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¿por qué artes aborígenes en cuba?

Por José Ramón Alonso Lorea.

Con la explicación de este título (sin artículo y en plural, lo de aborigen y lo de Cuba), ofrezco las coordenadas metodológicas de los contenidos de mi objeto de estudio.

No uso el artículo inicial LAS, pues con este se supone un estudio de todas estas artes y ello es imposible. Según lo que podemos leer de aquellos primeros “cronistas de Indias”, muchas de las obras confeccionadas por estos mal llamados por Colón “indios” tenían como soporte, además de la tradición oral, materiales perecederos tales como fibras vegetales, plumas, restos animales, pigmentos... Este hecho hizo que muchas de las “obras” de los aborígenes cubanos no llegaran hasta nosotros. La alta humedad del clima insular las destruyó para siempre. Incluso, es muy probable que muchos de aquellos objetos no llegaran ni al momento de la conquista castellana, pues los estimados cronológicos para comunidades aborígenes en Cuba ya andan por la temprana fecha de los 8000 años de antigüedad según el dato arqueológico (Martínez, Rodríguez y Roque, 1993). Las obras que estudiamos son las que lograron describir aquellos cronistas europeos de los siglos XV y XVI y aquellas otras que han sobrevivido hasta el presente y que ha recuperado y conservado la ciencia arqueológica. La ausencia del artículo LAS, convenientemente, fundamenta entonces el carácter parcial de este estudio. La S del plural agregada a la palabra ARTE enfatiza la componenda antes referida y sugiere, además, otros contenidos que a continuación considero.

ARTE es el tema de mi interés. Pero entiéndase el término, para el estudio de la obra indígena, en su acepción arcaica, aquella que dicta la lengua española: disposición e industria para hacer alguna cosa, habilidad. No hablo de artisticidad, ni de artista, ni de obra de arte. Entre estetas e historiadores del arte ya es acuerdo (casi) tácito, el hecho de cómo el instrumental teórico-metodológico surgido en el seno del “arte” occidental (y hablo de arte en su segunda acepción -aquella que tiene por objeto la expresión de la belleza- ya devenida ortodoxa) no funciona para un tipo de producción como la que ahora nos interesa. Un sistema de apreciaciones que no sirve para aprehender en todas sus aristas esas creaciones simbólicas que diversos autores han llamado arte (y a continuación lo subrayo para después cuestionarlo) pre-colombino o pre-hispánico.

Al definir el concepto de arte, María Alba Bovisio (1992) con un par de párrafos y en el español más diáfano dejaba bien claro el fenómeno: “El concepto de “arte” se elabora en Europa entre los siglos XVI y XVIII, momento en que se configuran con relativa autonomía los campos artístico y científico, que se independizan del poder político y religioso. Se generan “instancias específicas de selección y consagración”, los artistas ya no compiten por la aprobación teológica o la complicidad de los cortesanos sino por la “legitimidad cultural”. Cada campo científico o artístico será un espacio con capitales simbólicos intrínsecos (...) A partir de este momento se considera “arte” a aquellas manifestaciones que responden a las características del arte europeo, elevado a la categoría de paradigma”.

“La definición del campo artístico con su relativa autonomía llevó a la aparición, no sólo de productores específicos (los artistas), consumidores específicos (los coleccionistas y aficionados) y distribuidores específicos (los galeristas, marchands, las academias, etc.), sino también a la aparición de teorías y metodologías específicas para el estudio de las producciones de dicho campo (Historia del Arte y Estética principalmente). Evidentemente el concepto de “arte” y las disciplinas para estudiarlo surgidos de un campo configurado en un lugar y un momento histórico determinados, no pueden dar cuenta de producciones extrañas al mundo occidental moderno” (1992:42-43).

Y tan es así que, para diferenciar estas producciones aborígenes, se han creado nuevos y diversos conceptos y estancos teóricos cuales son, por ejemplo: “obras del arte cuando el arte no existía”, o “arte indiferenciado”, o “arte pre-autónomo”... Pares categoriales, por cierto, opuestos, que no se complementan pues acusan tiempos, espacios y hechos diferentes.

Otros autores, dentro de un importante intento de deconstrucción de la historia tradicional del arte, han defendido el par categorial “estético-simbólico” para flexibilizar el estudio particularizado de aquellas otras producciones culturales occidentales anteriores al siglo XVIII, junto con las de las culturas no occidentales (Mosquera, 1989 y 1994). Sin embargo, abrigo ciertas dudas con respecto a la omnipresencia del hecho “estético” en toda producción simbólica, entendida esta última como expresión sensible pensada, hablada o materialmente realizada. Entonces me pregunto, ¿así como el fenómeno “arte”, también el “estético” no resultaría anacrónico dentro del contexto de las producciones aborígenes, tanto en lo operativo como en lo representativo?...

