de Grado. Dr. Esteban Maciques, tutor. Departamento
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La Habana, Cuba.
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“La Ilustración: Luces y sombras en la historia de
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de Amigos del País. Instituto de Literatura y Lingüística.
Ciudad de La Habana. Revista del Centro de Estudios Avanzados de
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- - - - - - (1994): "Artes aborígenes en Cuba. Para
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antigua". Primer Encuentro Internacional de Historia del Arte
“La Historia del Arte hoy: análisis y pronóstico”.
Departamento de Historia del Arte, Facultad de Artes y Letras, Universidad
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