Arte Rupestre en Punta del Este, Cuba. A 80 años de su segundo y verdadero descubrimiento.

Por José Ramón Alonso Lorea.

La presencia de dibujos, pinturas o incisiones prehistóricas en el interior de las cuevas, constituyen una de las más importantes huellas culturales de la humanidad. El atractivo de este arte ha motivado el interés del hombre moderno y contemporáneo por el estudio de estas muestras que, en su conjunto, ha dado en llamar “arte rupestre”.

Cuba no está vacía de este patrimonio, más bien abunda en ello, a pesar de que el Museo Nacional inicie su relato del arte cubano en la etapa colonial. Para muchos estudiosos del arte cubano, esto es “incomprensible” y continúa siendo “muy problemático”. Estos patrimonios culturales siguen siendo muy poco conocidos por el público general, quizás por la falta de esta visualidad museística.

Dado que estamos justo en una fecha conmemorativa y deseando motivar el interés hacia estas artes del pasado, aprovechamos estas notas para recordar el hallazgo del más espectacular sitio arqueológico cubano con arte rupestre. Ocurrió hace exactamente 80 años, en octubre de 1937. La trascendental noticia se la debemos a los organizadores de aquella excursión arqueológica realizada al sureste de la entonces Isla de Pinos, los Drs. René Herrera Fritot y Fernando Royo Guardia.

En sus informes de 1938 y 1939, el arqueólogo cubano Herrera Fritot hizo una descripción detallada de los dibujos. Presentó el plano de la cueva con la situación de las pictografías más visibles, a escala y enumeradas, definiendo un método de estudio del arte rupestre insuperable hasta hoy. Bien es cierto que fue Fernando Ortiz el primer descubridor de esta cueva, que la visitó en 1922 y en 1929, pero el reconocido investigador nunca llegó a publicar el informe de su estudio que dejó inconcluso. Nosotros tuvimos la suerte de hallar el manuscrito en 1992, y comprobar que Ortiz vio y dibujó diseños que nadie más viera. Hay que recordar que esta cueva y sus dibujos sufrieron mucho el impacto negativo del hombre en tiempos históricos, que la visitó o que vivió dentro de ella.

Más de 230 pinturas ofrecen un saldo cuantitativo impresionante. Techos y paredes literalmente cubiertos de pictografías a dos colores -negro y rojo-, en su mayoría formados por círculos concéntricos de colores alternados, hicieron anotar a algunos autores que esta era la más importante localidad del archipiélago cubano en relación con el tema de los círculos; llegándose a afirmar que ninguna otra cueva de América, y posiblemente del mundo, contenga tal profusión de este tema. En ello radica su capital importancia dentro de los estudios del arte rupestre cubano.

Los dibujos de Punta del Este, por su forma, resultan lineales, abstractos y geométricos, donde los trazos curvos dominan; articulados por relación de cercanía unos, muchas veces de forma tangencial otros, y en menor medida superpuestos. Todo lo cual hace complejo determinar dónde termina un dibujo y dónde comienza otro. Por otro lado, debido a que la mayoría de ellos están pintados en el techo de la gruta, es difícil determinar cuándo un trazo es vertical y cuándo horizontal. Su posición sólo depende de la mayor eficacia simbólica que pueda experimentar el observador. Arte en el que, lógicamente, es imposible hacer lecturas figurativas, si bien algunos estudiosos se han arriesgado. En estos murales se utiliza el color negro (carbón vegetal) para unos, rojo ocre (hematita) para otros y la alternancia regular e irregular de ambos colores en terceros. Cada una de estas dos alternancias muestran, a su vez, variantes en su distribución de colores.

El arte rupestre de Punta del Este es sólo la parte de un sistema simbólico que nos ha llegado mutilado: no tenemos idea de la música, del canto, de la danza, de las pinturas corporales... que pudieron caracterizar a este pueblo. No tenemos idea de los valores simbólicos que aquella gente descubrió en las plantas, en los animales, en los accidentes geográficos, en su patrón de asentamiento, en sus hábitos de comer. Así que sólo poseemos, y no siempre ni en la misma medida, un modelo visual con algo de su lógica.

De modo que no podemos inferir alguna lectura. La intención intelectual, aquella que nace de la propia naturaleza humana, se resiste a la comprensión. Sin embargo, sí podemos deducir su valor simbólico desde la perspectiva del propio diseño como representación sensible (es decir, aquello que captamos a través de los sentidos): hablamos del aprovechamiento de la proporción, del ritmo, de la simetría, del equilibrio, de la composición, de la progresión regular de las partes componentes, del regodeo por el acabado de las formas gráficas lineales, del énfasis en la elaboración de determinados elementos que conforman un conjunto, de la relación con el contexto de la gruta, elementos todos que expresan su calidad simbólica y cualifican un estilo. A ello se puede sumar otros aspectos inherentes a la propia actividad simbólica, por ejemplo: la elección de un lugar adecuado para la plasmación del signo. O también aquel elemento lúdico, quizás con alta dosis de espiritualidad, que se origina en el momento de la propia creación: ese estado emotivo que pudo suscitar en el hacedor el acto de hacer destacar, de entre la infinita irregularidad de la piedra, aquellos pequeños rasgos de la futura grafía a elaborar. Creo que en lo antes expuesto arribamos a un primer nivel de comprensión.

En definitiva, todo parece indicar que las pinturas rupestres de Punta del Este acusan la existencia de un sistema de signos ideográficos inteligentemente articulados. El estudio de sus relaciones internas, así como las variantes que ellos recrean -de posición, de relación entre los signos y entre los signos y el contexto de la cueva- así lo hacen ver.

Debe saber el lector que los documentos fotográficos en b/n que ilustran este texto han sido extraídos de raras y a veces inaccesibles publicaciones periódicas. Las imágenes inéditas de Ortiz han sido recientemente publicadas. Es la primera vez que se publican juntos todos estos documentos de época. No siempre es fácil descubrir la pintura rupestre en la foto, ello requiere algún entrenamiento visual. Todas estas imágenes presentadas son anteriores a las labores de restauración y repinte que lamentablemente sufrió esta cueva en los anos 60s. arriba

 

 
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© Marlene García 2003 para José Ramón Alonso