No son precisamente las categorías de la estética (lo bello-proporcionado, lo bello-equilibrado, lo bello-pulido, lo feo-expresivo, lo feo-grotesco, lo heroico, lo trágico, lo cómico...), generalmente utilizadas para el estudio de las artes indígenas, las que permitan la más correcta aprehensión del hecho simbólico mencionado. Eso sí, muy diferente sería si convertimos estas supuestas “categorías estéticas” en hechos simbólicos con contenidos y funciones contextuales. Por ejemplo: el bruñido impecable y la simetría perfecta en las llamadas “esferolitias” (bolas de piedra pertenecientes al horizonte cultural ciboney) y en la conocida “hacha petaloide” (del horizonte cultural taíno), ¿responden a niveles tecnológicamente superiores y cualitativamente diferentes del pensamiento animista?...

Prefiero hablar, por ahora, de sistema símbolo. Y dentro de este sistema y para este caso específico (artes aborígenes) de actividad o sistema mito-simbólico. Es decir, un sistema de símbolos a través del cual se representan creencias, conceptos o sucesos de carácter mítico. La actividad mito-simbólica sincrónicamente caracteriza (al igual que la actividad estético-artística) momentos dentro del largo proceso de la actividad simbólica que las contiene. Esta producción mito-simbólica puede constituir la base o el fundamento de lo que posteriormente se definirá como la actividad estético-artística. Lo que no es óbice para que determinado artista contemporáneo devenga en “hacedor” y su creación (por la función asignada) abandone aristas estético-artísticas asumiendo planos mito-simbólicos. Dualidad creativa, por cierto, que también hoy desarrollan muchos sacerdotes-pintores en el vudú haitiano o en la pintura acrílica de muchos aborígenes australianos, o, en fin, en toda aquella sociedad tradicional que entre en contacto con el mercado internacional del arte.

La actividad simbólica (que comprende, y enfatizo en ello, los sistemas mito-simbólicos y los sistemas estético-artísticos) es un proceso que nace con el hombre y que se extiende hacia el futuro; predicción infinita e imprevisible, tanto para el hombre como para la propia actividad que comentamos.

De modo que en Artes Aborígenes en Cuba hago referencia a la producción de aquellos objetos simbólicos de probable uso ritual o decorativo-ceremonial. Hablo, en todo caso, de habilidades, de arte para concebir contenidos simbólico-rituales. De eventos que circundan la construcción de objetos por parte de hacedores que, sin proponérselo, inician, en Cuba, el proceso de definición de la actividad simbólica hará unos siete u ocho mil años.

Con ARTES, en esta parcela de mi estudio, definitivamente se ofrecen las coordenadas metodológicas en cuanto a límites temáticos, destacando el carácter parcial de un estudio sobre culturas arqueológicas, y restituyéndole al concepto arte sus significaciones arcaicas para una mejor adaptación del término a la esfera simbólica que se estudia.

En cuanto al uso del vocablo ABORÍGENES, con el cual defino un tiempo cultural, digamos que es una convención, como toda clasificación cultural, aunque más feliz que la de pre-colombino o la de pre-hispánico. Estos últimos acusan la fea y reiterada manía de pre-fijar las cosas. De hacer convenir en una relación a dos opuestos pero anulando una parte. ¿Es que la presencia de Colón o de España en Cuba condiciona la existencia de estas artes aborígenes? ¿No tienen estos acaso (los aborígenes) sus propias topo y antroponimias, aquellas que puedan definir desde sus propios contextos milenios de producción simbólica cuando la España ni estaba por nacer y mucho menos Colón? No es justo y es falso. Y no creo que alguien se atreva a definir para la Grecia Antigua un período o “arte pre-romano”.

