Galería a cielo abierto.
Por Dennys Matos.
Berlín es ahora mismo el laboratorio cultural
más activo que pueda existir en Europa. Situación
ésta que venía experimentándose desde finales
de los noventa pero, sobre todo en los dos últimos años,
es cuando alcanza mayor intensidad. Dicho fenómeno tiene
lugar por razones identificadas con la coyuntura sociopolítica,
económica y cultural producida tras la reunificación
de Alemania.
Pasados 14 años desde la caída del
Muro, en 1989, no es difícil reconocer cuáles calles
y barrios de la ciudad pertenecieron al sector correspondiente a
la antigua RDA, cuales al asediado Berlín Oeste, y aquellos
del nuevo Berlín unificado. Aunque es cierto que esas diferencias
comienzan a ser cada vez más históricas que reales,
es evidente que la arquitectura, por ejemplo, de la avenida Karl
Marx, se expresa en construcciones marcadas por el estilo del realismo
socialista. En este caso, con afectada grandilocuencia y majestuosidad,
porque eran las viviendas de la élite del gobernante Partido
Comunista.
Sin embargo, estas construcciones que en su día
alojaron a altos dirigentes del Buró Político o miembros
de la Stasi, y cuyas fachadas se engalanaron con insignias de Lenin
y Stalin, o banderas de Marx y Rosa Luxemburgo, como revestimiento
simbólico de su poder político, ahora están
plagadas de anuncios publicitarios de productos capitalistas.
Las huellas de la globalización capitalista
son visibles, pero todavía contrastan con esa especie de
"género arquitectónico socialista", que
da a la ciudad una atmósfera de visualidad difusa. Esos estilos
arquitectónicos y el mundo de objetos y producciones socialistas,
representativos de una sociedad derrotada pero no extinguida, unas
veces se yuxtaponen, otras se entremezclan y algunas simplemente
se fusionan con el manto espeso de la implacable lógica del
mercado.
Así, la cartografía visual de la
ciudad gira en torno a tres centros, cada uno opuesto al otro: Kurfürsterdamm,
símbolo de la capitalista y ganadora RFA; Alexanderplatz,
modelo de la perdedora y atrasada RDA; y Potsdammerplatz, con sus
recientes y fulgurantes rascacielos, arquetipo de lo que la élite
política y económica quiere para la nueva Alemania.
Una imagen de metrópoli aséptica planificada hasta
el detalle y divorciada de la visualidad y espíritu urbano
de la ciudad. Los tres centros se interrelacionan, negándose,
diluyéndose o aniquilándose, lo cual revela una imagen
un tanto amorfa, debido al infinito número de elementos que
arrastra el fluido, del que destilará en breves años
la nueva cara de Berlín.
La caída del Muro ha representado, posiblemente,
el mayor movimiento inmobiliario de la ciudad en los últimos
cincuenta años. Sólo hay que recorrer sus calles,
fundamentalmente del Berlín del Este -de hecho, la mayor
superficie urbana de la ciudad-, para percatarse a simple vista
de cuántos inmuebles y espacios arquitectónicos permanecen
desocupados.
Esta situación es entendible si se considera
que dicha ciudad fue la primera frontera europea de la guerra fría
y que, por tanto, numerosas construcciones e instalaciones -realizadas
unas a tales efectos y otras destinadas a ese objetivo- formaban
parte de la infraestructura de seguridad y represión de las
fuerzas del antiguo Pacto de Varsovia.
Los miles de metros cuadrados que en estos momentos
pueden ocuparse a precios muy asequibles, constituyen el elemento
más importante que ha servido de base para la actual explosión
artística que vive Berlín. Espacios que artistas y
sujetos culturales de toda índole han convertido en residencias,
estudios, galerías, sala de conciertos, cafés, discotecas,
etc.
A ello se agrega, por una parte, la comprensión
y cobertura ofrecidas por el ayuntamiento, que incluyen no sólo
la cesión de inmuebles, sino también cobrar cifras
simbólicas a los espacios que demuestren su producción
cultural. Por otra, el acceso al acervo cultural de Alemania Oriental,
prácticamente desconocido, como en general sucede con el
resto de los países de Europa del Este.
Si a esta coyuntura se suma, además, el
rigor que en cuanto a reflexión y problemática intelectual
y artística actual, ofrecen marcos institucionales de legitimación
como la feria Art Forum, el Guggenheim y la Bienal de Berlín,
unido al amplio programa de becas culturales, se comprenderá
el porqué ahora mismo cientos de artistas han fijado su residencia
y lugar de trabajo en Berlín.
Basta con echar un vistazo a la última guía
Art Now de la editorial Taschen, que recoge obras de 137 artistas
representativos de las diversas formas artísticas de comienzo
del siglo XXI, para constatar que más de una veintena de
ellos, procedentes de los sitios y culturas más disímiles,
viven y trabajan actualmente en esa ciudad.
Calles y barrios de Berlín son en la actualidad
un hervidero creativo, continuamente cartografiados por espacios
y acciones de arte. Y más allá de considerar su naturaleza
alternativa o underground, con respecto a su posición frente
a la institución, lo cierto es que dan a la ciudad una altísima
temperatura artística.