Prefiero entonces lo de ABORÍGENES, aunque, en última instancia (igual que con el término “América”, acuñado por la cartografía alemana del siglo XVI inspirada en las crónicas de Américo Vespucio), también pudiera ofrecerme dudas, sobre todo cuando me cuestionan el concepto “indio”, palabra con la cual suelo llamar en ocasiones a este hombre antiguo. Y, sin embargo, me recordaban la lamentable confusión geocultural del Almirante Colón. Yo lo sé. Pero igual confusión se encuentra en la definición “aborigen”, del latín ab-origen: originario de. Y es que América no parió hombres. Eso fue una metáfora, entre otras, de los taínos en Casibajagua. La historia social y cultural de este continente tiene alrededor de 40 000 años de consecutivas migraciones de pueblos de todo el planeta. El aborigen es africano, asiático-mongoloide, europeo o australiano y tiene una antigüedad de cientos de miles de años (Lewin, 1993). Si de profundizar se trata, nos quedamos en el aire. América, desde que empezó, ha sido valorada desde afuera y transculturada desde adentro. Además, y aunque no lo considere de mucho peso, cerca de veinticinco palabras de la lengua española -que yo recuerde ahora- tienen, en su formación etimológica, la raíz indio para referirse al hombre y a las sociedades antiguas de América, y la literatura con estos usos es abrumadora. Los términos “indio” y “aborigen” (construcciones occidentales, extra-americanas), resultan entidades generalizadoras que responden, fundamentalmente, a un sentido comunicativo. Por lo que encontraremos indistintamente usados en mi estudio ambos sustantivos. De modo que ABORÍGENES define coordenadas metodológicas en cuanto a límites cronológicos, desarrollando algunas ideas sobre el concepto de “tiempo cultural” y redefiniendo algunas categorías tradicionalmente usadas (y no siempre excomulgadas) como indio, aborigen, precolombino, prehispánico...

La preposición EN en el título (en oposición a de), define lugar y no pertenencia. Esta especificación está dada a partir de la bien conocida y demostrada comunicación y trasiego de indios con sus respectivos artefactos simbólicos entre Cuba, Haití, Santo Domingo, Jamaica y Lucayas o Bahamas. Ello impide asegurar la verdadera procedencia de muchos de estos objetos arqueológicos. Por ello, esta particular estructura lingüística.

Con el término aruaco CUBA, los indios nombraron a la mayor de las Antillas. Significa esta: “tierra, terreno o territorio”, según hipótesis feliz de José Juan Arrom (2000), y “huerto o jardín”, según edénico análisis de Juan Cuza Huartt (1992). Ambas hipótesis lingüísticas apuntan, quizá con acierto, al verdadero origen simbólico del vocablo, aquel relacionado con el carácter paradisíaco de la naturaleza de la isla. Lógico de gentes que, como anotara Domingo Cisneros (1991), lejos de imponer, descubrían los nombres a las cosas. De modo que, con respecto a la palabra Cuba en el título, sólo quiero definir el concepto de “espacio, geografía o topografía cultural”. Es CUBA, entonces, un término que define coordenadas metodológicas en cuanto a límites espaciales, teniendo en cuenta la génesis lingüística, aruaquismo insular, del propio vocablo. El siguiente gráfico sintetiza dicha propuesta.

 

límites temáticos límites cronológicos   límites espaciales
Artes
Aborígenes
en
Cuba
carácter parcial de este estudio concepto de "tiempo cultural" preposición que indica "lugar" y no "pertenencia" concepto de "espacio cultural"

 

Ciudad de La Habana, 1994.arriba

Fuentes

ALONSO Lorea, José Ramón (1994): “Artes Aborígenes en Cuba. Para un acercamiento teórico-metodológico a esta producción antigua” (inédito). Primer Encuentro Internacional de Historia del Arte “La Historia del Arte hoy: análisis y pronóstico”. Departamento de Historia del Arte, Facultad de Artes y Letras, Universidad de La Habana.
ARROM, José Juan (2000): Estudios de lexicología antillana. Segunda edición actualizada y aumentada. Editorial de la Universidad de Puerto Rico.
BOVISIO, María Alba (1992): “Obras del arte cuando el arte no existía. Problemas teórico-metodológicos respecto del ‘Arte Precolombino”. Las artes en el debate del quinto centenario. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
CISNEROS, Domingo (1991): “Quebranto”. Amerindios del Canadá. Cuarta Bienal de Artes Plásticas de La Habana.
CUZA Huartt, Juan (1992): “Cuba: invención de una isla jardín”. Revista de la Biblioteca Nacional José Martí. Año 83, tercera época, ene.-jun., no.1, C. de La Habana.
DACAL Moure, Ramón y Manuel Rivero de la Calle (1986): Arqueología Aborigen de Cuba. Editorial Gente Nueva, C. de La Habana.
G. MARTÍNEZ, Aida, Roberto Rodríguez y Carlos Roque (1993): Cronología para las comunidades aborígenes de la región de Matanzas. Ediciones Matanzas, Cuba.
LEWIN, Roger (1993): The origin of modern humans. Scientific American Library.
MOSQUERA, Gerardo (1989): El diseño se definió en octubre. Editorial Arte y Literatura, C. de La Habana.
- - - - - - (1994): “Historia del arte y culturas”. Revolución y Cultura. Año 33, época IV, nov-dic, no.6, C. de La Habana.

 

 
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© Marlene García 2003 para José Ramón Alonso