Sólo el pasado mes de octubre concentró
tres grandes sucesos relacionados con el arte. La última
edición de Art Forum, realizada entre el 1 y el 5 de octubre,
coincidió con una antológica exposición comisariada
por Jürgen Harten y titulada Berlín-Moscú, y
la heterodoxa macroexposición Paradise, cuya curaduría
estuvo a cargo de Nina+Torsten Römer y en la que intervinieron
150 artistas, la mayoría de ellos residentes en Berlín.
A esta actividad se integran dos espacios más de la ciudad:
la galería Neurotitan y el foro Urban Art.
En Art Forum se pudo comprobar la presencia imponente
de la pintura, mientras que la fotografía y el vídeo
art disminuyeron o se mantuvieron en comparación con ediciones
anteriores.
Responsable de esa incontrastable presencia de
la pintura en Art Forum 2003, fue la apuesta de las galerías
berlinesas por nuevos valores, buena parte de ellos provenientes
de la antigua RDA, como es el caso de Neo Rauch y el grupo aglutinado
alrededor de la Escuela de Leipzig, de la cual Rauch es uno de sus
máximos inspiradores.
Marcado por la pintura figurativa de sus antecesores
de esta misma escuela -Wolfgang Mattheuer y Werner Tübke-,
Rauch absorbe también influencias estéticas del más
puro realismo socialista. Su depurada técnica se entrecruza
con convenciones gráficas, al proyectar una propuesta donde
la visión nostálgica de su pasado en la RDA, es impactada
por escenas dramáticas de los bruscos cambios políticos,
ideológicos y socioculturales provocados por la reunificación.
Pero tal vez el fenómeno más novedoso
e interesante en el presente panorama de las artes plásticas
alemanas se está dando en torno a la galería Liga,
que expone la obra de artistas alemanes como Matthias Weischer,
Tilo Baumgärtel, Bea Meyer y Tim Eitel. Se trata de un grupo
de jóvenes artistas que, influenciados por las propuestas
de Rauch, se mueven dentro de inquietantes paradigmas ideoestéticos,
y reciclan el academicismo del realismo socialista con capital simbólico
cercano al empleado por el grupo del llamado "Realismo capitalista"
(Polke), cuyos cultores son Kiefer, Richter, Penck y Immendorf,
entre otros, inspiradores a su vez de artistas considerados "Nuevos
salvajes": Elvira Bach, Rainer Fetting y Salomé.
Berlín-Moscú, exhibida en el Centro
Martin Gropius Bau de Berlín, es seguramente la exposición
más lucidamente planteada para ilustrar la cultura de Rusia
y Alemania, desde 1950 hasta nuestros días. A través
de pinturas, fotografías, cine, vídeo, dibujos, esculturas
e instalaciones, Harten establece un fascinante diálogo en
el que afloran los aspectos generales en que se manifestó
el realismo socialista en cada uno de estos países. Del mismo
modo, emergen las particularidades que distinguieron a estas expresiones
en ambos países.
La exposición se hace eco, además,
de las tensiones latentes en el arte cuando las sociedades de la
URSS y la RDA eran sometidas al más férreo control
político-ideológico y la manera en que éste
respondió desde las condiciones de producción imperantes.
El modelo soviético abarca las inflexiones ocurridas después
de la muerte de Stalin, en 1953, y el advenimiento del llamado deshielo,
liderado por Jruchov, pasando por el arte de la Perestroika y también
ejemplos de lo ocurrido después de la desaparición
de la Unión Soviética.
En Alemania, por su parte, dialogan el arte de
las antiguas RDA y RFA, y se crea un discurso diacrónico
sumamente sugestivo, del cual emerge curiosamente una especie de
ideología alemana artística, en la que realismo y
expresionismo dan muestra de conexiones culturales profundas, al
margen de las divisiones territoriales y políticas.
Paradise, curada por Nina+Torsten Römer, es
una exposición que recoge a pie de calle lo que se está
produciendo en esta ciudad. El recinto elegido para exhibir la muestra
es de por si insólito, e incluso sobrecogedor, lo cual marca
de algún modo la interpretación de las obras. Se trata
de un bunker de la II Guerra Mundial, ubicado bajo la estación
de metro Alexanderplatz. Construido para cobijar a 125.000 personas,
sus amplios pasillos y sótanos suman cientos de metros de
espacios, constituyéndose en una megagalería.
En este espacio se expusieron obras de las más
heterogéneas tendencias, formas y soportes artísticos:
desde la pintura en formato tradicional, pasando por la fotografía,
el body art, la neo figuración, el arte conceptual y el performance,
hasta el neo pop, el vídeo, el neo-geo, el op art y el neo
expresionismo, entre otras corrientes.
Todo ello muestra el poderío de las creaciones
de este mapa urbano, cuyos ecos han sido suficientes para que el
Museo de Arte Moderno de Nueva York abra de forma inminente en Berlín
una sede con espacio expositivo.
2003.
|